El absentismo vasco es legendario por el lado laboral y comienza a preocupar también por el lado de las guarderías. ¿Faltan los puericultores? No, qué ... va. Faltan los niños. Desde el lunes el Gobierno vasco va ocuparse de esos chiquillos que no aparecen por la haurreskola y luego te ponen esa carita, con esos ojitos y esos mofletitos, y te hacen esos ruiditos de modo que cuesta que caiga sobre ellos todo el peso de la ley. Se entiende que los niños no se ausentan de la guardería porque quieren. Tienen las criaturas como mucho dos años. Es todo cosa de sus padres. El fenómeno consiste al parecer que la gratuidad del servicio ha disparado las ausencias sin justificar. Como si las guarderías públicas fuesen ahora un servicio que funciona a la demanda del ciudadano, que igual hoy prefiere llevar a la criatura a media mañana donde los abuelos o quedarse con él en casa aprovechando que el adulto tampoco va a trabajar y se genera así en el hogar una especie de cumbre absentista intergeneracional.
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El problema es por supuesto que hay familias para las que una plaza en una guardería publica es en términos de supervivencia tan necesaria como el oxígeno y no consiguen una plaza. Por eso Educación va a comenzar apercibiendo a las familias de los alumnos que no alcancen un 80% de asistencia durante dos meses o se ausenten diez días seguidos sin justificación. Por ahora sin sanción. Tras la pedagogía, que tal vez incluya lecciones sobre el valor de lo común, cabe imaginar que llegará el castigo y los niños que no utilicen el servicio adecuadamente dejarán su plaza a otros que con un poco de suerte la necesitarán todos y cada uno de los días de la semana. La intensidad de esa necesidad se advierte en estas fechas. El periodo de matriculación termina el mes que viene y hay familias que esperan las listas de inscritos como se espera una lotería que resuelva por un lado un problema de intendencia y por otro uno económico. Que el niño utilice después el recurso público a capricho es recaer en un error conocido: entender que lo que es gratis no lo está pagando, en realidad, un montón de gente.
21-A
Tienen un mensaje
El último debate de la campaña electoral fue el mejor entre otras cosas porque los candidatos probaron a hacer algo nuevo: debatir. El género, en fin, requiere de una cierta combatividad en la contraposición y funciona cuando los participantes no solo recitan sus mensajes sino que hablan entre ellos animados por una mínima pasión argumental. Si la interlocución directa siempre es arriesgada -el temor al fiasco, a la pifia viral, al mito del error que hunde una campaña encorseta asombrosamente a los candidatos-, también puede ser creativa. Ayer Imanol Pradales le quiso decir a Pello Otxandiano que el país merece un lehendakari que condene el terrorismo y el lapsus fue magnífico, casi psicoanalítico: un lehendakari que «condone» el terrorismo. Otro de los fenómenos interesantes de los debates de esta campaña ha sido la fundamentada réplica tardía: ese candidato que titubea en un cruce con el adversario y es en el turno siguiente, unos minutos después, cuando mejora su intervención previa como imbuido por una sabiduría aplastante, repentina e infusa. Se habla mucho de lo del móvil en las aulas, pero, si queda un rato libre, habría que ocuparse también de lo del móvil en los debates.
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