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El voluntariado, la poderosa palanca que mueve el mundo

Cada 5 de diciembre se reconoce el trabajo de millones de voluntarios y voluntarias que construyen sociedades más solidarias, igualitarias y cohesionadas

Adriana Carrillo

Miércoles, 3 de diciembre 2025, 20:12

Acompañan a personas mayores en sus casas y en hospitales; recogen plásticos y basura en playas o lechos de ríos; apoyan todas las tardes a escolares en sus deberes; despachan desayunos, cenas y meriendas en comedores sociales; desarrollan actividades formativas, lúdicas y deportivas con menores, jóvenes, o personas con discapacidad, enfermedades mentales o en situación de dependencia. Son algunas de las labores que diariamente realizan más de 800 millones de voluntarios en el mundo (según datos de la ONU de 2022) y más de 320.000 en Euskadi (según estimaciones del Gobierno vasco de 2023). Un trabajo que resulta esencial en las sociedades actuales al ofrecer asistencia allí donde no llegan las administraciones públicas.

Desde 1985 Naciones Unidas dedica el 5 de diciembre a celebrar el Día Internacional del Voluntario y a reconocer la labor de este auténtico ejército de personas que dedican su tiempo, esfuerzo, conocimientos, habilidades y experiencia a construir sociedades más igualitarias, resilientes, solidarias y cohesionadas.

«La labor del voluntariado, así como el papel del tercer sector y de las asociaciones, es fundamental en nuestro territorio, donde tenemos organizaciones de toda índole que forman parte de nuestro ADN, que hacen posible que avancemos hacia una sociedad con mayor sentido comunitario -en el sentido más amplio de la palabra-, que nos cuidemos más entre nosotros mismos», reconoce Asier Aranbarri, director de Innovación Social y Agenda 2030 del Gobierno vasco. Esa tradición de asociacionismo y voluntariado tan arraigada en Euskadi se traduce en un alto porcentaje de participación, con cifras que indican que más del 17% de la población ha realizado voluntariado en 2023 (el último dato con el que cuenta el Gobierno vasco) en ámbitos tan diferentes como el deporte, la ciudadanía o el apoyo a la mujer.

Pegamento de la comunidad

«La labor de los voluntarios es un intangible -que es aquello que no se ve- pero su aporte es enorme, es lo que sustenta a una sociedad, lo que hace de pegamento de la comunidad», reivindica Txema Delgado, voluntario de NagusiLan, una asociación que lleva desde 1995 acompañando a personas mayores en hospitales, residencias y en su casas para paliar la soledad no deseada y «que nadie se quede atrás porque estar en una residencia y que no tengas quien te visite es dejar atrás».

Basándose en los Programas de Voluntariado para Jubilados y Personas Mayores (RSVP) que surgieron en Estados Unidos hace más de cuatro décadas, las personas voluntarias de NagusiLan han encontrado varias maneras de contribuir a la sociedad a través de la lucha contra el aislamiento social. La asociación mantiene activos a casi 900 voluntarios, la mayoría ya jubilados, que llegan a su vez a más de 6.000 usuarios en todo Euskadi. El objetivo es aprovechar la sabiduría, habilidades y experiencia de las personas mayores para satisfacer las necesidades de la comunidad y mejorar el bienestar de otros mayores.

Delgado, que tras jubilarse de la Ertzaina empezó a colaborar con NagusiLan de la que ahora es uno de sus voceros, también forma parte de una iniciativa de acompañamiento intergeneracional con Berriztu, una organización que trabaja en el ámbito de la justicia juvenil, que estrecha vínculos entre jóvenes que han pasado por un tribunal de menores y personas mayores. «Lo que hacemos es compartir con los chavales, acompañarles en el proceso por el que están pasando, que vean que son necesarios, que con ellos también se cuenta. Se trata de hablar para transformar», explica.

Y es que para Delgado el gran poder del voluntariado reside en su capacidad para transformar, para romper barreras, para incluir. «Dar un paseo con las personas, escucharlas, compartir un rato con ellas también nos ayuda en nuestro envejecimiento activo», apunta. Y como el roce hace el cariño, se van tejiendo amistades y complicidades que nacen de las conversaciones, las risas, las excursiones y hasta los llantos.

NagusiLan también cuenta con un servicio telefónico, el Hilo de Plata, en el que 92 voluntarios y voluntarias mantienen conversaciones con 160 usuarios, acompañóndolos en su día a día, interesándose por su bienestar y siendo esa voz de ánimo al otro lado de la línea.

