La Universidad, institución centenaria cuyo nacimiento está intrínsecamente ligado al humanismo, prohibió durante siglos el acceso de las mujeres y, en España, hubo que esperar ... a 1868 para que Emilia Pardo Bazán pudiera matricularse y luego se convirtiera en la primera catedrática. En la actualidad, con una institución feminizada pero desequilibrada en su estructura, las cátedras siguen siendo espacios copados por los varones, titulares de 3 de cada 4. Mientras las mujeres enfrentan techos de cristal y suelos pegajosos, propuestas culturales reaccionarias como las tradwives, que retoman la mística de la feminidad que teorizó Betty Friedan en los 60s, sugieren a las mujeres que estudiar no merece la pena. Al mismo tiempo, toma protagonismo un pensamiento que considera que la igualdad es perjudicial.
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La Universidad está en la diana de estos mensajes que devalúan la educación superior, el mejor ascensor social que nos hemos dado, justamente para quienes han luchado durante siglos para acceder. Como el faro humanista que siempre ha sido, la Universidad se enfrenta al reto de proteger el acceso y progreso de las mujeres, velando por la igualdad en la construcción del conocimiento. Pese a los avances, la historia demuestra que los derechos duramente conquistados pueden retroceder. Pensemos en las afganas que lo han perdido todo ante la mayor de las indiferencias.
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