Cuando uno viaja a Sicilia y visita Agrigento, Cefalú, Siracusa, Taormina o Catania experimenta la sensación de que nada cambia. Todo sigue igual como hace ... siglos y milenios, aunque todo haya cambiado. No es solo la presencia del Etna que dormita o se despereza a discreción, sino que los templos griegos y las arenas romanas transmiten la inmutabilidad de la isla. Por Sicilia han pasado los griegos, fenicios, romanos, normandos e incluso españoles que cambiaron muchas cosas, pero el paisaje y el alma de la isla siguen intactos en su perdurabilidad. Fue, tal vez, esta profunda sensación de inmanencia lo que llevó a Tomasi di Lampedusa a escribir en su 'Il Gatopardo': «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie» (Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi).
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Es este, al parecer, el sentimiento que preside el ánimo de Pedro Sánchez al realizar el drástico cambio de ministros en su Gobierno. El presidente ha cambiado a sus ministros, pero nada ha cambiado en su Gobierno, que sigue anclado en la circunstancia y en las condiciones que lo hicieron posible. Anclado en su vicio de origen. Dadas las características del Ejecutivo de Sánchez, tan solo cabe cambiarlo mediante una convocatoria de elecciones. Los cambios de ministros y asesores tan solo constituyen cambios cosméticos que no afectan a la esencia de su Gobierno.
Pedro Sánchez se sustenta en el poder gracias al pacto de legislatura firmado con Unidas Podemos (UP) y al apoyo parlamentario de ERC, EH Bildu y PNV. Su frágil mayoría parlamentaria necesita de la extrema izquierda representada por UP y los nacionalistas vascos y catalanes que tratan de medrar explotando la debilidad del Ejecutivo sanchista. Esta última crisis de Gobierno ha demostrado, además, que Sánchez no es dueño de alterar su composición, dado que tan solo puede remodelar una parte, al no poder cambiar a los ministros de UP.
Por mucho que Sánchez pretenda recomponer las relaciones con Marruecos, adecuar la legislación laboral a los parámetros exigidos por Bruselas o controlar el desaforado endeudamiento de España, está sometido a lo que una parte de su Gobierno y sus apoyos parlamentarios le imponen. Podemos y los nacionalistas están a favor de la autodeterminación del Sahara y ello impide una relación amistosa con Rabat. Pese a lo que Nadia Calviño pretende, el gasto público sigue incrementándose a demanda de podemitas y nacionalistas y la reforma laboral depende de una ministra de Podemos que está por la abolición de la anterior ley.
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Sánchez no es dueño del rumbo de su Gobierno ni en lo que afecta a la política exterior, ni a la contención de la deuda pública, y tampoco en lo referente al cambio del marco laboral en la dirección que Bruselas demanda. En lo que se refiere al ordenamiento territorial de España, Sánchez se halla maniatado por las apetencias de sus socios nacionalistas.
Con los últimos cambios ministeriales, Sánchez tan solo puede aspirar a ganar tiempo y alargar hasta 2023 su permanencia en La Moncloa, pero la usura producida por su acción de gobierno ha provocado una reacción creciente que algunos califican de 'antisanchismo' y que la demoscopia parece avalar. Sánchez necesitaba dar una golpe espectacular para simular un cambio de rumbo en su política, pero desgraciadamente todo sigue igual a pesar de rejuvenecer y feminizar su Gabinete. Todo sigue igual, porque Sánchez nada puede cambiar, so pena de cambiar sus alianzas o convocar elecciones.
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El único gran cambio que Sánchez puede abordar es el del acuerdo de legislatura con el centroderecha español. Ese sí sería un cambio que permitiría corregir el rumbo desnortado de la política sanchista. Pero Sánchez no está por la labor de inclinarse por el 'bien o interés público' que un cambio de rumbo traería consigo. Ello chocaría con su narcisista voluntad de poder que prefiere cambiarlo todo con tal de no cambiarse a sí mismo. El problema de Sánchez es que identifica el bien público con el suyo propio. Su voluntad autocrática le impide renunciar a la demonización de quienes podrían sacarle del atolladero.
Cambiar ministros para que todo siga igual es una cortina de humo que no podrá ocultar las pasadas fallas de la legislatura. No podrá disimular la mala gestión de la pandemia, ni la ruina de nuestra economía, ni los pujos cesaristas y autocráticos al ignorar la división de poderes, tampoco el deterioro de nuestra reputación exterior y aún menos los errores políticos con respecto al separatismo catalán y sus indultos.
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Cuando el príncipe Salina de 'El Gatopardo' percibe que el mundo cambia a su alrededor, sabe que nada cambiará en su Sicilia sempiterna. Sánchez, campeón de la resiliencia, pretende que todo siga igual cambiando a sus ministros y gurús, pero algo fundamental está cambiando y es la percepción que de él tenían incluso los suyos. Y es que Sánchez no es el Etna, ni siquiera uno de los templos de Agrigento. Es contingente y además está amortizado.
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