La aprobación de los Presupuestos pareció abrir una etapa de estabilización política. No ha sido así, dada la prisa que ha tenido Esquerra en exigir ... el fin de la llamada «desjudicialización»; es decir, el desmantelamiento de las barreras normativas que se oponían a un 'remake' de la declaración unilateral de independencia del 27 de octubre de 2017. Con las reservas formales propias del caso y del estilo de su protagonista, el presidente Sánchez se ha apresurado a atender el nuevo órdago, poniendo en marcha la reforma a la baja del delito de malversación que afectaba a los rebelados del 27-O. Y si truena afirmando que no habrá referéndum de autodeterminación, de inmediato Illa nos devuelve a la realidad: «Habrá consulta a los catalanes». Lo mismo, con palabras de engaño.
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La perversión del vocabulario es una vez más el indicador de la voluntad de rendición exhibida por Pedro Sánchez desde que inauguró la fase de «diálogo». Sus orígenes son, sin embargo, anteriores. Recuerdo hacia 2017 una visita a una facultad madrileña de Políticas del 'embajador' de la Generalitat, el exsocialista Ferran Mascarell. El decano se vio obligado a proponer mi intervención, centrada en la propensión a esconderse detrás de los eufemismos por el independentismo y sus socios políticos. Entonces no se trataba de embadurnar las normas, con la sedición diluida en desórdenes graves, sino del propio discurso independentista. ¿En qué quedaba el «¡visca!» de la gallina de Lluis Llach reducida a «¡visca la desconexió!» en los eslóganes secesionistas del momento? Ridículo.
En su ejercicio de funambulismo para prolongar el apoyo de ERC a costa del orden constitucional, Pedro Sánchez ha agotado su credibilidad como defensor del mismo y, lo que es peor, se ha quedado sin cartas para su juego. El tándem Aragonés-Rufián no le permite llegar tranquilamente a las elecciones, para que después él elija, según los resultados, entre defender la Constitución o acceder a la concesión final, la consulta del artículo 92 disfrazada de referéndum decisorio, en caso de necesitar el voto de los diputados de ERC.
El presidente ha permitido que la partida catalana esté trucada desde el principio, en la medida en que el otro jugador desecha toda adecuación al orden constitucional y solo acepta el referéndum para la independencia. Con la recaída involuntaria en el humor negro, habitual en quienes defienden lo indefendible, un órgano gubernamental elogia que Sánchez haya conseguido introducir la división en las filas independentistas. De momento, es posible, pero veríamos hasta dónde llegaba la 'inflamación' general de los hoy enfrentados si el Gobierno de Madrid pasase a defender la letra y el espíritu de la Constitución. Acostumbrados como están a que el Ejecutivo les abra las puertas para una nueva declaración indolora de independencia.
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Claro que siempre cabe argumentar a favor de la consulta/referéndum si la independencia es el deseo claramente mayoritario de los catalanes, al representar la expresión de dicha voluntad. Gustase o no, atenderla sería la única solución democrática. Solo que este no es el caso y que después del Brexit conocemos bien los riesgos de convertir los procedimientos democráticos en ruletas rusas.
Obviamente, al desmantelarla Sánchez y autodestruirse Ciudadanos, la opinión constitucionalista puede ceder paso al espejismo de esa Cataluña mayoritaria por la independencia. Aquí no cabe olvidar que el avance del 'procés' ha tenido poco que ver en contenido democrático con los ejemplos de Quebec, Escocia y Montenegro, por cuanto el independentismo catalán ha sido en la última década un nacionalismo agresivo de exclusión. Con la complicidad del PSC en el tema crucial de la enseñanza y en simbólicos tales como la rotulación pujoliana, ha consistido en una permanente 'desespañolización' forzosa. A fin de cuentas, en su calidad de totalitarismo horizontal, de totalismo, con la obsesión rufianesca de que constitucionalismo es franquismo, la dimensión sectaria del independentismo desemboca en una política anticatalana, empobrecedora, solo eficaz para ahuyentar el pluralismo democrático de la vida social y política.
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Sánchez ha elegido secundar dicha táctica, satanizando a la derecha, con el consiguiente incremento de la tensión en el sistema político, hasta el peligroso nivel alcanzado con el proyecto sobre la malversación, más la enmienda-morcilla de la reforma judicial. A la maniobra de respuesta del PP ha seguido por doquier un lenguaje de fractura del sistema, de contienda incivil que diría Unamuno. ¿Adónde vamos?
Así las cosas, puede parecer contradictorio, pero defender una solución constitucional de reforma es también defender a Cataluña. Y de rechazo salvar al PSOE de la deriva hacia la ciega servidumbre respecto de un funámbulo político. Atento solo a su propio equilibrio caudillista y a la consiguiente instrumentalización en beneficio propio de un partido imprescindible para el sistema político español. Sin preocuparle que su ciego 'progresismo' reavive el fantasma de la guerra civil.
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