Que España vive desde hace unos años una situación de polarización y enfrentamiento político extremo es un hecho irrefutable. En demasiadas ocasiones creo que nuestra ... clase política -y créanme que no libro a ninguna sensibilidad ideológica- ha sido tan sumamente irresponsable que ha contribuido a que esa misma intolerancia haya permeado, con la gran ayuda del lado más oscuro de las nuevas tecnologías, las prácticas de convivencia en ciudadanía que desde la recuperación democrática tanto costó asentar. Y esto -permitánme nuestros y nuestras representantes políticos la reprimenda- es de una insensatez tan descomunal que, tan solo por ello, debería ya inhabilitarles para ese trabajo que , finalizada la dictadura, en nuestra adolescencia recibimos con indisimulada esperanza: el noble ejercicio de la política.
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Que hoy en día, en pleno siglo XXI en un Estado de la UE, el discrepante político sea observado como un enemigo a combatir, cuando no a expulsar de la escena pública, resulta preocupante desde una óptica de civilidad. Precupación que, si tenemos en cuenta cómo se ha comportado la sociedad española a lo largo de su historia cuando estos indicadores alarmantes han hecho aparición, se torna escalofriante temor. Y es que la empatía en política practicamente ha desaparecido de escena, un fenómeno que ha propiciado que también lo haya hecho en el mundo del deporte, del trabajo, de las relaciones amicales, vecinales o familiares.
Quien no comulga con mis colores o ideas tan solo es un ser despreciable con quien no deseo compartir espacio común y además se hace acreedor a insultos y descalificaciones. Quien no pertenece a mi grupo es un rojo de mierda, un facha asqueroso, un perroflauta inmundo, un pepero, un 'botifler', un 'indepe' comemierda o un despreciable hincha del Deportivo de La Coruña o del Betis, y por ello merece ser vilipendiado o apaleado. Así de simple y así de penoso.
Desde el Gobierno se desprecian los posibles acercamientos a la oposición, desde la oposición se niega cualquier reconocimiento a los logros conseguidos por el Gobierno, desde los nacionalismos periféricos se reniega de cualquier pulsión central y desde los sectores más centralistas se hace mofa de los particularismos 'aldeanos' de la periferia. La posibilidad de acercamiento al diferente es una ocasión cada vez más exótica, por escasa, en el ecosistema de relaciones que se está fraguando en la sociedad española.
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José Antonio Marina afirmaba que «los seres humanos necesitamos vivir colectivamente. Hay una inteligencia que emerge de la interacción y se desarrolla en el contexto social, que crea cultura, inventa costumbres e incide en el modo de sentir y de actuar de las personas. Ese capital social de la comunidad tiene un enorme potencial para mejorar nuestra sociedad a través de la cooperación, la compasión y el altruismo». Pues bien, estas reflexiones del filósofo no han sido tenidas en cuenta por nuestra clase política, la misma que ha eliminado del ejercicio de la gestión pública algo tan importante como la compasión hacia el otro. Como dice Adela Cortina, «para alimentar la compasión es necesario situarnos en el lugar del otro y reconstruir lo que siente, pero la empatía cobra su coloración moral positiva cuando se pone al servicio de la compasión. El sentirse urgido a hacer algo para prevenir y remediar el sufrimiento es el síntoma de la compasión auténtica». Como resultado, nuestra clase política, con su falta de pedagogía social, ha contribuido a generar una auéntica 'balcanización' de los discursos que ha sido aceptada por una parte significativa de la sociedad, que la pone en práctica, con indisimulada crueldad, diariamente en discusiones de taberna o en las redes sociales.
No confío demasiado en nuestra actual clase política; aun así creo necesario, por apremiante, hacer un nuevo llamamiento a su responsabilidad para cuidar y propagar consignas radicalmente distintas a las actuales. La sociedad actual, marcada por la diversidad y la interculturalidad, requiere, más que nunca, de una ética que reivindique unos valores compartidos entre los que destaca, además de la empatía, el respeto y la crítica constructiva, la corresponsabilidad junto a los diferentes. Porque, como decía R. Steiner, «una vida social saludable solo se consigue cuando en el espejo de cada alma la comunidad entera encuentra su reflejo, y cuando la virtud de cada uno vive en toda la comunidad». La balcanización de los discursos solo puede conducirnos a un lugar muy alejado del espacio común de la ciudadanía, ese que puede terminar con la ciudadanía misma. Ocurrió en los Balcanes, y no estamos vacunándonos adecuadamente contra ello.
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