Nunca sabremos (en el sentido de estar plenamente avisados de lo que se avecina) qué clase de elementos, plagas o novedades pueden aparecer en el ... horizonte de la vida humana en este planeta (que es no sólo el único planeta donde se desarrolla por el momento, sino también el único al que pertenece). La covid (enfermedad, pandemia, condicionante de la economía y las relaciones sociales) ha sido invitada a la Historia por una compleja red de circunstancias que, no siendo impredecibles, sí lo fueron para nosotros, la gente de a pie, quienes siempre miramos para otra parte, o sea, a la parte familiar de nuestro entorno donde se asientan las bases inmediatas de la supervivencia. Son los científicos quienes miran hacia lo posible y lo probable en el ámbito de las grandes cosas, los que trabajan vigilando lo que puede pasar, lo que pasará si Dios no lo remedia y lo que está pasando allí donde nadie salvo ellos puede ver qué sucede.
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Ahora las imágenes del Cumbre Vieja llenan las pantallas y las páginas de los diarios y producen un enérgico fenómeno mediático que nos fascina con visiones, historias y comentarios. Los volcanes son cosa de la geología y cosa de la Tierra (y de los vulcanólogos), pero las imágenes y las noticias en torno al Cumbre Vieja solo son posibles con la tecnología actual y con los medios de comunicación basados en esta tecnología. La erupción, como fenómeno mediático y social, se alimenta de la energía portentosa del fenómeno natural que es la erupción. En el siglo XVIII hubo varios volcanes activos en Canarias, pero estas erupciones fueron totalmente invisibles para los habitantes de otros lugares, salvo que consideremos relevantes los dibujos y grabados que pudieron hacerse con mayor o menor fidelidad y que no fueron accesibles a la mayoría. No había medios (nunca mejor dicho) para extraer la energía mediática del fenómeno. No creo que hubiera tampoco negacionistas de la cosa. Actualmente los hay hasta de la nieve, porque el carácter inmaterial, irreal y hasta manipulable de las imágenes que se transmiten en cantidades inmensas ha contagiado a las mismas imágenes que nuestro cerebro crea con ayuda de los sentidos, y a los mismos datos sensoriales que, en cualquier momento, alguien puede imaginar contaminados por alguna fantástica y generalmente inútil conspiración.
Cuantas más imágenes artificiales nos rodean -algunas, incluso, generadas por ordenador-, más energía gana la creativa paranoia humana para alimentar versiones alternativas de la realidad que resultarían, como el volcán, fascinantes si no causaran daño. En tiempos remotos, el incrédulo necesitaba «ver para creer», pero en los tiempos actuales le basta ver ciertas cosas para empezar a sospechar.
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