Teleasistencia, teleformación, telepago, teledeporte, televigilancia, teletexto, telecomida, telesexo, teleidiomas, telepredicación… Nuestra existencia parece estar abocada a ser vivida 'on line'. Lo último ha sido la ... propuesta de la Comunidad de Madrid para que las dolencias catalogadas como 'menores' sean asistidas por un/a médico por videollamada. Una propuesta que sigue la estela iniciada anteriormente por la iniciativa '¡Hola, soy Lola!', la enfermera virtual que ya ha atendido, al parecer, a más de 17.000 pacientes de esta comunidad. Puedo aceptar que en ciertas intervenciones el robot 'Da Vinci' es eficaz, también que un algoritmo funcione en consultas burocráticas, en peticiones de cita o en dolencias menores; pero, y después de haber ejercido como profesor en la Escuela Universitaria de Enfermería de Vitoria, afirmo, con total rotundidad, que ningún ingenio informático puede suplir el rigor, la dedicación, la profesionalidad, la vocación y el alma que el personal sanitario pone en su quehacer diario.
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Pero no nos quedemos en la anécdota médica, puesto que el problema abarca a otras muchas profesiones y fundamentalmente a nuestra propia vida personal, amical, familiar y social. La eliminación del paradigma analógico, y su sustitución por el digital, están cambiando nuestros referentes culturales al respecto de tantas cosas que la posibilidad de que terminemos abrazando una forma de vida 3.0 en vez de la vida auténtica podría ser una realidad.
Nos decía Manuel Castells en su famosa obra 'La era de la sociedad de la información' que las nuevas tecnologías pueden ser beneficiosas, incluso liberadoras, pero también pueden utilizarse para el control, la manipulación o la represión. Pues bien, aceptando todo lo provechoso que nos han reportado, también creo que las nuevas tecnologías nos están conduciendo a vivir la vida desde la pantalla de nuestro ordenador o a través de la cámara de nuestro dispositivo móvil, perdiendo nuestra razón de ser como especie, que reside en disfrutar de una existencia real. No voy a generalizar -siempre un error-, pero sí observo ciertas tendencias que me invitan a pensar que se están gestando un hombre y una mujer nuevos, entregados a las bondades de la tecnología, que apuestan y confían en ella para que resuelva todos los problemas. Un nuevo concepto de acción (en el sentido que Max Weber otorgaba al comportamiento de los individuos insertos en una sociedad) que renuncia a una existencia que se autoconstruye todos los días en interacción directa con los demás, no mediada por una máquina, a partir de la discusión, la cooperación, las emociones, los proyectos, los éxitos y también, claro que sí, numerosos fracasos.
Porque lo maravilloso de vivir una existencia plena, una vida verdadera, se encuentra en la realidad (no en la falacia de una ficción), en la que debemos aprender a gestionar todo lo bello de la misma junto con todo lo repugnante y reprobable con lo que, inevitablemente, nos hemos de encontrar y que debemos afrontar de forma adecuada. Ahí, en ese campo de juego, hemos de encontrarnos con el amor, el odio, la amistad, la envidia, la solidaridad, la bondad y la maldad que en todos los humanos anida; y es gestionando todos ellos como reinventamos nuestra vida a diario. Las nuevas tecnologías nos ofrecen una vida virtual, cómoda, fácil y bella, observada a través de una pantalla de alta definición. Nos ofrecen una especie de teleexistencia, cómoda pero a su vez peligrosa pues podría castrarnos, poco a poco y de forma imperceptible, para la vida real y para nuestra perpetuación como especie.
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Antes queríamos ser médicos, bomberos o capitanes de un buque mercante; ahora sectores significativos de nuestra sociedad prefieren ser 'influencers', 'blogers' o 'youtubers'. Y no les culpo, pues tienen modelos en nuestras televisiones que certifican que un semianalfabeto, o analfabeta, puede ser millonario enseñando músculo en un 'reality show' o acostándose con la pedorra o pedorro de turno, mientras que una investigadora del CSIC, brillante y preparada, deberá hacer juegos malabares para llegar a final de mes.
La sociedad de la teleexistencia es, como nos recuerda Ross Douthat, «una sociedad decadente, recostada en un confortable sillón, revisando la cinta de los grandes éxitos ideológicos de su loca y salvaje juventud, cómodamente anestesiada». Y ya Durkheim o Weber nos alertaron porque la historia de la Humanidad está repleta de ejemplos de sociedades prósperas que desaparecieron por su propia incapacidad para reconocer la enfermedad que les aquejaba y dejar su salvación en manos de los ídolos.
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