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El candelabro

Tiquismiquis

Soy de las que siempre bajan la tapa del váter, apagan la pantalla del teléfono móvil después de cada llamada y tiran la bolsa de ... la basura bien cerrada con dos nudos. Llámenme perfeccionista, tiquismiquis... Llámenme incluso insoportable. Yo seguiré pensando que gente como yo ahorra muchas molestias a sus semejantes.

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Este fin de semana he tenido en casa a una amiga que se dedica a organizar el caos en el que habitan muchos desordenados y hemos estado intercambiando opiniones... Lo curioso en este caso es que yo provengo de la barbarie. Hija de una madre ordenadísima, relimpia y superorganizada, mi infancia estuvo sembrada de amonestaciones y castigos por culpa del desbarajuste que originaba a mi paso.

De colegiala, mi pupitre era una jungla de cuartillas, gomas de borrar agujereadas y lápices mordisqueados en el que había que entrar a machete. Una compañera de alma caritativa solía ordenármelo de vez en cuando.

No recuerdo en qué momento muté. Si fue de golpe o paulatinamente. Pero el gusto por el orden se acabó apoderando de mí. Sorprendida, se lo comenté a un psicólogo amigo mío. Me dijo que en el fondo era normal, que la organización es una habilidad que se adquiere con los años. Puede ser.

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Hoy no es que sea Marie Kondo (¡Dios me libre!) y mis armarios tienen todavía mucho que mejorar, pero mi casa es un lugar donde todo parece estar en su sitio. Porque a mí la sensación de orden y limpieza me produce paz mental. Pero me da que voy al revés del mundo.

Lo que se lleva ahora es sentarse en el suelo en plena calle, no tirar de la cadena en un váter público ni recolocar la silla de la que acabas de levantarte. Para muchos eso será 'cool' y casual. Para mí es guarrería y falta de consideración. Debe de ser que soy una tiquismiquis.

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