Casi el 56% de los adultos españoles tiene sobrepeso. ¿Y la dieta mediterránea? Nos la debemos de haber comido al completo varias veces. O quizá ... había en ella algo de mito meridional. En Noruega y Dinamarca fríen con mantequilla, grasa de morsa, o lo que sea, y esa gente nos aventaja en normopeso, que es como llaman los expertos al tonelaje óptimo. A ese respecto los vascos estamos algo mejor que la media española. Pero tampoco aparece aquí el hecho diferencial pese a vivir constituidos en gastrocracia autónoma. Sabemos además por el Gobierno vasco que nuestro destino natural es compararnos con las democracias nórdicas. Así que nos sobran kilos. Y eso que los médicos se pasan el día advirtiéndonos del riesgo del sobrepeso, los nutricionistas señalando malos hábitos y el teléfono indicándonos lo poco que hemos caminado. Al mismo tiempo, las exsecretarias de Estado nos educan para deconstruirnos y entender que hay gordofobia y falta de cuidados -delitos más graves que el antisemitismo- donde solo parecía haber quinientas calorías diarias menos.
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Quiero decir que la época tampoco es sencilla. Está llena de peligros, dogmas, paradojas y matices. Incluso el Dios del Génesis debería afinar si quisiera ser exacto: «Ganarás el pan con el sudor de tu frente, pero sin sudar en realidad, casi sin moverte, pasándote el día frente a una pantalla y tumbándote después frente a otra mientras pides comida con el móvil porque serás tan inútil que no sabrás hacerte una tortilla». Así que al final el que no engorda por los bollos engorda por la ansiedad. Los kilos de más también parten a la sociedad en dos. Si ayer indicaban alegría y posibles hoy pueden denotar incultura y pobreza. Si comer cualquier cosa es barato, una cesta de la compra rebosante de alimentos frescos y saludables es un gasto de primer orden. En nuestra sociedad la verdadera aristocracia viste de negro, exuda ascetismo y está afilada como un cuchillo. A Manuel Alcántara, niño del 40 al fin y al cabo, le sorprendía que fuese prestigioso tener ese aspecto como de exhumación reciente.
EE UU
Vote a Supertrump
Se animan las primarias republicanas. Trump se refiere a Nikki Haley como 'Nimbra', versión trumpiana del primer nombre de su rival, Nimarata, que es indio como los padres de Haley, lo que en Trumpilandia la hace inelegible, como Obama: recordarán que en trumpista no se decía Barack sino Hussein. Que Trump redirija sus motes de matón confirma que la lucha republicana, de haberla, es cosa de dos. ¿Cómo ha reaccionando Haley? Muy bien, actualizando Hammurabi: ojo por ojo y 'bullying' por 'bullying'. La aspirante republicana lanza la posibilidad de que Trump esté gagá. Es que en un mitin el expresidente la nombró a ella varias veces cuando se refería a Nancy Pelosi. «No podemos tener a nadie más que quizá no sea mentalmente apto para el cargo», proclama ya Haley por los mítines y los platós, metiendo a Biden y a Trump en el mismo saco al no poder meterlos en una residencia. La estrategia es vistosa pero imperfecta. Obvia la posibilidad de que, a estas alturas, al votante de Trump el deterioro neuronal no le parezca un problema sino una ventaja objetiva: una especie de superpoder que lo vuelva todavía más imprevisible, más imprudente, más irascible, más terco, más desorientado.
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