¿Oyen ese ruido como de mecanismo superior e inapelable que se activa? Son las fuerzas motrices de la historia sincronizándose para quitarles a los ... menores el móvil. No en plan atraco. En plan formativo. Sucede en el momento justo, cuando ya no extraña ver a un niño recibiendo llamadas en el reloj. Y cuando no debe de quedar un solo colegio que se resista a creer que lo avanzado es meter una pantalla en cada mochila de Primaria. Pues justo ahora llegan en serio las recogidas de firmas, las escuelas preocupadas y las regulaciones administrativas. También los ejemplos: en Italia el Gobierno impone a las operadoras el control parental y en Irlanda una pequeña ciudad se ha confabulado para que los chicos no tengan móvil hasta los catorce.
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En China también va a limitarse por ley la conexión para los niños. Aunque puede que no se haga por la infancia sino por la patria, al haber detectado Xi Jinping que le estaba creciendo ensimismada y blandengue la fuerza laboral del futuro.Si no les basta con Xi Jinping, Ayuso y Juan Lobato han hecho una pausa en la batalla de Madrid para impulsar una comisión que estudie el impacto de las pantallas en los jóvenes. Casos como el de los grupos de whatsapp con porno violento en los que terminaron mil alumnos de Gipuzkoa solo pueden acelerar un proceso que se enfrenta a dos problemas: el de regular vidas privadas y el de ponerle puertas al campo. Los padres buscan en el colegio, el municipio o incluso el Estado una autoridad superior que les permita justificar ante sus hijos que ni móvil ni móvil, que no hay móvil que valga. Habría que ayudarles. Cada vez está más claro que el smartphone no debería ser un regalo incontenible sino un rito de paso a la edad adulta. Mi propuesta es de hecho que se le entregue al joven -a poder ser entre danzas, ayahuascas e invocaciones- como si fuese una lanza con la que se le permite adentrarse en la selva digital porque ya está listo para defenderse solo. O porque, al menos, lo aparenta.
Países Bajos
Populismo capilar
Los tiempos son convulsos y abundan las teorías sobre el populismo antidemocrático. El triunfo de Geert Wilders en las elecciones de Países Bajos parece confirmar que la teoría más solvente es la de la extravagancia capilar. Trump, Boris Johnson, Milei… Todos lucen peinados originales. Y ahora triunfa Wilders, que, más que un peinado original, parece llevar puesto el pelo de otra persona. Bolsonaro es la excepción que pone a prueba una regla que, de confirmarse, aleja a Santiago Abascal de Moncloa a menos de que medie una visita muy enloquecida a Turquía.
Se recuerda ahora con razón que Geert Wilders es antisistema, antiislamista y eurófobo. Puestos a recordar, también fue uno de los líderes europeos que en 2017, tras el referéndum ilegal en Cataluña, tuiteó fotos de las cargas policiales para denunciar que la Policía estaba golpeando al pueblo que solo quería votar. Sucedió en un extraño caso de intervención sincronizada. Junto a Wilders, el UKIP del Brexit, los ultraderechistas austriacos, la siempre ejemplar Alternativa para Alemania o los separatistas xenófobos flamencos. Seis años después, y una amnistía inminente mediante, no sabemos si esta gente tan rara tenía en el fondo razón.
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