La sestaoarra que dio sabor a Nueva York
Casa Moneo, el ultramarinos que regentó Carmen Barañano en Manhattan, fue durante 60 años la tienda de alimentación preferida de los latinos de la Gran Manzana
Salvando las distancias, doña Carmen se sentía en Nueva York como en casa. A poco más de diez minutos de donde vivía estaban los muelles del río Hudson, muy parecidos a los que ella había conocido de niña en Sestao. En ellos se respiraba el mismo ambiente marinero e industrial que en la ría de Bilbao, y las voces que se escuchaban en esa parte del barrio de Chelsea también le resultaban agradablemente familiares: aunque utilizaran acentos diferentes hablaban en un castellano que ella sí podía entender (no como el inglés) y de vez en cuando hasta sonaban en euskera. Aunque Manhattan estaba muy lejos del Abra Carmen podía compartir añoranzas vizcaínas no sólo con sus hijos y algún primo que otro, sino con los numerosos paisanos que pasaban por su tienda para charlar, desgranar recuerdos lejanos y de paso comprar latas de bonito del Cantábrico, bacalao para hacer al pil-pil o boinas de La Encartada.
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Little Spain, el rinconcito hispano que se extendía entre Chelsea y Greenwich Village a lo largo de la calle 14, era verdaderamente una «pequeña España» y Casa Moneo –detrás de cuyo mostrador reinaba nuestra protagonista– además de embajada de la República Independiente de Sestao servía de lugar de imprescindible reunión para todos sus vecinos. Era el lugar donde comprar bacalao, chorizos, jamón, aceite de oliva, pimentón, azafrán, turrones y otros mil productos que permitían replicar allá en el lejano New York las recetas que amaban los inmigrantes. Daba igual que fueran vascos, españoles de otras regiones, cubanos, puertorriqueños, mexicanos, argentinos o colombianos: Carmen Barañano tenía algo especial para cada uno de ellos, directamente traído desde su tierra natal y especialmente adecuado para aliviar morriñas. Generalmente eran conservas de Ondarroa, hierba mate, sidra, chiles, queso manchego o harina para arepas, pero también tenía un hueco en el almacén para castañuelas, guitarras, barajas españolas, txapelas, alpargatas y discos de Los Xey, Los Bocheros o Antonio Machín. Lo que no podía importar lo sustituía mediante ingeniosas soluciones, como cuando el Departamento de Sanidad de EEUU prohibió la entrada de embutidos extranjeros y doña Carmen encargó a la charcutería neoyorkina «Los Hispanos» que le hicieran chorizos con una receta que ella misma les dio.
Ahora que tenemos tantos ingredientes a nuestro alcance resulta difícil imaginar la extraordinaria importancia que Casa Moneo y su propietaria tuvieron para la comunidad española y latina de la Gran Manzana. Era el ultramarinos del barrio para los habitantes de Little Spain y el comercio de referencia de otros muchísimos clientes que peregrinaban desde Brooklyn, Harlem o Nueva Jersey hasta el número 218 de la calle 14 Oeste (a finales de los 60 se trasladó al 210) para adquirir productos que no se vendían en ningún otro sitio. El viaje nunca era en balde, ya que muy cerca se encontraban la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe (fundada en 1902 como la primera parroquia de habla hispana de Nueva York), la sociedad benéfica y centro social de La Nacional (creada en 1868 por iniciativa del cónsul español en NY, el donostiarra Joaquín Marcos de Satrústegui) e infinidad de negocios dirigidos al mismo público. Allí al lado estaba por ejemplo el Centro Vasco Americano, pero también la agencia de viajes, el hotel y el restaurante del busturiano Valentín Aguirre, el estanco de Bernardo Bilbao –más conocido por el apodo de «Plencia» debido a su pueblo de origen–, la tiendita del erandiotarra Juan Hormaza... Había peluquerías, tiendas de ropa, funerarias, cafeterías y panaderías donde atendían en castellano, euskera, gallego o catalán, y era costumbre inveterada aprovechar la visita a Casa Moneo para comer en La Bilbaína, el restaurante que estaba justo encima y del que prometo hablarles aquí dentro de poco.
Casa Moneo estuvo abierta casi seis décadas, entre 1929 y 1988, pero su historia comenzó el 23 de diciembre de 1880 con el nacimiento en Sestao de una niña llamada María del Carmen Victoriana Natividad Barañano Castaños. A los 17 años se casó con el bilbaíno Jesús Moneo Gorroño y juntos regentaron un pequeño café en la calle Rivas número 21, muy cerca de los Astilleros del Nervión y de Altos Hornos. Buscando una vida mejor Jesús y Carmen se fueron a México con sus cuatro hijos, sufriendo la mala suerte de que allí les pillara de lleno la Revolución Mexicana y de que el marido muriera en 1910 por un disparo perdido. La familia se dividió entre América y Europa, pero Carmen no cejó en su empeño emigrante: el 19 de diciembre de 1920 puso los pies por primera vez en Nueva York procedente de Le Havre (Francia). Trabajó en una fábrica textil hasta que en 1929, con la ayuda de sus hijos Jesús y María Luisa, cogió en traspaso el ultramarinos de un asturiano y lo convirtió en Casa Moneo.
Carmen vivió momentos difíciles como el boicot que por su ideología carlista le hicieron los republicanos durante la Guerra Civil o la muerte durante la misma de su hermano Policarpo Barañano (el «capitán del Arriluze» , abuelo de Luis de Lezama). Otros fueron felices, como los homenajes que recibió de sus vecinos en Little Spain o la Orden del Mérito Civil que le entregó el embajador ¡y portugalujo! José María de Areilza. Se dio el gusto de visitar Sestao siendo ya octogenaria y poco tiempo después, el 23 de noviembre de 1969, murió tranquilamente en su casa de Nueva York. Casa Moneo siguió dándole sabor a Manhattan casi veinte años más.
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