Llega un momento en el que la vida parece una farsa. Es triste, supongo, pero bueno. Tarde o temprano, nos llega a todos. Y a ... partir de entonces, pues eso: tienes que vivir con ello. A no ser que seas un ser especial. O hayas vendido tu alma a alguna empresa rara. Lo cual, claro, conlleva algunas ventajas. Como, por ejemplo, la de no pensar por ti mismo. Que puede que no esté mal, ojo: yo ahí no me meto. Pero si no, o sea, si ves la farsa una vez, ya siempre la ves. Es lo que tiene la farsa, que se manifiesta como una diosa ante la que no queda otra que asentir. Vivimos en una época maravillosa. Todas lo son. Cada una a su manera, obvio. Pero cuando yo nací, aún había una parte de la Humanidad viviendo en el paleolítico, en tribus de cazadores. Sin agricultura. De hecho, mis abuelos nacieron cuando aún no había electricidad en las casas y se usaba un arado tirado por un burro para labrar la tierra. Y yo ahora llevo en el bolsillo un espejito con el que puedo verlo todo y hacer magia. Todo está cogiendo mucha velocidad, ¿no?
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Por cierto, ya han pasado diez años del rescate a los bancos. ¿A que parece mentira? 55.000 millones, creo. Diez añazos. Fue en 2012, en mayo. ¿Alguien se acuerda de Luis de Guindos, el cerebro? Cómo hablaba. Y las cosas que decía. Las condiciones del préstamo son extremadamente positivas, dijo, por ejemplo, a propósito del tema, con su habitual desenvoltura. He ahí una inscripción para la Historia. Parece humor absurdo, pero no lo es. De hecho, eso es lo malo. Que la vida es así. Que funciona como una farsa. Las palabras parecen muy importantes, pero ya ves. Diez años. ¡Feliz cumpleaños, eh!
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