Gotzone Sagardui lo dijo ayer con la precaución debida: «Comienza a verse un cambio de tendencia». Y las gráficas le dan la razón: lo más ... alto de la ola pandémica empieza a quedar atrás. Por sexta vez. La reiteración dificulta el entusiasmo. Quizá les ocurra lo mismo a los himalayistas. Subes dos o tres veces el Everest y empiezas a relativizarlo todo. O a entenderlo todo por el lado filosófico de la renuncia. Entiendes, por ejemplo, que tener la incidencia acumulada a catorce días por encima de 6.000 sea un dato optimista, un buen presagio, cuando hace no tanto, en los sucesivos planes Bizi Berri, tener esa misma incidencia por encima de 500 era la señal de «alarma excepcional» que justificaba las medidas más severas.
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Desde luego, hay que ver cómo cambia todo. También que vayamos a consignar como un éxito el descenso de los contagios dos semanas después de que se aflojara precisamente la detección y el rastreo de los contagios al estar el sistema sobrepasado. La consejera niega sin embargo que eso sea así y explica el cambio de tendencia por el fin de la Navidad y por lo bien que funciona la web de Osakidetza que orienta al ciudadano con los nuevos protocolos. Yo añadiría a los factores decisivos que las curvas son como son y llevan en su misma naturaleza lo de subir primero para bajar después. Esta curva que ahora parece que baja comenzó a subir en el País Vasco a mediados de noviembre. «No vamos bien», advertía entonces la consejera Sagardui. Y, yendo mal, nadie podía imaginar entonces que estaba a punto de identificarse en Sudáfrica una nueva variante del virus con vocación de ferrari contagioso.
Otra cosa curiosa de las olas es su escasa utilidad cronológica. No conozco a nadie que te sitúe un hecho en la tercera ola o en la quinta. No descarten que el modo de combatir la séptima ola consista directamente en ignorarla. Pueden estar seguros de que la política va a aprender que la principal razón de que haya malos datos es la costumbre errónea de consignarlos. Lo que va a ser más difícil de ignorar son los destrozos. Nunca llega el momento de parar y evaluar los daños. Y los daños son profundos y variados. Un informe de Cáritas define el impacto económico y social de la pandemia como «un shock nunca antes visto».
Windsor
Ositos de cargo
El modo en que últimamente relacionamos cada circunstancia que atañe a los Windsor con una próxima temporada de 'The Crown' demuestra el modo en que la realidad desemboca en Netflix. Bueno, pues ya está aquí: 'The Crown' chocando con 'Black Mirror'. Me refiero a la noticia de que el príncipe Andrés mantenía sobre su cama una colección de peluches que incluía ositos con lazos e hipopótamos y obedecía un orden estricto que el servicio debía respetar si no querían que el hijo de la Reina tuviese «un berrinche». La filtración viene de un exmiembro del equipo de seguridad de la familia real y coincide con el juicio por abusos sexuales a Virginia Giuffre cuando esta era menor. Y como en un capítulo siniestro ideado por Charlie Brooker, lo de los peluches es de pronto, más que una prueba de cargo, una sentencia. Aunque, más allá de la ridícula excentricidad, nadie sepa qué significado real pueda llegar a tener.
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Franco
No mancharé
La Audiencia de Madrid absuelve al artista que pintó una paloma regulera sobre la lápida de Franco en el Valle de los Caídos. Según la sentencia, no atentó contra la libertad religiosa ni profanó nada. Mejor así. Tampoco vas a encarcelar a quien merece copiar mil veces 'No mancharé las cosas'. Pero qué sentencia rara. ¿No son todos los jueces hijos de franquistas y franquistas ellos mismos? A la espera de que lo aclare Echenique, puede que estuviesen distraídos, los jueces. Y no les llamó la atención franquista que alguien pintara la tumba de Franco.
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