Siembras vientos y recoges desinversiones
Hay una clara tendencia en la industria vasca más tradicional, la que genera más empleo, a replegarse y desviar sus nuevas inversiones a otros lugares
El diputado general de Álava, Ramiro González, recibe con cierta frecuencia reclamaciones para que la Diputación «haga algo» en el Valle de Ayala, ante lo ... que se vislumbra ya como una zona industrial que languidece huérfana de grandes inversiones. Las últimas décadas han servido para constatar que lo que fue un enclave privilegiado en el asentamiento de una industria floreciente, tiene ya un aroma de declive. Están los que estaban, algunos de ellos en crisis, pero no llega nadie nuevo a invertir y el crecimiento de las compañías locales se produce fuera, a muchos kilómetros del País Vasco. «No sé que se puede hacer», suele responder Ramiro González a sus interlocutores «porque lo que no encontramos son empresas que quieran invertir allí», admite con sinceridad en esos momentos. El aroma que ha dejado en la zona una elevada presión sindical, cuando menos singular, actúa como las velas de citronela cuyo olor repele la llegada de mosquitos. En este caso de empresarios, inversiones o crecimiento.
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La decisión de Michelin de rebajar el calendario de producción en su planta de Vitoria puede asumirse como una reacción lógica y coyuntural ante una demanda en el sector de automoción, que claramente apunta hacia abajo el próximo año, pero también como un toque de atención sobre lo que puede suceder en el futuro. No ya cuando haya caída de demanda sino, al contrario, cuando el mercado esté boyante. Hay ya demasiadas señales como para no darse cuenta de que hay alarma. La industria vasca más tradicional, la más asentada, la de empleo masivo, está bajando muchas persianas. La duda es si se abren otras nuevas y todo apunta a que los nacimientos son claramente más bajos que las defunciones. También tenemos un problema de 'demografía industrial', no solo ciudadana.
Esta misma semana que acaba de terminar, el consejero delegado de Tubacex, Jesús Esmorís, se reunía en Madrid con un nutrido grupo de analistas financieros para desgranar el plan estratégico de la compañía y las últimas estimaciones. Un futuro aparentemente muy optimista, con crecimientos significativos de la facturación en los próximos años y con proyectos apasionantes en nuevos productos. ¿Crecimiento en Euskadi? Nada. Estrategia de mantenimiento, en el mejor de los casos, y con tendencia a la reducción. «Tenemos los salarios más elevados allí y eso que tenemos fábricas en Italia, Noruega o Austria, que no son precisamente países de costes laborales bajos», admitió Esmorís. La trayectoria de la empresa y la huelga total en las dos factorías de Llodio y Amurrio en 2021, que se prolongó durante nueve meses, han dejado huella.
Vidrala también ha anunciado esta semana que cerrará uno de sus hornos de la planta de Llodio
Hay epidemia
No es una anécdota. Es más bien una epidemia. Vidrala, otra compañía del Valle de Ayala, ha anunciado esta semana a los representantes sindicales que va a cerrar uno de los tres hornos que tiene la empresa en Llodio para la fabricación de botellas de vidrio. Supondrá la eliminación de 80 empleos con medidas no traumáticas. No es una empresa en crisis sino en crecimiento, que en los últimos años ha invertido para crecer en Reino Unido, Brasil y más cerca, Portugal, donde puso en marcha el pasado mes de marzo un nuevo horno. Tiene el mismo problema que Tubacex. Sus salarios en Euskadi son los más altos de todo el grupo.
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Que nadie piense que es un fenómeno alavés. Nada de eso. Un buen número de empresas vizcaínas y también guipuzcoanas han comenzado a desviar algunas de sus nuevas inversiones fuera del País Vasco, con un doble objetivo: aumentar su capacidad de producción y protegerse frente a un dilatado periodo de huelga. Son, aunque a pequeña escala, fábricas gemelas a las que esas empresas tienen en el País Vasco. No quieren verse atados de pies y manos ante un conflicto laboral que, como sucedió con Tubacex, puede prolongarse durante casi un año.
«Algunos no quieren darse cuenta de que para una multinacional somos poco más que una chincheta en el mapa», apunta un dirigente sindical que observa con preocupación, interna y global, la radicalización que se ha consolidado en Euskadi. Interna porque lo cierto es que las elecciones sindicales revelan con claridad que las opciones más duras que representan ELA y LAB no solo se consolidan, sino que crecen. Preocupación global porque la falta de pulso inversor no pasa desapercibida. «El conocimiento, la tecnología la tienen las empresas, no la plantilla, de ahí que sean capaces de hacer el mismo producto en cualquier fábrica que tengan por el mundo. Estamos en competencia permanente y si queremos salarios más altos también habrá que admitir que hay que mejorar la competitividad e ir a productos de mayor valor», admite también este sindicalista en privado. Curioso, la frase la suscribiría el 100% de los empresarios.
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