El mar de Barents es el mayor cementerio nuclear del planeta
Más de un centenar de submarinos soviéticos y rusos descansan en su lecho, cada uno con un reactor nuclear capaz de provocar otro Chernóbil
Domingo, 24 de mayo 2020, 00:06
El horizonte ártico, además de las guerras estratégica y económica, acoge también un desastre ecológico fruto de la constante contaminación que han sufrido sus ... aguas y su biosfera durante los últimos sesenta años. Allí ya el 30 de octubre de 1961 se detonó, a cuatro kilómetros de altura y sobre la isla de Nueva Zembla, la llamada Bomba del Zar, de hidrógeno, la mayor explosión provocada por el hombre.
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La locura soviética, con fines más propagandísticos que científicos, empequeñeció con sus 50 megatones a Hiroshima, casi 3.800 veces inferior. El llamado 'emperador de las bombas' generó energía térmica que podría haber causado quemaduras de tercer grado a una persona que se encontrara a 100 kilómetros.
Pero aquella agresión al ecosistema apenas quedó en anécdota al compararla con la contaminación del mar de Barents que han causado los residuos procedentes de las Armadas soviética y rusa. Más de un centenar de submarinos desechados están depositados en su lecho tras ser retirados de las flotas del Norte y del Pacífico, cadáveres radiactivos con los reactores nucleares aún a bordo. Según un capitán de la Marina retirado, cada uno de ellos puede producir una radiación similar a la que generó la central atómica de Chernóbil en 1986.
Submarinos nucleares
También allí quedó sepultado en 2000 el 'Kursk', a más de 100 metros de profundidad con los cadáveres de toda su tripulación dentro, hasta que pudo ser reflotado un año después. Otro negro ejemplo lo constituyó el K-159. Las dificultades económicas del Estado ruso desde la caída de la URSS hizo insuficiente el mantenimiento de los buques y submarinos, por lo que se repitieron accidentes y naufragios.
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También los norteamericanos han contribuido a la contaminación de la zona. En la memoria queda el desastre del petrolero 'Exxon Valdez' en 1989 cerca de Alaska, donde vertió 41 millones de litros de crudo, afectó 26.000 kilómetros cuadrados de aguas oceánicas y mató a cientos de miles de aves y mamíferos marinos.
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