Último regreso a casa
Novedad ·
Judith Vanistendael dibuja una historia densa de personajes ricos en matices con un estilo funcional, sin pretensionesjuan manuel díaz de guereñu
Viernes, 18 de septiembre 2020, 22:12
Judith Vanistendael (Lovaina, 1974), historietista, ilustradora y docente, no se prodiga como autora de cómic, aunque ha publicado, desde hace una década larga, unos cuantos ... títulos bien recibidos. Su nuevo libro, 'Las dos vidas de Penélope' (Astiberri), es una espléndida muestra de su talento narrativo, tanto o más que de su dominio de dibujo y color.
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Penélope es una cirujana que desde hace diez años acude a zonas en conflicto para ejercer su oficio en la ayuda humanitaria. Su marido Otto le lleva la cuenta: suma ya 32 misiones. El regreso a casa y el reencuentro con la familia le resultan cada vez más complicados. Tanto ella como los suyos se han acostumbrado a las ausencias y las vidas respectivas siguen cursos muy diferentes, pues lo son sus preocupaciones inmediatas.
Vanistendael compone un relato que, aunque centrado en las opciones vitales de su protagonista, las confronta con las de los personajes que la rodean, a los que caracteriza y da vida en escenas que fluyen con naturalidad, gracias a diálogos reveladores y creíbles, que destilan emoción, pero no desdeñan las pequeñeces cotidianas ni el humor.
La agilidad de su relato se beneficia sin duda de la de su trazo. La autora usa un dibujo suelto, de línea escueta, que completa y adensa mediante acuarelas resueltas, que colorean escenas y hasta globos de diálogo. Sus viñetas se funden o desdibujan sus marcos para que las figuras actúen libremente sobre fondos a menudo elididos. Las páginas resultantes participan en la narración sin reclamar la atención del lector por sí mismas. Vanistendael elige un estilo gráfico transparente, carente de pretensiones, para decir del modo más eficaz y fácil una historia rica en matices y bien construida.
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El desarrollo narrativo que idea para la obra resulta también eficiente. Organiza las primeras páginas contraponiendo dos escenas simultáneas en 2015, la primera regla de Helena, la hija de Penélope, en Bruselas y una intervención quirúrgica fracasada en Alepo, lo que define las dos vidas irreconciliables de su personaje. El regreso inmediato de Penélope a casa da paso a estructuras de página variadas, para escenas que revelan la fuerza y las contradicciones de la protagonista.
La estructura temporal de la obra conforma decisivamente su sentido. Cuando el relato comienza, Helena va a cumplir 18 años y la protagonista sabe que no estará con ella en Bruselas ese día. Sigue un largo retorno atrás, a noviembre de 2015, un relato enmarcado de cuando Penélope regresó a casa y pudo asistir a las celebraciones del decimocuarto cumpleaños de su hija. El lector descubre en su momento que ese retorno fue el último, al menos de momento. Ese último regreso es el núcleo argumental de la obra.
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Dicha retrospección establece una distancia cronológica respecto a lo narrado que se añade a las otras lejanías entre Penélope y los suyos que va descubriendo el curso de los acontecimientos. El relato, sin embargo, no está representado como un recuerdo, sino como una experiencia, la de los protagonistas, que mientras dura la obra el lector puede compartir.
Voz interior
La voz interior de Penélope acompaña al despliegue de hechos y diálogos, de modo que el lector no solo conoce lo que sucede, sino también algunas de las reacciones íntimas de la protagonista. Dicha voz se expresa en presente, no ofrece una perspectiva general de lo narrado, no lo organiza ni le atribuye un sentido. Solo muestra las convicciones y perplejidades de Penélope tal como ella las vive.
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Parecida función cumplen las confidencias de la protagonista al psicólogo a cuya consulta acude en busca de ayuda. Pues sucede que Penélope se ha traído de su misión humanitaria en Alepo el fantasma de una niña a la que no pudo salvar en el quirófano, que irrumpe en cualquier momento en el desarrollo de su vida personal y familiar. De ese fantasma y de otras inquietudes habla en sucesivas sesiones de terapia representadas por un primer plano del personaje mantenido mientras suenan sus palabras como un soliloquio.
Vanistendael engrana con habilidad y talento dramático escenas en las que va desplegando el retrato de un personaje enérgico, pero aquejado de inconsistencias e incluso flaquezas en las que se percibe su compleja realidad humana. Como ella misma afirma de inicio, aunque se llama Penélope, ni espera ni teje como la paciente esposa de Ulises. Es una mujer de su tiempo, toma decisiones, se compromete, argumenta sus valores y también, por lo mismo, se equivoca o fracasa.
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Los reencuentros y desencuentros con familiares que trenza el relato son, junto a su propia voz y en contraste con ella, los reactivos que revelan las dificultades de Penélope para vivir sus dos vidas, en la plácida Bruselas y en la bombardeada Alepo. El día que llega a casa, reprocha irritada a su marido que haya organizado un desayuno familiar para el día siguiente, a modo de bienvenida: después de trabajar 16 horas diarias, no le dejan ni dormir tranquila.
Parecida falta de consonancia descubre Penélope cuando acude a la habitación de su hija para observarla mientras duerme. Para ella, ese gesto maternal expresa su amor por ella. Pero la niña, que se ha dado cuenta de su vela, le confiesa que la asusta.
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La autora articula su relato mediante una sucesión de situaciones significativas, en las que gestos elocuentes y diálogos bien resueltos, vivaces y certeros, desnudan las complejidades y contradicciones de la protagonista. Pero, aunque Penélope ocupa el centro del relato desde el título mismo de la obra, el universo humano que la rodea no queda en un elenco de marionetas frente a las que pueda desvelarse algún aspecto de su personalidad. Vanistendael compone un grupo familiar denso e interesante. Otto, el marido poeta y amo de casa, la hija Helena, la hermana gemela Maia o la madre de Penélope son individuos creíbles, y lo narrado trasluce algunas facetas de sus personalidades, entrevistas o apenas insinuadas.
Judith Vanistendael forja la gramática narrativa adecuada al más claro desarrollo de las complejidades de su historia.
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