Se me está rompiendo el discurso, lo sé. No obstante, a todos se nos está rompiendo el discurso, claro. Se nos está haciendo añicos, me ... temo. Ahora bien, puede que no esté mal, no sé si me explico. Cuidado con los discursos de ayer. No sabemos en qué mundo vivimos. A duras penas, en todo caso, todavía estamos intentando entender un poco el mundo en el que vivíamos hace cuarenta años. Pero las fuerzas y factores que ya desde el futuro están actuando en la realidad de hoy los ignoramos y, por tanto, los hiperbolizamos porque tenemos mente de alimaña; no sé si me explico, repito.
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Las causas de la guerra de Ucrania o de la especulación energética, por ejemplo, no radican en los agravios históricos del pasado, sino en los del futuro, claro. Que ya están ahí, medrando en la sombra como es su obligación. Los agravios del pasado solo son un pretexto. En cualquier caso, ahora ya todo es mercado de futuros. El mundo es ya otro. Todo son apuestas de chicos arrogantes y ambiciosos con alcohol gratis en un casino trucado regentado por una cuadrilla de mafiosos. Yo lo resumo un poco así, no sé si te hará gracia. A mí no, claro.
Pero esa no es la cuestión ahora. Porque ahora la cuestión es que acaba de llegar la primavera. Y eso es lo importante. O debería serlo, creo. La vieja dama nos visita de nuevo. Así que voy a aprovechar que ya está aquí, con su sombrerito de flores y ese mareante perfume de violetas o de lo que sea que suelta, para pedirle mis tres deseos de este año. Primero: por favor, primavera, concédeme sabiduría para soportarme a mí mismo porque a veces no entiendo ni mi propia letra y me desespero inútilmente por los caminos sinuosos. Segundo: concédeme un poco de fe en la especie humana ya que me da la sensación de que estamos llegando al momento de tener que elegir si cedemos o no los mandos de la nave a la inteligencia artificial (suponiendo que aún podamos elegir) y es una cosa que me aterra porque lógicamente me temo lo peor. Y tercero: ¿por qué no iluminas las mentes de nuestros líderes, querida primavera, para que nos libren de las feroces garras de la banca privada?
Estamos atrapados en su codicia. Nos obligan a darles todo el dinero. Si no lo hacemos nos convertimos en delincuentes. Nos cobran lo que les da la gana y nosotros no podemos hacer nada. No es justo, primavera. Si me tuviera que conformar con un único deseo, preferiría que fuera este último. Sé que los otros dos son imposibles. Aunque creo que el tercero también lo será. Así que si me permites, te voy a pedir uno extra, por si acaso: Evita, si puedes, que se carguen la sanidad pública. Por favor.
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