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RAFA GUTIERREZ

La madrugada 'ilegal' pone la guinda a la segunda jornada del Azkena

Jorge Martínez dedicó el tramo final de su concierto al primer álbum de la banda y se evocó como «un niño hechizado por una guitarra» cuando vivía en Vitoria

Sábado, 18 de junio 2022, 07:14

Había ayer en el Azkena una cofradía bastante numerosa que empezó la jornada (a las seis, a las siete, a las ocho) pensando ya en ... el concierto de las dos menos diez de la mañana. Y no, no se trataba de ninguna estrella internacional en una visita extraordinaria a nuestro país, sino de Ilegales, nuestros Ilegales, los Ilegales de siempre. De hecho, la primera canción de Ilegales que se escuchó ayer en Mendizabala ni siquiera la cantó Jorge Martínez: a eso de las seis y media de la tarde, un espontáneo se hizo con el micro de la cantante de los americanos Surfbort y se puso a vocear 'Dextroanfetamina', con más entusiasmo que afinación. Hay gente para la que un concierto de Ilegales siempre es un acontecimiento que justificaría cualquier trasnoche.

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Y la actuación de anoche de la banda asturiana sirve para entender por qué, aunque en su primera mitad la guitarra no sonó con la nitidez y el poderío que suelen caracterizarla en los conciertos en sala. Jorge Martínez dio las gracias al público por su «capacidad de resistencia» y su «buen gusto» al esperarlos hasta esa hora y se lanzó a uno de sus conciertos infalibles, porque hay que rebuscar mucho en las crónicas de los últimos cuarenta años para dar con noches malas de Ilegales. Ya, todos sabemos (y Jorge el primero) que lo que tira de su repertorio son los clásicos, las canciones de aquellos primeros elepés repletos de himnos, así que seguramente preferiríamos que descargase el 'setlist' de temas más recientes, pero tampoco es que esa producción más actual (con sus letras más barrocas, más Siglo de Oro) lastre en exceso el conjunto. Y, además, siempre existe la seguridad de que la compensación será generosa: ahí estuvo, poco después del arranque, la potente dosis de su cuarto disco, con ese 'Chicos pálidos para la máquina' y ese 'Ángel exterminador' que redefinen la idea de rock adulto. O ahí estuvo esa parte final del concierto que dedicaron íntegramente a temas de su debut, por la cosa del cuarenta aniversario, aunque Jorge casi se disculpó por la debilidad nostálgica: los fans la gozaron al escuchar seguidas 'Yo soy quien espía los juegos de los niños', 'Tiempos nuevos, tiempos salvajes', '¡Hola mamoncete!', 'Caramelos podridos' y 'Problema sexual'.

Con amor a quien se ofenda

A los conciertos de Ilegales se va, en buena medida, para renovar unos cuantos rituales. Hay momentos cuya repetición es celebrada por los seguidores: van desde algo tan tontuelo como ese «puta» que Jorge regurgita al final de la provocadora 'Eres una puta' (que ayer dedicó «con amor a quien se ofenda») hasta algo tan serio como la transición casi mágica entre 'El norte está lleno de frío' y 'Enamorados de Varsovia', cuando el líder ilegal enhebra con pasmosa facilidad chirridos y arpegios. Sin olvidar, claro, ese verso de 'Yo soy quien espía los juegos de los niños' («nuevos cantantes hacen el ridículo en viejos festivales como Eurovisión») que el público invariablemente vitorea, y anoche también. Como siempre, Jorge tocó la guitarra con precisión de cirujano (aunque quizá no haría mucha gracia que a uno le operase una versión quirúrgica del artista), sacando pecho, frunciendo los labios, flexionando las piernas y estremeciéndose como si los solos le recorriesen el cuerpo hasta salirle por los dedos.

Pero, claro, a los conciertos de Ilegales también se va en busca de lo nuevo, que puede ser el «techno-punk» de 'Juventud, egolatría', pero sobre todo suele adoptar la forma de algún parlamento del vocalista y guitarrista. Ayer nos recordó que «buscarse líos es bueno y lo realmente peligroso es la mansedumbre», describió la carrera de su grupo como una combinación de canciones estúpidas («que me encantan», puntualizó) y otras de más profundidad («el panfleto constante nos hincha los cojones», añadió) y, sobre todo, tuvo un recuerdo emocionado para aquellos años de la infancia que pasó en Vitoria. Se describió a sí mismo como «un niño hechizado por una guitarra», pero no una cualquiera, sino una muy concreta que se exhibía en un escaparate de la capital alavesa: en aquellos tiempos, 1968, «si tenías una guitarra eléctrica, eras un marciano», así que sus padres se negaron en redondo a comprársela, pero Jorge logró pagársela con los premios de concursos de pintura y dibujo. Así que Ilegales nacieron hace cuatro décadas en Asturias, pero resulta que su semilla empezó a germinar en Vitoria hace más de medio siglo.

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Y ahí sigue hoy el almirante ilegal, obsesionado por las seis cuerdas. El concierto acabó pasadas las tres, pero Jorge Martínez no se quería marchar y se hizo el remolón brindando y saltando por el escenario: «Es un placer hacer guarrerías a esta guitarra a estas horas de la noche y que encima no me detengan ni nada».

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