EFE
Opinión

Pacifismo realista

El pasado enseña que no es juicioso responder a la amenaza de guerracon el aumento del gasto militar y el bloqueo diplomático

Pedro Oliver Olmo

Domingo, 30 de junio 2024, 00:42

'El mundo de ayer. Memorias de un europeo' es un libro conmovedor que debería leerse en los institutos y releerse en las facultades de ... Historia. Deducimos que el progreso es o un mito o una realidad muy frágil si no prevenimos la guerra. En ese libro rememoraba Stefan Zweig el verano de 1914: «Espléndido, uno de los más hermosos que se recuerdan. Parecía como si el sol quisiera brillar hasta el último momento sobre una humanidad feliz e inconsciente». Recordaba el escritor vienés que al principio la guerra se aceptaba de buen grado, con emoción patriótica, contemplándola, deseándola: «Habíamos sido cegados por una falsa idealización de la guerra». Pero pronto le vieron la cara: «La realidad nos enseñó que no había nada heroico ni noble en la carnicería que presenciábamos».

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La destrucción hizo desaparecer el mundo hasta entonces conocido. Pero lo malo no era el dolor de la añoranza. Lo peor fue comprobar que el 'continuum' de la violencia no se detenía. Entre agosto de 1914 y mayo de 1945, según queda dicho en el apretado y triste resumen del teórico y ensayista George Steiner, Europa acabó convertida «en la casa de la muerte, en el escenario de una brutalidad sin precedentes»: «Desde Madrid hasta el Volga, desde el Ártico hasta Sicilia», alrededor de 100 millones de personas «perecieron a causa de la guerra, la hambruna, la deportación, la limpieza étnica».

La guerra ha vuelto a Europa y esta vez puede ser que se extienda. Eso dicen Borrell y otros mandatarios de la UE exigiendo un aumento exponencial del gasto militar para disuadir a Rusia. Lo presentan como 'realpolitik' porque imaginan un escenario de guerra convencional limitada. Son proyecciones contradictorias. Resignadas y fatalistas, y asimismo imaginativas e ilusas. Aceptan la guerra como inevitable y, sin embargo, obvian los riesgos mayores.

Ese militarismo tan real no es en absoluto realista. Es el típico discurso belicista que ahora se expresa apelando a valores democráticos y a cálculos fríos, sin la idealización de aquellos viejos tiempos que rememoraba Zweig. Nadie enaltece el militarismo actual, pero existe. Necesita discreción política y volumen presupuestario, cierta retórica y una agenda oculta para esconder la manipulación que se hará evidente en el futuro.

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La idealización de la guerra se limita a su preparación. Su exaltación sigue ahí aunque se exprese de distinto modo. Se normaliza como si fuera la opción realista, aunque sepamos que en 1914 y 1939 resultó ser trágicamente ilusoria. Con el reclutamiento obligatorio y el rearme se prepara la guerra. Una guerra que si fuera clásica y convencional sería más devastadora que nunca. Una guerra imposible de concebir sin considerar la existencia de las armas nucleares.

¿Se puede pensar la guerra hoy en Europa desdeñando la capacidad de fuego nuclear que tiene Rusia? No se puede. Pero lo soslayan aquellos mandatarios que huyen hacia adelante, sosteniendo que el riesgo atómico conlleva su intrínseca imposibilidad, algo que no es muy coherente con ese otro discurso alarmista que presenta a Rusia única y exclusivamente como un poder expansionista que nos intimida, un enemigo que nos quiere atacar con un gran ejército y miles de misiles nucleares. ¿De verdad es imposible deconstruir ese discurso belicista de los gobernantes europeos? ¿Acaso no podemos hacerles ver que se debe negociar hasta el agotamiento porque está en riesgo la vida de millones de personas? La certeza acerca del riesgo de guerra requeriría otra actitud. ¿Por miedo? Por miedo, sí; pero también por un deseo de paz, por pacifismo, y por puro realismo.

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El pacifismo es radical al señalar las causas de las guerras, pero asimismo es ponderado y propositivo. Aporta soluciones. Los pacifistas denuncian que quienes se apropian del principio de realidad para justificar el rearme, o hacen gala de un idealismo irresponsable, o manipulan la información y boicotean las oportunidades para la paz. De todas formas, pregunten a los historiadores cómo puede acabar esto. Y no juzguen la respuesta como catastrofista. Es tan realista la historia de la guerra como la historia de la paz. Pero la historia debe cumplir su función admonitoria.

El pasado enseña que no es juicioso responder con demostraciones de fuerza armamentística y bloqueos diplomáticos, y es suicida multiplicar la carrera de armamentos y el alineamiento en bloques militares. Si la investigación histórica refuta el irracionalismo de la idealización de las guerras, demostrando que eran evitables, la investigación para la paz desvela la sinrazón de la implementación militarista. Si sabemos cómo se desencadenaron las dos guerras mundiales y por qué se inició la era atómica, valoraremos el pacifismo realista que sabe anteponer el diálogo, la desescalada y la negociación.

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