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José Ibarrola

Bondad abominable

Suele anidar en el ámbito familiar o aparece de repente, como la enfermedad

Domingo, 16 de febrero 2025, 00:05

WC. Fields, aquel comediante sarcástico, dipsómano de narizota bulbosa, lúcido y soez, compañero ocasional de reparto de la rotunda Mae West (otra lengua abrelatas), aseguraba ... que alguien que detesta a los animales y a los niños no puede ser mala persona del todo. Esta jocosa frase escandalizaría a los actuales cursis censores y en especial a los buenos y buenas abominables, que no consiguen ser apreciables buenas personas, aunque estén convencidos de que sí. Todos soportamos a algún bueno abominable. Suele anidar en el ámbito familiar o aparece de repente, como la enfermedad, sin previa invitación, intenta franquear nuestra puerta interior y nos pone en nuestro sitio ayudándonos a descubrir cosas feas de nosotros mismos que nos conviene saber para mejorar, ser más buenos y tratar de parecernos a ellos.

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El bueno abominable pregona y hace alarde de altruismo, vuela siempre recto hacia altos fines y es tan empalagosamente bueno que se lo comen las moscas (lástima que sea en metáfora y no de verdad). Y es que uno de estos buenos te hace sentir fatal porque no puedes evitar compararte a la baja con él, y si lo evitas, ya se encargará el propio bueno de marcar la comparación de manera sibilina y como quien no quiere la cosa. De este modo, deslumbrado por el faro de su bondad y generosa renuncia a los intereses materiales por los que tú reptas y pierdes el culo, te sientes un gusano cegado tanto por sus destellos como por tu miserable codicia en busca de la torpe ganancia.

Al bueno abominable a veces tardas en descubrirlo, puede dar el pego. Un bueno abominable es por ejemplo el 'Nazarín', de Buñuel, basado en la novela de Pérez Galdós, cuya cargante bondad y soberbio sentido de la humillación saca lo peor de quienes tienen que aguantarlo y provoca desastres.

Además, a uno también le cabrea el bueno abominable que le haya caído en suerte porque intuye que por debajo de esa capa de bondad hay algo más calculador y menos encomiable de lo que parece; algo poco luminoso y mezquino dictado por resentimientos y envidias; y que su desinterés ante las recompensas materiales es por simple incompetencia, falta de coraje o de talento.

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Y en fin, al bueno abominable no le gusta cómo nos conducimos y le defraudamos una y otra vez. No somos dignos de merecerlo; no apreciamos como deberíamos sus ejemplos y guías de conducta. Aunque al final, al bueno abominable tampoco es que le sirva de mucho su falsa bondad pegajosa, porque ya lo dice la incontestable coplilla popular: «Y vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos».

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