El emprendimiento con los Knörr
ESPÍRITU EMPRESARIAL. Las ideas de más de 2.400 emprendedores alaveses han dado empleo a casi 5.000 personas en los últimos 20 años, según la Cámara de Comercio de Álava. A principios del siglo XX, en tiempos de carros y telégrafos, en una Vitoria con apenas 40.000 vecinos había que arriesgar
rosa cancho | igor aizpuru (fotografía)
Domingo, 28 de noviembre 2021
Dicen los Knörr que a muchos de ellos —y son más de 500– les pirra la cerveza. Pero no cualquiera: la pilsner, de fermentación baja, color dorado claro y que deja en el paladar notas de lúpulo amargo. Normal. En esta refrescante rubia reside el origen de una conocida familia alavesa que tiene miembros repartidos por la geografía vasca, la española, la alemana y hasta la canadiense. Llevan en el ADN el tesón de Roman Knörr (Ulm, Baden, 1863) fundador de una saga de emprendedores. Ese espíritu está también presente en una sociedad alavesa que pasó en 75 años de lo rural a lo industrial y que ahora persigue la innovación económica, social y cultural.
Los biógrafos de esta gran familia que acaba de estrenar su séptima generación cuentan que el tatarabuelo badenés, que era maestro cervecero, trabajaba en 1886 en la construcción del edificio de La Azucarera –llegó a Vitoria huyendo de las guerras francoprusianas–cuando conoció a Mariano Ortiz de Urbina, un indiano retornado de Argentina que fabricaba gaseosas. El vitoriano no lograba obtener una cerveza de calidad y pidió ayuda a Roman Knörr a cambio, entre otras cosas, de la mano de su hija mayor. Creó la rubia perfecta pero no logró casarse con la primogénita, que se metió monja. Se prendó eso sí de la pequeña, Pilar, con la que tuvo once hijos. Y entre bautizo y bautizo, los Knörr-Ortiz de Urbina impulsaron la cervecería La Esperanza y abrieron muy pronto dos negocios más en la ciudad, entre ellos la primera La Sucursal de la plaza de la Provincia, que más tarde, trasladada a Cercas Bajas, marcó el destino de una parte de esta saga vitorianogermana.
La historia de una familia tan extensa está jalonada de idas y venidas, de encuentros y desencuentros, de tradiciones y revoluciones... Como la de tantas. Es imposible abarcar en estas tres páginas su árbol genealógico, pero el lector podrá reconocer en los integrantes que han compartido su álbum familiar con EL CORREO los rasgos del emprendimiento. Esa necesidad de pelearse por una idea para llevarla a buen puerto, los trabajos a deshora, las renuncias a fiestas y vacaciones, la responsabilidad de tener empleados, la flema de animarse a crear una empresa de cero, los veranos ayudando en la empresa familiar, el vértigo de un escenario, la complejidad de la política, la seguridad de una empresa, el insomnio antes de una cirugía o de leer una cátedra, los viajes para estar al día sobre criptomonedas, la lucha por mantener viva una librería en un mundo globalizado...
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Cuando acabe 2021, medio millar de emprendedores se habrán puesto en contacto con la Cámara de Comercio de Álava para intentar vivir de su talento. Según sus datos, desde 1998 han recibido su asesoramiento 2.462 empresas que han creado 4.669 empleos. Esto ha ocurrido en una ciudad con más de 250.000 habitantes, muy alejada de aquella otra de los años 30 que marcó el futuro de los Knörr y que con apenas 40.000 vecinos era más conocida por su agricultura y sus cuarteles y conventos que por sus inventos.
María Soledad, Román, Cristina, Virginia, Idoia, Laura, José Ramón y Eneko han realizado de la mano de este periódico un viaje nostálgico a su infancia. La tía Sol, María Soledad, madre de la parlamentaria popular Laura Garrido, pertenece a la tercera generación de los Knörr arraigados en tierras alavesas. «El abuelo se codeó con toda la gente importante de la época», recuerda y cita a Adrián Aldecoa o Ignacio Lascaray. «Quería montar un negocio para cada hijo», agrega. María Soledad confiesa que de pequeña, cuando su abuela Pilar ya viuda se trasladó a vivir con ellos, revolvió el baúl familiar en busca de secretos. Si los encontró, se calla. «La abuela era muy madraza, ella siempre decía que estaba o con txistu o con tamboril», dice picarona, en alusión a los embarazos de una mujer que debía tener un gran carácter.
El segundo de los hijos del matrimonio, otro Román, se quedó al frente de 'La Sucursal' en 1917, al fallecer su padre en Pamplona. Adquirió la exclusiva de la Cervecera del Norte para Álava, abrió la fábrica de gaseosas 'ElAs' y falleció también de manera prematura. La viuda, Isabel Elorza, se hizo cargo del negocio y vendió la casa de sus padres para poder seguir adelante y dar estudios a sus seis hijos de entre 2 y 14 años. Estamos en los años 30. Los mayores tenían que compaginar el bachillerato con el cuidado de los pequeños y el trabajo en la cervecería restaurante. El jornal de un aprendiz de mecánico en esa época era de 7,50 pesetas a la semana.
