ilustración: S.R. García

El reclamo de la desigualdad

La mirada ·

La libertad no puede darse sin unas oportunidades equivalentes

Roberto R. Aramayo

Profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC e historiador de las ideas morales y políticas

Domingo, 6 de diciembre 2020, 01:50

Adela Cortina dio en el clavo al acuñar el término 'aporofobia' como un rasgo definitorio de nuestra época que define nuestro ambiente social. Es innegable ... que nuestra xenofobia se atempera cuando no concurre la menesterosidad. Este fenómeno contaría con una tendencia complementaria que sería como el reverso de la misma moneda y que cabe denominar algo así como inicuofilia. Parece cundir entre nosotros cierta pasión por lo poco equitativo y esta propensión tiende a fomentar por doquier unas desigualdades harto polimórficas.

Publicidad

La trama de la serie televisiva 'Los favoritos de Midas' apunta en esa dirección y puede servirnos como hipérbole o parábola exacerbada. Sin embargo, para suscribir o secundar la inicuofilia (envidiar la opulencia) no hay que llegar a semejantes cotas de perversión y laxitud moral. Podemos dar por buenas las desigualdades con gestos mucho más triviales y cotidianos, inhibiéndonos de reconocer e intentar neutralizar aquellas que nos rodean o asumiéndolas como algo inevitable.

Los inmigrantes tienen que satisfacer muchas condiciones para solicitar un permiso de residencia, salvo que puedan comprarse una casa que conlleve un significativo desembolso económico. Esto no es algo nuevo ciertamente. Sin ir más lejos, a principios del pasado siglo los europeos que llegaban a Nueva York en primera clase no pasaban por la isla de Ellis, donde sí quedaban confinados y en cuarentena los pasajeros de tercera, quienes por otro lado costeaban los lujos que otros disfrutaban durante la travesía.

En el fondo nos gusta creer que nunca podremos devenir tan indigentes como quienes carecen de hogar, al tiempo que solemos envidiar sin reconocerlo ante nosotros mismos el destino de los multimillonarios porque, después de todo, nos gustaría vivir como ellos y para eso jugamos a la lotería. El trumpismo responde a esta endiablada lógica. Un magnate cuyo patrimonio se asienta sobre patrañas logra convencer a los desheredados de la fortuna de que puede representar sus intereses mejor que nadie.

Publicidad

Nuestra desconfianza en el predominio de la justicia se ve sancionada incluso por el refranero: «hecha la ley, hecha la trampa». Nos cuesta creer que la justicia pueda ser igual para todos. En su 'Discurso sobre la economía política', Rousseau escribe que «las leyes son igual de impotentes contra los tesoros del rico que contra la miseria del pobre; el primero las elude, el segundo las obvia, pues uno rompe la tela y el otro pasa a través de ella».

Como nos recuerda Salvador Mas en su introducción a 'La República', de Platón, el tema principal que articula ese magno diálogo socrático es la justicia. Sus personajes van desgranando distintas nociones de la justicia que responden a ciertos tópicos cuya melodía nos es familiar. Según Polemarco, la justicia consistiría en «beneficiar a los amigos y dañar a los enemigos».

Publicidad

El sofista Trasímaco identifica la justicia con «el interés de los más fuertes», dando por bueno que quienes dictan las leyes lo hagan buscando su propio beneficio. Ahora no hablamos de fuertes y débiles para no evocar funestas ideologías, pero contamos con su equivalente funcional, puesto que se instaurado la dicotomía entre ganadores y perdedores. Para los ganadores las leyes deben adaptarse a sus conveniencias, como no cesa de repetir Donald Trump en sus tuits.

Por su parte, Glaucón -hermano del propio Platón- entiende la justicia como «un acuerdo para evitar sufrir injusticias», de suerte que, si alguien pudiera cometerlas impunemente, quedaría exonerado del pacto en cuestión, según mostraría la mítica fábula del anillo de Giges. En realidad el abuso del poder nos haría invisibles ante las leyes, cual si disfrutáramos del escudo de inviolabilidad que conferimos a ciertas magistraturas.

Publicidad

En consecuencia, si el temor al castigo por ser descubiertos es lo único que nos frena, bastaría con que nuestras injusticias pasen inadvertidas para no dejar de perpetrarlas. A decir verdad, la conclusión platónica es aporética y Sócrates no acaba de formular una definición muy precisa sobre la justicia por mucho que matice a sus interlocutores.

Quizá por eso Javier Muguerza enfatizó que puede resultarnos más fácil identificar las injusticias y negarnos a perpetrarlas gracias al buen disenso argumentativo. Se diría que llevaba razón. Por mucho que suba la cotización social de nuestra inicuofilia, las múltiples desigualdades de todo tipo que origina esta funesta propensión resultan cada vez más preocupantes y no dejan de afectarnos directa o mediatamente.

Publicidad

Envidiar la opulencia (inicuofilia) y rehuir la miseria (aporofobia) son dos mecanismos que se complementan para favorecer el imperio de una lacerante desigualdad acrecentada por la pandemia. Urge reivindicar la expresión 'egaliberté' forjada por Étienne Balibar. La libertad no puede darse sin oportunidades igualitarias.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad