Los primeros que han subido a los altares, en un ejercicio de gimnasia celestial encomiable, han sido monseñor Romero y Pablo VI. Se supone que en el cielo no hay achuchones porque las localidades están reservadas, pero en este planeta seguimos a codazos, cada uno buscando su localidad. Hace dos días, que es un parpadeo en la historia del tiempo, el PdeCAT reiteró su obediencia al llamado 'prófugo de Waterloo'. Todo sería más fácil, dentro de las dificultades, si Torra no se hubiera echado al monte, pero lo único que ha hecho hasta ahora ha sido comerse el orégano.
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Lo que más persiguen los separatistas es derribar al Estado, para después reanudar las conversaciones sin que todos hablen a la vez. El presidente del Gobierno no cree que España sea ingobernable y sigue creyendo que lo único que hay que hacer es juntar sus pedazos, pero el problema es que faltan algunos para completar el puzle. Demasiado para Sánchez y para cualquiera que lo sustituya, porque los suplentes son tan malos como los titulares. Se ha acabado aquel tiempo cancionero donde decíamos eso de «qué buen vasallo si hubiera buen señor».
Los vasallos somos tan malos como los señores. La diferencia es que ahora nos llaman votantes. Construir patria con materiales de derribo tiene su mérito porque sabemos que nunca queda como nueva. El asalto al cielo, cuando no se tienen pértigas, es especialmente dificultoso, pero hay que intentarlo una y otra vez. El desánimo nos lo hemos prohibido algunos. Sabemos que lo peor de caerse es tener que levantarse para recogernos del suelo a puro pulso.
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