Tanto Felipe González como José María Aznar han reivindicado la Constitución al mismo tiempo que piden lealtad. Coinciden en que el gran problema de España es que se han roto las reglas del juego por el llamado independentismo catalán. Han sido cuatro décadas que, según ambos, han supuesto «lo mejor de la historia de España». Ahora se trata de llevarse el gato al agua antes de que se convierta en un tigre del tamaño del odio. Los dos rivales están de acuerdo en que ese tiempo, ahora que se cumplen los 40 años de la Ley Fundamental, está amenazado por el independentismo catalán, que se ha hecho independiente incluso de la verdad. Creen que no han logrado construir una épica de la Transición, sino un simulacro donde fallan los simuladores.
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El fallo judicial será el próximo asalto de un combate en el que unos y otros llevan las de perder. Los lazos amarillos han cambiado de color sin necesidad de ir a la tintorería. El escaso crédito que le queda a Pedro Sánchez se está consumiendo a ojos vista, aunque nos resistimos a verlo y cerremos los ojos para no ver lo que se nos viene encima y por los dos lados.
El tacto de la audacia siempre ha consistido en saber hasta dónde se puede llegar demasiado lejos, pero no deja de ser confortador que Felipe González y José María Aznar reivindiquen la Constitución sin saltarse las reglas de juego. Los acuerdos de última hora solo consiguen prolongar las vísperas. Mientras, Íñigo Urkullu apoya una España confederal inspirada en Europa. La solución es buena si no se encuentra alguna mejor o si no se sabe cómo buscarla.
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