Van der Poel lleva su leyenda hasta el 'Infierno del Norte'
Tras vencer hace tres semanas en la Milán-San Remo, el neerlandés suma su cuarto 'monumento' en la París-Roubaix por delante de Philipsen y Van Aert, que sufrió un pinchazo en pleno duelo con el vencedor ·
La París-Roubaix es la única gran clásica con la que aún no se ha atrevido Tadej Pogacar, el mejor ciclista de esta época. El ... nuevo dios del pelotón mundial no ha pisado todavía el 'Infierno del Norte'. El joven esloveno, ganador de tantas pruebas, no se siente preparado. Esa renuncia de Pogacar talla la dificultad de la París-Roubaix que acaba de coronar al neerlandés Mathieu van der Poel como el mejor clasicómano de esta temporada: primero en la Milán-San Remo, segundo en el Tour de Flandes (sólo batido por Pogacar) y vencedor en el 'Infierno' de piedra. Su compañero Jasper Philipsen y su gran rival, Wout Van Aert, le acompañaron en el podio. «Ha sido uno de mis mejores días sobre la bicicleta. Me sentía fuerte», dijo Van der Poel, que es pura potencia desatada. A su lado, Van Aert maldecía en silencio el pinchazo que le había impedido retar al casi indomable ganador y que no dejó ver otro duelo para la historia.
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La edición más veloz de esta centenaria carrera, a 46,8 kilómetros por hora botando sobre los adoquines, no dio margen a las sorpresas. Ese ritmo impuso la selección natural. Van Aert contribuyó. En compañía de Laporte, partió la carrera en rodajas antes de esa recta cruel que es el Bosque de Arenberg, donde, entre otros, se cayó Van Baarle, vencedor en 2022. A cien kilómetros del final en el velódromo, ya estaban en cabeza los más fuertes: Van Aert, Van der Poel, Pedersen, Degenkolb, Kung, Ganna y Philippen, la segunda baza del Alpecin, el equipo de Van der Poel.
El neerlandés encendió su traca a 50 kilómetros de la meta. Salvaje. Con cada ráfaga le mostraba a Van Aert su arsenal, que parecía infinito. El belga se adaptó. Guardó fuerzas. Consciente de que sólo tendría una oportunidad ante la exuberancia de su rival. El duelo esperaba en el Carrefour de l'Arbre, el tramo pavimentado decisivo. Dos kilómetros de piedra. Philippen se puso al servicio de Van Der Poel. En plena aceleración, se cerró hacia la derecha en busca de un camino más fácil. Sin querer obstaculizó la trayectoria de su líder, Van der Poel, que para mantenerse en pie sacó de la ruta al pobre Degenkolb. El alemán acabó en el suelo.
La mala suerte de Van Aert
Por la izquierda, Van Aert quiso rentabilizar ese tropiezo. Ni así. Van der Poel se ciñó a su rueda. Los dos. Solos. Llevan así desde niños. A tortas sobre el barro del ciclocross, sobre el asfalto y sobre los adoquines. Es una pelea eterna. El neerlandés, que se sentía pletórico, apretó aún más. Van Aert resistió hasta que notó la traición de su rueda trasera, pinchada. El novedoso sistema que regula la presión de los neumáticos que estrenó su equipo, el Jumbo, no dio el resultado esperado. Quedaban 16 kilómetros y acababa de perder el derecho a luchar por la victoria. Van der Poel ya no miró atrás camino de su cuarto 'monumento' (Milán-San Remo, dos ediciones del Tour de Flandes y esta París-Roubaix). Arriesgó en cada curva. Al límite aunque ya no lo necesitaba. Así corre.
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Van Aert y Philippsen llegaron al velódromo a tiempo para ver cómo Van der Poel cerraba los puños para ceñirse la corona del 'Infierno'. Philipsen, segundo al final, celebró la victoria de su líder. Van Aert, tercero, asistió así, de forma tan cruel, al triunfo de su gemelo. «A veces, odias esta carrera. Hoy la amo», declaró Van der Poel, nieto de Raymond Poulidor y capaz de conquistar la única gran clásica con la que aún no se atreve Pogacar.
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