Mapinpi en el primer ensayo de los Springboks. EFE

Sudáfrica se lleva su tercer Mundial de rugby tras ganar con justicia a Inglaterra

Mapinpi y Kolbe remataron al XV de la Rosa con dos ensayos mortíferos, en una final que hasta entonces se inclinaba del lado de los Springboks a base de golpes de castigo

Sábado, 2 de noviembre 2019, 12:35

Sudáfrica se ha llevado el Mundial de rugby este mediodía, su tercer título, tras imponerse con brillantez en la final de Yokohama (12-32) a una Inglaterra que no pudo exhibir las cualidades que le habían dado la victoria sobre Nueva Zelanda en semifinales. Los Springboks han ganado no sólo gracias a su poderosa delantera, que no defraudó, sino sorprendiendo a sus rivales con un juego más abierto de lo que se esperaba y siendo, al final, el único equipo que ensayó. Fueron Mapinpi y Kolbe quienes remataron al XV de la Rosa posando el balón detrás de la linea de ensayo rival, en un duelo durísimo que hasta entonces se estaba inclinando del lado sudafricano mediante los golpes de castigo.

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La película del partido fue apasionante. Sin la presencia de los robóticos All Blacks de Steve Hansen, el duelo se antojaba un combate eminentemente físico, un choque entre dos delanteras marmóreas de las que saltarían esquirlas en cada melé. El árbitro bearnés Jerome Garcés, nieto de exiliados españoles de la Guerra Civil, aún no había pitado ninguna cuando ya asistió desde el principio a una sucesión de duras cargas, en una de las cuales el pilier inglés Sinckler quedó noqueado por su compañero Itoje, y todo porque ambos trataban de hacer un doble placaje al ala sudafricano Mapinpi.

Sudáfrica dejó completamente desconcertado al XV de la Rosa arrancando en el partido de la misma forma que lo hicieron los ingleses ante los All Blacks en semifinales. Y no lo hacía sólo con su delantera y también con dobles placajes, sino moviendo el balón y ganando metros en campo contrario. En suma, desplegando la táctica que quizá se esperaba más de los ingleses. Lo cierto es que, a los ocho minutos, Garcés había pitado dos golpes de castigo contra Inglaterra, el primero de los cuales fue errado por el apertura sudafricano Handre Pollard, no así el segundo, lo que puso a los Springboks por delante en el marcador (0-3).

Se percibía un duelo de estrategias entre los técnicos Eddie Jones (Inglaterra) y Rassie Erasmus (Suáfrica), en el que los golpes de castigo serían determinantes, especialmente cuando Inglaterra despertó hacia el minuto 20 y comenzó a desarrollar su juego. El centro inglés Owen Farrell no tardó en empatar al transformar un golpe, pero Pollard replicó con otra transformación similar y puso a los Springboks 3-6. Los contactos seguían siendo tremendos, hasta el punto de que el talonador sudafricano Mbonambi y el segunda De Jager tuvieron que ser sustituidos por lesión en el minuto 22.

Un momento cumbre, un instante brillante del rugby, llegó hacia el minuto 31, cuando Inglaterra protagonizó una interminable serie de fases ofensivas al borde de la línea de ensayo sudafricana. El ensayo parecía a punto de caer como fruta madura, con el balón a casi centímetros del objetivo, pero la defensa numantina de los Springboks lo evitó. Los de la Rosa se tuvieron que conformar con un golpe de castigo que transformó Owen Farrell, empatando de nuevo, pero la respuesta sudafricana estaba escrita en el guión, y una vez más Pollard adelantó a Sudáfrica con dos transformaciones de golpes de castigo, dejando un 6-12 con el que se llegó al descanso. Un tanteador que hacía justicia al mejor y más variado rendimiento de los Bokkes.

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Suena la alarma



En el segundo tiempo, los equipos saltaron al césped a los sones de la canción 'Take Me Home Country Roads', de John Denver, que llegaban de las gradas. Inglaterra salió a jugar abierto, y Erasmus no tardó en reemplazar a sus pilieres. Cada melé sudafricana se convertía gracias a su superioridad en un golpe de castigo contra el rival, y por esa vía Pollard alejó a su equipo 6-15. Fue entonces cuando las alarmas sonaron en los oídos de Eddie Jones, y todo el mundo se preguntó qué se le ocurriría al astuto técnico australiano, ahora al servicio de la Rosa, a fin de reparar el desaguisado.

Pero no pudo hacer nada sustancial. Los golpes de castigo continuaban siendo decisivos, si bien es cierto que cuando caían del lado inglés, Owen Farrell pudo acortar distancias 9-15, perdiendo posteriormente otra ocasión de oro al fallar esa transformación. Por lo menos, Inglaterra ya respiraba, con el pilier Marler de refresco, un jugador que en el pasado se sometió a un tratamiento especial para controlar su impulsividad. Había esperanzas en el XV de la Rosa, porque cuando Pollard alejó a los Bokkes en el marcador transformando un golpe más, Farrell le plantó cara del mismo modo.

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Con 12-18 se llegó a minuto 60, con una exhibición de la delantera sudafricana, que no dejaba resquicios a los rivales e impedia a Inglaterra hacer valer sus armas. De hecho, el ensayo que abriría el camino definitivo a la victoria llegó de Mapinpi, aunque Garcés tuvo que revisar la jugada por televisión. Con la transformación, los Bokkes se pusieron 12-25 a diez minutos del final, e Inglaterra se lanzó a la carga.

No sirvió de mucho. Tras haber macerado a Inglaterra con su delantera-apisonadora, Sudáfrica asestó el golpe definitivo cuando entró en juego el ala Cheslin Kolbe, de 1,70, una pulga cósmica que anotó el segundo ensayo, transformado inmediatamente después. El 12-32 destrozó definitivamente a Inglaterra. Otra vez se cumplía un axioma del rugby, una disciplina deportiva en la que la regla es que gana el mejor.

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