Tienes ego y tienes conciencia. Yo también. Tenemos las dos cosas. El ego es brutal, nunca te libras de él. La conciencia es darse cuenta: ... es atención. Pero también podría decirse que es una aspiración a la verdad y a la justicia, es correlativo. El ego es individual. La conciencia es colectiva. Hasta los perros tienen conciencia. Si tienes dos perros y a uno le das un pimiento y al otro le das un pollo asado, el que ha recibido el pimiento va a ser consciente del agravio y es muy probable que se enfade. Ver es ver el agravio. Y agravio siempre hay, claro. En mayor o menor medida. El diálogo entre el ego y la conciencia está ahí desde que éramos bacterias. Ese diálogo, ese debate continuo, rige nuestra evolución. La evolución empezó cuando una bacteria vio y quiso comerse a otra por primera vez. De modo que la justicia no solo es importante: es el eje en torno al cual todo en la vida vibra y gira: una cuestión de equilibrio.
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Así pues, existe lo que podríamos denominar un 'Mínimo de Justicia Necesaria'. De lo contrario, se activa el mecanismo de la guerra. Que es lo que a los egos les gusta. A los egos les encanta exhibir groseramente la injusticia para provocar la guerra. Ahora que Musk y Trump ya están aquí, tal como temíamos, vemos a sus acólitos europeos, Orbán, Le Pen, Salvini y demás, organizando una fiesta en España, invitados por el vasco Abascal. Observamos su excitación, es ostensible. Y cuando se hace tan ostensible, cuando se anima a exhibirse con tanto impudor, hay que tener cuidado. Lo primero que ha dicho Trump es que compremos más armas. Preferiblemente a él, claro, supongo, le digo a Lucho. Y aún me suelta: Esperemos que sea para bien.
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