A los 16 años de aquel entonces uno ya era mayor para llevar el negocio familiar, ir a la guerra o casarse.La posguerra fue dura. Escaseaban las materias primas y los Knörr llegaron a fabricar cerveza con sacarina en lugar de azúcar. Tiraron de ingenio y la familia buscó otras fuentes de ingresos con trabajos en un bar, venta de muebles de segunda mano, fabricación de perfumes y licores... En los 50, José María empezó a mirar hacia el mundo del efervescente refresco mientras los pequeños Luis y Javier montaban la cervecería Baden en General Álava y alguna empresa más. La mezcla de zumos de naranja con las gaseosas y con el olfato emprendedor de los hermanos dio origen a KAS, K de Knörr y AS por la empresa de sifones.
A los 16 años uno ya era mayor para llevar el negocio familiar, ir a la guerra o casarse
«Mi padre llevaba en moto de Vitoria a Santander las primeras cajas de 'kases' para que la gente los probase», recuerdan las hermanas Virginia e Idoia, empresarias e hijas de Luis, presidente de la firma KAS.La fábrica que hizo famosa Vitoria en el mundo entero por sus bebidas de limón y naranja, el Kaskol, el Bitter o la Tónica se instaló en 1965 en el flamante polígono de Gamarra gestionada por Luis con Jose Mari como director financiero, ayuda de Román y Javier y con María Dolores y María Pilar en el accionariado. «Mi padre era muy aficionado al cine y en casa tenemos montones de películas en que aparecen mezcladas nuestras fiestas con carreras ciclistas e inauguraciones de fábricas», recuerdan Virginia e Idoia. También repasan sus juegos en la planta envasadora, las no vacaciones de su padre y su pasión por el equipo ciclista KAS que presidió durante años. También su prima Cristina, gemóloga y profesora, recuerda aquellos años antes de estudiar fuera en los que le tocó lavar tapones de gaseosa y vaciar botellas en el verano. «Nos pagaban a una peseta o dos la hora», sonríe. Y es que el ocio ha sido en los Knörr consustancial a la cultura del esfuerzo.
Román, el mayor de los 33 primos carnales que crecieron al calor del 'kas', llegó también a dirigir la fábrica. El que fuera presidente de los empresarios alaveses y los vascos en los años de plomo de ETA defiende con orgullo el tesón que llevó a los Knörr a montar doce plantas envasadoras a lo largo de toda España. Llegaron a dar trabajo a más de 1.800 personas hasta que Pepsico se hiciera en 1992 con la empresa que osó hacerle competencia a la mismísima Coca Cola. «Fue una empresa modelo que mantenía un espíritu familiar que se transmitió a toda la organización», destaca Román Knörr Borrás, quien recuerda las alianzas que encarrilaron sus mayores con Miko, Alimentos Congelados y hasta con una fábrica de cava en San Sadurní de Noia. «Me siento orgullosísimo de haber contribuido a generar riqueza».
Román forma parte de la cuarta generación. En la quinta situamos a Eneko Knörr, hijo de Henrike, el desaparecido filólogo y académico vasco, y de Txari Santiago, fundadora de la tienda de souvenirs Nonbait. Es socio de dos empresas especializadas en criptomonedas y asegura que ya desde pequeño atisbó que lo que su aita hacía en torno a esas mesas llenas de amigos y familiares y repletas de anécdotas era un auténtico 'coworking'. «He crecido desde pequeño con esa manera de ser muy de entregarse a la gente y lo hemos heredado».
EL DATO
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500 alaveses intentan cada año abrirse paso con ideas innovadoras
Da igual en qué década de la historia reciente de Vitoria se sitúe uno para toparse con un Knörr. «Aquí todo el mundo conoce a alguno y hasta sabe pronunciar el apellido», bromea la parlamentaria Laura Garrido. Y si no ya se encargan ellos de mantener el recuerdo del primer Roman y repasar los años de las cervezas de sifón, las casas familiares, las fotos en blanco y negro de la abuela Pilar rodeada de la prole, los vídeos de las fiestas, los veranos jugando con los perros del solar de la envasadora, los cursos de alemán... María Soledad se propuso reunir a todos los Knörr en una comida en 1993 y con la ayuda de Henrike, Luis María y su marido Luis Garrido logró la proeza de juntar a 170 descendientes del maestro cervecero de Baden.
Y hubo otra en Alemania en 1995 y una tercera en 2000. La penúltima se celebró en Vitoria en 2014 y la última ahora, con motivo de su participación en este suplemento del 75Aniversario de EL CORREO de Álava. Haciendo gala de su gran capacidad de organizarse las agendas y con puntualidad alemana, unos noventa Knörr se trasladaron a la capital alavesa, procedentes de Andalucía, Pamplona, Bilbao o Guadalajara para demostrar que a emprender se aprende andando. Y madrugando.
EL TESORO
Cerveza: el prestigio alemán en sifón
El sifón de esta foto tiene más de cien años. En su día fue el continente de la cerveza que dio fama a los Knörr en Vitoria y alrededores. Estaba hecha con lúpulo traído de Alemania aunque cultivado en campos de la capital alavesa. Los familiares creen que aún crecen sus flores, esenciales para dar estabilidad a la bebida, a orillas del Zadorra. Estos sifones de vidrio son una reliquia familiar. Los hijos del primer Román los conservaron y van pasando de generación en generación. Cristina Knörr de las Heras, bisnieta, conserva botellas de gaseosa 'La Esperanza', sifones de 'El As', botellas pequeñas de Kas antiguas, de Kaskol o de Bitter KAS.
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