Ucrania, el desafío del desgaste
Putin no merece ganar esta guerra. Consagremos nuestros esfuerzos a evitar la indiferencia y a sobrellevar las convulsiones que se anuncian
Pasan los meses y la guerra ruso-ucraniana parece una constante de interés secundario salvo por sus implicaciones en la intendencia de la ciudadanía occidental. ... Por encima de los muertos, importan los conductos de gas por el Viejo Continente; las maquinaciones de Putin para vengarse con los prisioneros preocupan menos que los precios de luz y combustibles. Pocos son los dirigentes europeos que exhortan a su población para 'pagar el precio de la libertad' sabiendo resistir las adversidades que nos esperan en invierno. ¿Qué son estas comparadas con los escenarios de Mikolaiv, Jersón, Mariúpol, Lugansk, Járkov…?
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En Ucrania, la hipervigilancia no decae, el estrés postraumático es difícil de manejar cuando los 'frentes' abiertos incluyen la vulnerabilidad de la central nuclear de Zaporiyia. El presidente Zelenski no se conforma con frenar a los rusos en el Donbás; la prioridad es ganar la guerra hasta recuperar los territorios amputados por Moscú en 2014. El espectro de una contienda de desgaste es nuestro horizonte en una reorganización geopolítica bipolar: democracias liberales frente a autocracias. Y el verdadero desafío es que la diplomacia controle cualquier deriva del mortífero litigio putiniano.
La agresión unilateral de la armada rusa a un Estado soberano, Ucrania, el 24 de febrero viene deparando una densidad de transformaciones en los inmediatos y lejanos ámbitos de vida del mundo que cuesta creer en sus seis meses de intervalo. La cadena de desestabilizaciones y realineamientos de alcance internacional deja su impronta en tensiones energéticas, monetarias y alimentarias, en la desvinculación de Rusia del continente europeo para girar hacia China y en la creciente fractura entre el Oeste y el resto del mundo en función del polo ideológico defendido. Grandes emergentes, como India o Brasil, no han querido condenar la invasión de Putin ni participar en las sanciones impuestas por 'el colectivo occidental' al agresor ruso. La misma abstención se ha visto en Sudamérica, África y en el mundo árabe. Cada Estado tiene sus razones, sin relación con Ucrania pero sí con la penetración del dúo Moscú-Pekín en sus economías o con el aprovechamiento del momento, caso de los países del Golfo y Turquía.
Las relaciones de fuerza en el planeta permiten hablar de la 'nueva guerra fría': de un lado, los aliados atlánticos, norteamericanos y europeos, y del otro, la Rusia de Putin políticamente apoyada por la China de Xi Jinping. Más allá de la economía, lo que une hoy a Pekín y Moscú es su común prioridad estratégica: el debilitamiento de un orden internacional que ellos estiman ultrajantemente dominado por Estados Unidos.
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En lo cercano, hemos comprobado que la máquina de guerra rusa no es tal. El humillante fracaso de su ofensiva inicial sobre Kiev ha desplazado sus esfuerzos hacia el Donbás, exhibiendo allí la superioridad de su artillería. Las fuerzas ucranianas han aguantado sin romperse, pese a sus muy limitados recursos. La guerra parece estabilizada, incluso si Ucrania ha golpeado en Crimea. Las posiciones maximalistas iniciales del amo del Kremlin le exponen a la humillación ante el menor retroceso. La invasión rusa, por su brutalidad, limita asimismo las opciones diplomáticas de Zelenski. Nada permite vislumbrar un acuerdo de paz que Rusia pudiese firmar para respetarlo. Los antecedentes de violación de acuerdos recién ratificados como en Minsk y en Normandía (2014) saltándose todas las normas del Derecho internacional llevan al pueblo ucraniano a resistir por respeto a sus fronteras y su libertad.
Entretanto los aliados europeos redescubren la inadecuación de su producción de armamento para las necesidades de una guerra convencional. Los acontecimientos han desmentido a los miembros de la UE confiados en el diálogo estratégico con Vladímir Putin. La vasta paciencia del presidente Macron hacia su homólogo ha llegado a quebrar el crédito de Francia entre los europeos del Este y del Norte. Pese a ello, la agresión a Ucrania cohesiona el campo occidental. Servicios de información de EE UU, sus billonarias aportaciones económicas y armamentísticas junto a las de Canadá, Reino Unido, Australia, el apoyo logístico y adiestramientos varios desde Polonia, Países Bajos, Dinamarca o Finlandia redefinen la capacidad de defensa del Atlántico Norte ante la amenaza rusa. La inminencia se ha impuesto a una Europa soberana de la defensa, complementaria a la OTAN: las ambiciones expansionistas de Putin fortalecen cada día las apuestas por la protección norteamericana.
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La desolación de las sirenas, las trincheras, las fosas comunes, los chantajes con el gas y los cereales, los refugiados, la sangre y la desesperación ante las ruinas son la realidad de nuestros vecinos ucranianos y la nuestra. Como aliados consagremos nuestros esfuerzos a evitar la indiferencia y a sobrellevar las convulsiones que se anuncian. Putin no merece ganar esta guerra.
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