Muere Joseba Arregi, el nacionalista que rompió con su pasado

Considerado uno de los padres del Guggenheim, la deriva soberanista de Ibarretxe y Lizarra le hicieron alejarse del PNV y acercarse a las víctimas del terrorismo

david guadilla

Martes, 14 de septiembre 2021, 08:55

Consejero de Cultura durante una década y portavoz del Gobierno vasco con José Antonio Ardanza, impulsor del Guggenheim, histórico militante de un PNV del que ... se alejó desencantado por la deriva soberanista de Juan José Ibarretxe, amante de una Euskadi plural, opositor feroz al totalitarismo de ETA, defensor de la memoria y de la dignidad de las víctimas del terrorismo, escritor, ensayista... Joseba Arregi, pieza clave en la política vasca, ha fallecido a los 75 años tras sufrir una larga enfermedad.

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Nacido en Andoain en 1946 en el seno de una familia de profundas raíces nacionalistas, su recorrido vital fue el de una persona capaz de cuestionar sus propios ideales, de superar prejuicios y de tener la suficiente valentía como para no callarse, para salir de su zona de confort si creía que había que hacerlo. Sus críticas a la estrategia de Ibarretxe hicieron que le llovieran críticas de quienes hasta muy poco antes eran sus compañeros, se le situó en aquel concepto peyorativo que Xabier Arzalluz definió como «los michelines» del nacionalismo, «la grasa que sobra», y para algunos se convirtió en un «traidor». Él respondió con cierta ironía. «Los problemas de este país no son de michelines, sino por desgracia bastante más serios».

Fue un punto de inflexión en su trayectoria. ETA acababa de romper la tregua de Lizarra. Él seguía como parlamentario del PNV, pero hacía tiempo que se había producido una ruptura emocional con su partido. O al menos con la dirección que lo guiaba en esos momentos. El adiós definitivo llegó a mediados de 2004. «Ha sido un pequeño acto de libertad», afirmó Arregi al explicar su marcha de la formación jeltzale. «Ojalá el PNV recupere el equilibrio que ha perdido, ojalá vuelva a una posición centrada, pero cada uno tiene sus ritmos y mi ritmo vital es el que es».

Aquella despedida dejaba, en todo caso, una pista de por dónde iba a discurrir su futuro. «No significa que me vaya de la política. Trabajaré por aquello en lo que creo». Y si en algo creía Arregi era en la existencia de una Euskadi plural. «La sociedad vasca no puede parecerse ni de lejos a lo que ETA pretende: una sociedad homogénea en el sentimiento nacionalista». Meses después irrumpía Aldaketa, una plataforma que acabó presidiendo, en la que entre otros estaban Andoni Unzalu, Imanol Zubero, Carlos Trevilla y que buscaba «regenerar la cultura política vasca» y la «alternancia». Desembocó en la firma de un «pacto ciudadano» con el PSE y su apoyo a la candidatura de Patxi López como lehendakari.

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Era el giro definitivo en la trayectoria de un nacionalista 'pata negra'. Su hermano Ricardo, fallecido en accidente de tráfico en 1969 con apenas 27 años, fue uno de los precursores de la alfabetización en euskera. Él había ido al seminario. Viajó a Suiza y Alemania, donde estudió Teología. Llegó a ser ordenado sacerdote. Quienes le conocían y trataron le definen como «muy alemán», «un germanófilo». «Muy cuadriculado» y con un punto «arrogante». Vivió su propio drama personal cuando quedó viudo con tres hijos pequeños.

A mediados de los ochenta demostró su lealtad al PNV. Fue de los pocos que en Gipuzkoa no se marchó a Eusko Alkartasuna. De hecho, en aquellos días tormentosos llegó a presidir el Gipuzku buru batzar. Junto a él, un joven que le ayudó a sostener la estructura jeltzale en el territorio y con el que acabaría enfrentado: Joseba Egibar.

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Fue nombrado portavoz y consejero de Cultura del Gobierno vasco con José Antonio Ardanza de lehendakari. En aquellos gabinetes de coalición con el PSE, Arregi encontró en José Ramón Recalde, titular de Educación socialista, a su principal adversario ideológico. Representaban dos visiones diferenciadas. «Nadie podía acusarle en ese momento de ser un nacionalista tibio». Pero años después Arregui acabaría más cerca de las posiciones de Recalde que de las que él mismo defendía en el Ejecutivo.

Apasionado de la filosofía, de Hegel, de la «alta cultura», tuvo la visión de impulsar un proyecto que cambió el país, o al menos Bilbao: el Guggenheim. Fue Arregui junto al diputado de Hacienda de Bizkaia, Juan Luis Laskurain, los que vieron la potencialidad de un proyecto rompedor, de invertir una ingente cantidad de dinero público en un museo. A pesar de las dudas Arregi tenía claro el objetivo final. «Muchos no comprendían que se pudiera asumir una inversión como aquella, dadas las penosas condiciones económicas del momento. '¿Qué tiene que ver la cultura con las infraestructuras?' me preguntaban a cada paso», afirmó años después.

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El museo abrió en 1997 y por aquel entonces algo ya estaba a punto de cambiar en su forma de ver la vida. Arregui se fue separando no solo del PNV, sino del nacionalismo como ideología. Llevó a cabo su propia reflexión personal, la de que el proyecto que había defendido durante décadas había quedado contaminado por el terrorismo de ETA. Quienes le conocían bien creen que, en realidad, lo que más dolor le supuso en su trayectoria no fue romper con lo que habían sido sus vivencias, con el PNV, sino pensar que durante años la formación de la que había sido dirigente había sido demasiado condescendiente con la violencia etarra.

Perdió amigos y para el PNV se convirtió en una de sus bestias negras. Arregi se volcó en las víctimas, en situarlas en el centro del debate, en recuperar su dignidad. Cuando dejó el partido en 2004, afirmó: «Es algo que me aprieta la conciencia. Todo esto me lo planteo en el contexto de la memoria de las víctimas, que tienen un significado político, ya que ETA las ha instituido como víctimas porque son un estorbo para sus pretensiones».

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