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Presidente de todos

Editorial ·

El nuevo mandatario de Estados Unidos necesitará de sus propios aciertos y también del concurso del Partido Republicano para restablecer la unidad en un país profundamente dividido

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Jueves, 21 de enero 2021, 02:24

La toma de posesión de Joe Biden como presidente de Estados Unidos deja atrás la era Trump e inaugura una etapa de mayor concordia y ... solidaridad, de mayor sujeción a los principios constitucionales de aquel país, de mayor respeto hacia las instituciones y de una franca apertura a mostrarse atento a las necesidades del resto del mundo. El propio Biden señaló ayer qué es lo que pretende desterrar del presente y para el futuro de EE UU: el supremacismo blanco, el negacionismo, la mentira y el miedo. La ceremonia desarrollada ante el Capitolio, con las calles de Washington vaciadas por las medidas de seguridad, reveló lo que el nuevo presidente advirtió: «las fuerzas que nos dividen son profundas y son reales». De ahí que en su llamada a la unidad mostrara la verdadera llave de un ejercicio inclusivo de las libertades: «el desacuerdo no debe llevar a la desunión».

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El nuevo inquilino de la Casa Blanca subrayó que «la democracia es frágil», pero también que «ha vencido», al hacerse eco de la paradoja sobre la que deberá iniciar su mandato: el asalto al Capitolio como reflejo de la profunda división que Trump se dedicó a acrecentar durante cuatro años y como ese horror catártico que puede contribuir a la reunificación del país. Un horror que el nuevo presidente se atrevió a anunciar que no ocurrirá más. «No me digáis que las cosas no pueden cambiar», exclamó Biden en su alocución para transmitir confianza a los ciudadanos y, a la vez, reclamar su compromiso. Pero si ayer el ya presidente dijo a los ciudadanos «ponte en la piel del otro, aunque sea por un momento», necesitará cuatro años y más para convertirse de verdad en presidente de todos, como se comprometió a ser, restableciendo la sintonía que las instituciones fueron perdiendo durante décadas respecto a millones de estadounidenses descontentos, propicios para la manipulación populista. Una tarea que no podrá emprender sin el concurso del Partido Republicano. Y sin que el trumpismo -vía 'impeachment' o no- acabe siendo residual en la vida pública de Estados Unidos. La ausencia de incidentes en la jornada de ayer es un buen punto de partida para la recuperación de la normalidad democrática y para dar cauce a los primeros diecisiete decretos con los que Biden inaugurará su presidencia.

El nuevo presidente declaró ayer disponerse a hacer frente a la pandemia «como una única nación», a asegurar que haya sanidad para todos y a reconstruir la clase media, e insistió en la justicia social como aspiración que rija su mandato. Pero su propósito de «avanzar con urgencia» se topará con límites presupuestarios, legados en parte por la Administración anterior, pero que derivan fundamentalmente de la situación económica general. De modo que solo la reactivación de la actividad podrá sostener los cambios que se plantea introducir para una mayor cohesión social en Estados Unidos y para que ello se haga palpable en el corto plazo mediante empleos estables.

Biden se dirigió ayer a un mundo que fue conminado a desconectarse de Estados Unidos por Donald Trump prometiendo que reparará las alianzas tradicionales en tanto que socio fiable, valiéndose para ello del «poder de nuestro ejemplo» más que del «ejemplo de nuestro poder». No en balde, el máximo mandatario de la primera potencia del mundo sabe que solo podrá ser presidente de todos los estadounidenses si es capaz de representar, a través del diálogo con los gobernantes del resto del mundo, el papel de líder global.

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