Nuevos reaccionarios
El Foco ·
Cualquier persona con dos dedos de frente dirá que un intento real de transformación acaba siempre por desviarse perversamente, o que para qué, o que todo acabará como el rosario de la auroraCambiar el mundo? ¿Transformar la realidad? ¿Erradicar la pobreza? ¿Revertir el cambio climático? Qué irrisorio, qué fuera de lugar, qué inocente. Cualquier persona con dos ... dedos de frente dirá que un intento real de transformación acaba siempre por desviarse perversamente (mira Stalin) o que para qué (mira la larga lista de revoluciones fallidas) o que al final todo acaba como el rosario de la aurora (vuelve a mirar a Stalin). Quienes así respondan, ya sea con condescendencia o con agresividad, lo harán esgrimiendo sus dos dedos de frente, su sentido común, su defensa del estatu quo. Serán tan sensatos como reaccionarios. Uso el término «reaccionario» prestado de Albert O. Hirschman en su obra 'La retórica reaccionaria', un lúcido ensayo publicado por la editorial Clave Intelectual. En 'La retórica reaccionaria' Hirschman recorre tres hitos en la historia de las principales conquistas emancipatorias de Occidente: la Revolución Francesa, los movimientos sufragistas y de ampliación de derechos civiles de principios del siglo XX y la formación de los Estados de bienestar tras la Segunda Guerra Mundial. A todos los cambios en los derechos fundamentales de la ciudadanía moderna se opusieron fuertes olas de argumentación (y acción) reaccionaria que Hirschman analiza a través de tres tesis: la de la perversidad, la de la futilidad y la del riesgo. El ensayo ofrece una interpretación fascinante de la historia política de la modernidad occidental y simplemente por eso merece la pena leerlo. Pero este texto, publicado originalmente en 1991, nos brinda también un marco interpretativo para el presente.
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Hagamos un breve experimento. Tomemos las tres tesis de Hirschman y analicemos tres reacciones frente a acciones de cambio que están sobre la mesa hoy. Empecemos por la tesis de la perversidad: el reaccionario esgrime que, más allá de las buenas intenciones, «la acción propuesta producirá el efecto exactamente contrario al objetivo proclamado o deseado». El tema de la migración y los refugiados se presta mucho a esta primera tesis. Activistas y parte de la sociedad civil pedimos un cambio en las políticas migratorias para acabar con las muertes en el Mediterráneo. El discurso reaccionario, siguiendo la tesis de la perversidad, es que «los progres e incautos» (Vox dixit) dicen querer salvar vidas en el Mediterráneo, cuando en realidad están alentando a las mafias de traficantes de personas. Frente a otra política asistencial, como el Ingreso Mínimo Vital, la élite que nunca ha pasado hambre pero tampoco trabajado, reacciona diciendo que es una «paguita» que sólo generará vagos.
La segunda tesis, la tesis de la futilidad, es menos militante, pero no por ello menos dañina. El argumento de la futilidad dice «que todo intento de cambio es fallido, que de una u otra manera cualquier cambio pretendido es, fue o será una gran superficialidad, una fachada, algo cosmético y, por lo tanto, ilusorio, dado que las estructuras 'profundas' de la sociedad permanecerán totalmente intactas». El uso de estas tesis no es excluyente, por tanto el señorito que dice que el Ingreso Mínimo Vital (o «paguita») sólo generará vagos también argüirá que esa ayuda no cambiará nada porque, ya se sabe, siempre ha habido pobres y siempre los habrá.
La ultraderecha nos pone el análisis fácil, pero, como señala Hirschman, la retórica reaccionaria no es patrimonio exclusivo de los conservadores. También hay retórica reaccionaria en lugares menos esperados, como en una parte del feminismo actual. Me refiero al feminismo trans-excluyente; es decir, el que se opone a la inclusión de las mujeres trans en el movimiento feminista y, por lo tanto, se declara contrario a compartir los derechos conseguidos por el feminismo con estas mujeres «que no menstrúan». Su argumentario contra la 'Ley Trans' propuesta por el Ministerio de Igualdad se ajusta al dedillo a la tesis de riesgo reaccionaria, que Hirschman explica así: «Argumentar contra un cambio que, a causa del estado predominante en la opinión pública, no importa atacar de frente: afirmar que el cambio propuesto, aunque quizá deseable en sí mismo, implica costes o consecuencias inaceptables de un modo u otro». El colectivo trans es uno de los más marginales, estigmatizados, incomprendidos y vulnerables de este país. Pese a ello, las feministas trans-excluyentes arguyen que las mujeres trans suponen un riesgo para los avances del feminismo. Hirschman señala que, según la retórica reaccionaria, «los logros o conquistas más viejos, ganados con tanto esfuerzo, no pueden darse por sentados y quedarían en peligro con el nuevo programa». ¿Qué riesgo corren las mujeres biológicas si se aprueba una 'Ley Trans'? Esta ley pretende despatologizar el proceso por el cual una persona puede cambiar su identidad sexual, dejar de aplicar métodos y criterios médicos que están obsoletos o que han sido rechazados por no tener base científica o empírica, facilitar los trámites legales para que el proceso de transición deje de ser la experiencia dolorosa, incluso denigrante, que es ahora. Frente al avance de los derechos trans, el feminismo trans-excluyente denuncia que las mujeres trans van a compartir baños con mujeres (con vagina) o que competirán en deporte femeninos o que los hombres se declararán mujeres para eludir denuncias de violencia de género. Ante la ampliación de derechos a las mujeres transexuales, el feminismo reaccionario opone el estatu quo de las mujeres con vagina.
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Hirschman nos da herramientas para pensar el hoy y desvela con su claridad y lucidez que la retórica reaccionaria no es patrimonio de los que consideramos tradicionalmente conservadores de derechas. Es una retórica que corresponde no tanto a las ideologías históricas, sino a un marco mental de pensamiento y a una mirada: o bien miras el mundo para entenderlo o lo miras para que se adecúe a tus ideas preconcebidas. En el primer caso, la incertidumbre, la duda, la insatisfacción ante lo que no se entiende sería el motor que te moviera. En el segundo, sería el reduccionismo y la intransigencia. En el primero, esa insatisfacción te invitaría a seguir luchando por algo mejor. En el segundo, reaccionarías a todo lo que supusiera un reto a tu comodidad. Mi modelo es Hirschman, alguien que, como dice Santiago Gerchunoff en el excelente epílogo al ensayo, nos enseña «a expulsar las certezas y a convivir con la incertidumbre y con la naturaleza contingente de lo humano y lo político».
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