Haciendo camino al andar

Christian Rodríguez lleva más tres décadas subiendo y bajando montañas. Primero en su Guatemala natal y luego en Euskadi, donde en 2015 echó a andar Ibilki, una asociación que realiza actividades culturales, deportivas y de ocio a través del senderismo y «del trabajo transversal en temas de discapacidad, interculturalidad, inmigración, empoderamiento de las mujeres inmigrantes racializadas o personas sin hogar. Trabajamos para hacer la montaña más accesible en todos los sentidos. No solo para las personas con problemas de movilidad o visión, sino para gente que vive en la calle y no tiene la indumentaria apropiada para ir al monte, por ejemplo. Hacemos que la montaña sea el punto de encuentro de personas de diversos orígenes y el instrumento para romper los estereotipos sobre la discapacidad», explica Rodríguez.

Ibilki, que empezó acompañando al monte a usuarias y usuarios de las asociaciones Síndrome de Down del País Vasco y Mujeres con Voz, pronto cambió la dinámica para que los participantes se convirtieran en voluntarios y acompañantes de otras personas que necesitasen apoyo en los ascensos y excursiones. «Todo se fue mezclando y empezamos a hacer rutas más cañeras, saliéndonos de los caminos convencionales, yendo a vías ferratas y hasta escalando con personas que teniendo visión reducida acompañan a otros que no pueden ver o llevando a personas que se mueven en silla de ruedas hasta cimas a las que no pensaban que llegarían. Lo que queremos es que los participantes convivan y se centren en acompañar a los demás y no en la discapacidad». Hoy en día cientos de personas participan en las actividades que cada fin de semana organiza Ibilki. En unas salidas los usuarios se convierten en voluntarios y en otra se intercambian los papeles. «Todos somos ya parte de una gran familia», apunta Rodríguez.

Voluntarias de Ibilki en un ascenso al Gorbea IBILKI

Una familia que ha encontrado su hogar en la montaña y que acoge a todo el que quiera echar una mano, como a Exidia Pinto Romero, una voluntaria que empezó coloborando con el Movimiento Juvenil Cristiano en su Paraguay natal y ahora es una de las voluntarias más activas de Ibilki. «Empecé acompañando a menores con Síndrome de Down al monte, hablando y animándoles por el camino«, recuerda. Para Pinto la experiencia ha sido tan positiva que ahora también sus dos hijas, de 9 y 12 años, se animan a ir al monte, donde han aprendido, entre otras cosas, a guiar, a armar refugios y a manejar el carro que lleva a participantes que no pueden caminar. »Es que la solidadridad es contagiosa. Y las personas que participan son un ejemplo de fortaleza, de amor por el monte, por la naturaleza y por el ser humano independientemente de su origen«, concluye.

Cerrar la brecha digital

Para la mayoría de la población, hacer gestiones a través del móvil o de distintas aplicaciones es un gesto habitual. Consultar y pagar una factura, acceder a la cuenta del banco, completar algún trámite administrativo o pedir una cita médica online forma parte ya de sus rutinas. Pero para muchas personas esa transformación hacia unas sociedades más digitalizadas e hiperconectadas ha abierto una brecha tecnológica que una comprometida legión de cibervoluntarios intenta cerrar.

«Más de un tercio de la población española está por debajo de las competencias digitales básicas y esa brecha es más grande en el ámbito rural. La tecnología es una herramienta muy potente para mejorar nuestras vidas, para mejorar la situación, la calidad de vida, la situación profesional, la cultura, la comunicación, las relaciones sociales de cada persona», apunta Antonio Pulido, responsable de Incidencia Social y Cultural de la Fundación Cibervoluntarios, una organización que lleva 20 años trabajando para formar y capacitar personas de todas las edades en competencias digitales y que está conformada por más 5.000 voluntarios y voluntarias en todo el país.

Más de 200 cibervoluntarios trabajan en Euskadi.

«El voluntariado tecnológico es un potente agente transformador que contribuye a romper esa brecha digital para permitir el acceso al conocimiento, para empoderar a la ciudadanía y otorgarle autonomía y soberanía digital», continúa Pulido. En Euskadi más de 200 cibervoluntarios realizan talleres de prevención de discursos de odio entre la población más joven, intentando atajar la propagación de prejuicios machistas o racistas a través de las redes sociales. Ofrecen herramientas a los menores y jóvenes para que aprendan a incorporar la tecnología en sus vidas de una manera segura, para que construyan sus propios referentes en este ámbito.

El objetivo del civervoluntariado es «fomentar una ciudadanía activa y transformadora», reivindica Pulido. Pero también ofrecer cercanía a los usuarios y usuarias con formaciones presenciales a los que tiene acceso cualquier persona. Como en el caso de Ibilki, los voluntarios y voluntarias son personas que a menudo han hecho talleres y terminan convirtiéndose en formadores. Como apuntaba Exidia, «la solidadridad es contagiosa» y lo mejor es que no tiene cura.

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