Los apaños descosidos nunca resuelven los problemas políticos de fondo. Y lo que apremia en Cataluña es, precisamente, que se aborde lo sustantivo, ya que ... la improvisación descocada salva coyunturas e intereses a corto plazo, pero no allana horizontes compartidos de largo recorrido. El papel lo aguanta todo; la realidad, tan empecinada, no. Que un nuevo modelo de financiación sea presentado ahora como «singular y generalizable» ya debería provocar muecas de escepticismo, como cualquier oxímoron sin fuste poético.
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Servirá para que el PSOE y ERC traten de justificar unos pactos atados a sus urgencias, presentando lleno de vida a un nonato sin expectativas de llegar a existir. Complicado será que Cataluña resuelva sus problemas de financiación a través de semejante armatoste: ni cuenta con el aval del principal partido de la oposición en el Parlament, ni siquiera existe una mayoría en el Congreso que permita modificar la Ley de Financiación de las Comunidades Autónomas en la dirección que se pretende.
Se puede reivindicar cierta dosis de simulación en el ejercicio de la política, incluso como ingrediente de deleite y distracción, pero resulta peligroso sumar la evanescencia a la frustración. Tras quince años convulsos, Cataluña sigue a la espera de grandes acuerdos que potencien aún más su autogobierno, que permitan un nuevo compromiso histórico transversal para varias generaciones. Está pendiente desde la poda al nuevo Estatut en 2010 por parte del Tribunal Constitucional.
En la medida en que no existe ingenuidad en política, sólo el oportunismo explica que desafíos estructurales de largo alcance se acoten a acuerdos etéreos de investidura; siendo como son, además, forzosamente de parte. Destensar la vida política catalana ha supuesto una aportación fundamental para la convivencia, pero resta abordar con altura de miras los déficits del autogobierno hasta unir en un mínimo común denominador a una inmensa mayoría en el Parlament.
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Sin visión integral, eso no será posible. Ni desde la debilidad compartida. O tratando de valerse de la división en el campo independentista catalán, y de la desazón de sus bases. Dejar que los problemas se enquisten, o simplemente se pudran, puede perjudicar más al adversario en primera instancia, pero siempre acaba salpicando a todos.
Guste o no, en Cataluña sigue existiendo una amplísima capa social insatisfecha con el actual marco de autogobierno en aspectos esenciales como su reconocimiento nacional o la financiación. Que apela a compromisos estratégicos, no a enjuagues partidistas. Podrá fluctuar entre la latencia y la movilización, entre la apatía y la motivación, pero siempre está ahí. Y frente a esa certidumbre, lo más nocivo no es que un parche vaya a ser papel mojado. Lo peor es que acabe convertido en papel de lija.
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