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Imagen retrospectiva de José María Arizmendiarrieta, religioso que puso en marcha en Mondragón.

¿Seguir con el sueño de 'cooperativizar' Euskadi?

Se necesita volver a las fuentes del pensamiento de Arizmendiarrieta para conciliar competitividad empresarial y desarrollo humano

Juan Manuel Sinde

Presidente de la Fundación Arizmendiarrieta y socio colaborador de Laboral Kutxa

Jueves, 27 de julio 2023, 23:39

El 1 de julio se celebró el Día Internacional de las Cooperativas, lo que se viene repitiendo desde hace más de cien años y fue ... institucionalizado por la ONU en 1992 para distinguir una fórmula jurídica referente mundial de empresas con valores humanistas y que tiene en Euskadi un ejemplo de prestigio universal. No puedo olvidar que en ese mismo día de 1975, procedente de un banco industrial en Madrid, me sumé de forma ilusionada a una entidad, Caja Laboral, que no contaba con los recursos del primero (que, paradójicamente, fue absorbido unos años después) pero tenía un elemento capaz de suscitar una entusiasta adhesión: el propósito de promover empresas más humanas en un mundo más justo y solidario.

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En aquellos años en que se vivieron los estertores de la dictadura, la sociedad vasca se movilizaba para recuperar sus señas de identidad y, entre ellas, buscar un modelo económico más justo, para lo que la Experiencia de Mondragón era un referente excepcional. Algunas personas visionarias señalaban que la misión sería «cooperativizar Euskadi» (con la comprensible excepción, indicaban, de grandes empresas que, según su visión, «serían nacionalizadas»). Ambición e ilusión no faltaban al tratar de aplicar el móvil de Arizmendiarrieta de «transformar la empresa para transformar la sociedad».

La realidad se reveló más compleja. La incorporación del Estado español al espacio económico europeo y la sustitución del Ministerio de Trabajo por el Banco de España en la supervisión de las cooperativas de crédito modificaron radicalmente el escenario. A Caja Laboral se le limitaba realizar una política crediticia «solidaria» que consistía en asumir buena parte de las pérdidas de las promociones cooperativas que fracasaban. Los márgenes del negocio, por otro lado, no daban ya para tanto como antes.

La necesidad de internacionalizar los negocios cooperativos trajo consigo otra realidad ideológicamente paradójica: ¿cómo aplicar el principio de que el capital debe estar subordinado al trabajo cuando el capital es nuestro y el trabajo de otros?

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Esos cambios han provocado que hayamos pasado de 82 cooperativas en 1976, año del fallecimiento de Arizmendiarrieta, a 95 en 2022 (contando los Grupos Mondragon, Ulma y Orona), incrementando solo en 13 el número de cooperativas, cuando la cifra de SA o SL creadas superan ampliamente las 200. Lo que ha supuesto, por otro lado, que en los últimos 40 años cerca del 80% de los 40.000 puestos de trabajo creados lo hayan sido en sociedades anónimas.

Estos cambios se han producido, además, manteniendo los principios cooperativos y nuestras convicciones expresadas en los sucesivos congresos. ¿Bellas intenciones que no es posible aplicar más que en una pequeña parte de las nuevas realidades empresariales? Al contrario de lo que se podría pensar, ello no se debe a una menor adhesión a los valores y prácticas de gestión cooperativos, unánimemente compartidos, sino a la inadecuación de la fórmula jurídica para canalizar los proyectos de desarrollo de las cooperativas industriales existentes.

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Por ello tal vez sea necesario volver a las fuentes del pensamiento de Arizmendiarrieta, que buscaba sobre todo humanizar las empresas, reinventando un cooperativismo para los tiempos actuales. Aprovechando el humanismo cristiano en el que se educó, como importante fuente de inspiración también hoy, para encontrar nuevas fórmulas que concilien la competitividad empresarial y el desarrollo humano (y para las que, entre otras, puede ser también una opción el modelo inclusivo participativo de empresa que desde la Fundación Arizmendiarrieta estamos promoviendo).

La igual dignidad de todas las personas, la prioridad del bien común, los valores sociales favorables a la justicia social, a la solidaridad, a la cooperación y al compromiso con la comunidad son un suelo común de valor incalculable. Arizmendiarrieta concebía las cooperativas como «promotoras de un nuevo orden social» e insistía en que «nuestra meta es que se acepten los principios cooperativos no sólo en los límites estrechos de la actividad cooperativa sino también en los asuntos del Estado y, en general, en la vida de la nación».

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Supondría reverdecer el sueño de cooperativizar Euskadi, aunque utilizando fórmulas jurídicas diversas. Ambición que tendría que ser asumida por las actuales y futuras generaciones de líderes empresariales, que busquen retomar los sueños iniciales reformulándolos con el sentido práctico que siempre ha caracterizado la cultura de la Experiencia Cooperativa.

Los tiempos cambian y supondría, en definitiva, seguir atentos a lo que indicaba Arizmendiarrieta en el sentido de que lo importante no es durar, sino renacer y adaptarse.

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