Gesto reconfortante hacia una mujer refugiada que llegó ayer con su familia a la base de Torrejón. reuters

Mujer, campo de batalla

Análisis ·

El daño que sufren las afganas no es un efecto colateral, sino una parte intrínseca de un proyecto religioso, político, económico y social

Viernes, 20 de agosto 2021, 00:00

Es difícil olvidar el impacto que produjo en Europa saber que una de las estrategias de limpieza étnica del Ejército serbio durante la guerra de ... los Balcanes consistió en campos de internamiento donde se violaba sistemáticamente a mujeres bosnias musulmanas. En los medios se habló de horror, monstruosidad, perversión, como si la violación masiva de mujeres se debiera a mentes enajenadas por la guerra. El tiempo y los estudios académicos han superado esa fase primera del horror y de las interpretaciones simplistas y nos ofrecen formas de analizar esos hechos como una violencia que no se reduce a lo que comúnmente conocemos como «violencia sexual» (es decir, la violencia como forma de satisfacer un deseo, materializada en el daño ejercido contra una mujer) sino que estaríamos ante una violencia por medios sexuales que lo que busca es el poder y se sirve del sometimiento sexual de las mujeres (comunidades de mujeres) para conseguirlo.

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Esta es la tesis interpretativa de la antropóloga Rita Segato, quien analiza cómo en la guerra de los Balcanes la violencia contra las mujeres deja de ser un efecto colateral de la guerra (como pudieron ser las violaciones que los soldados del ejército de ocupación soviético cometieron contra las mujeres alemanas al final de la Segunda Guerra Mundial) para convertirse en objetivo estratégico. La destrucción del enemigo y la apropiación del territorio se inscribe en el cuerpo de la mujer, un «campo de batalla en el que se clavan las insignias de la victoria», en el que se marca la devastación física y moral del enemigo.

Así fue en los cercanos Balcanes, así fue también en la lejana Ruanda. Pienso en estos ejemplos y en esta forma de interpretar la violencia contra las mujeres mientras leo en un periódico digital que la afgana Nilofar Bayat, capitana del equipo de baloncesto en silla de ruedas, será acogida en Bilbao gracias al equipo Bidaideak Bilbao BSR. Me alegra la noticia, pero no dejo de pensar en las miles de mujeres que quedan atrás, anónimas, desconocidas, en las que el ejército talibán clavará sus propias insignias de la victoria.

Las mujeres afganas sufren una violencia que no es concentrada y expresa como la que sufrieron las mujeres bosnias musulmanas en los campos de violación serbios, pero es igualmente una violencia estratégica, sistemática y de largo recorrido, ejercida por un grupo en una guerra continua en la que la categoría mujer es un objetivo principal. El daño que sufren las mujeres bajo su régimen no es colateral sino parte intrínseca de su proyecto religioso, político, económico y social, en el que la libertad de la mujer queda anulada, en la que la esclavitud sexual de mujeres y niñas se ejerce con impunidad.

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Esa violencia desbarata cualquier vínculo familiar y comunitario anterior a su ley y obliga a los hombres que no comparten la interpretación radical que los talibanes hacen de la sharia a ejercer violencia contra sus propias mujeres. Los testimonios que nos llegaron del periodo en el que el talibán estuvo en el poder (1996-2001) fueron escalofriantes. La lista de prohibiciones y leyes contra los derechos humanos de la mujer es larga, pero destaca la prohibición de salir de casa si no es con un guardián designado, la prohibición de recibir educación a partir de los 12 años, de tener un empleo fuera del hogar, de reír en público, la obligación de vestir con burka, la posibilidad de morir lapidada por adulterio.

Hay miles de mujeres que quedan atrás, anónimas, en las que los talibanes clavarán sus insignias de victoria

Vrinda Narain señala en un estudio publicado en 'The conversation' que en los territorios que el régimen talibán ha recuperado, las mujeres son sometidas sexualmente, ofrecidas como «esposas», es decir, en esclavitud sexual, a aquellos que se unan al ejército talibán. Los líderes rebeldes que antes de entrar en Kabul tomaron control de las provincias de Badakhshan y Takhar ordenaron a los líderes religiosos que crearan una lista con niñas a partir de los 15 años y viudas de menos de 45 para entregarlas a talibanes.

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Dicen que la guerra en Afganistán ha terminado con la victoria del ejército talibán. Algunos, como el jefe de la Defensa de Reino Unido, Nick Carter, incluso piden «ser paciente con ellos, contener nuestros nervios y darles tiempo para formar gobierno». Pero ninguna guerra acaba cuando se firma la paz, sobre todo para la población civil, en este caso para las mujeres que saben que el control fundamentalista de sus cuerpos es imprescindible para la consecución de la paz talibán, más cruel si cabe que su guerra porque con su aceptación se abandona toda esperanza.

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