Todas lo sabemos. Y todos. La cuestión es llenarlo con algo, creo. Yo, últimamente, he visto cosas que no creeríais. Un sapo grande tragándose vivo ... a un escorpión venenoso. Cinco hienas hambrientas abatiendo a una jirafa. Un cocodrilo luchando con un tigre. De niño quería ser veterinario y ahora me encantan esa clase de vídeos, fíjate. Y no tengo ni que buscarlos. Me salen por todos los lados. Se me ofrecen. Puedo pegarme horas viendo uno tras otro sin darme cuenta. Llenando el vacío, supongo. O sea, saben lo que me gusta y me lo proporcionan en bucle. Y caigo. Y entonces aprovechan para hacer publicidad de lo que necesito, ya saben qué. De ese modo dejan que mi cerebro vuele libre. Es decir, pegado a la pantalla.

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En fin, no hago más que leer y oír hablar sobre el avance la inteligencia artificial, los algoritmos cada vez más sofisticados, el inminente metaverso y todo ese mundo que dicen que ya está aquí y que parece tan divertido y espeluznante. A mí me da miedo. Pero también me genera una curiosidad extraña, obvio. En cuanto mejore un poco la calidad de los videojuegos se nos va a ir la olla, lo siento, eso es lo que pienso. Ya se nos está yendo mucho desde hace algún tiempo, ¿no? Otra cosa es decir que eso es normal, vale. Pero entonces, lo normal es cada vez más loco. Porque, si lo he entendido bien, lo que ya no va a ser normal es no estar loco, no sé si me explico. Vamos, que en alguna parte hemos perdido el rumbo. Suponiendo que hubiera un rumbo bueno que perder. Porque puede que no lo hubiera y vayamos encarrilados. En una especie de tren sin frenos, quiero decir. Ya me entiendes.

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