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'Vacas en la desembocadura del Ruhr'. A. Renger-Patzsch. 1936.
Artes plásticas

Tras el corazón azul

Exposición ·

El debate sobre el futuro de nuestro planeta como inspiración y responsabilidad protagoniza la ampliación de la Kunsthaus de Zúrich

begoña gómez moral

Sábado, 16 de octubre 2021, 02:26

Doce años y una pandemia han trascurrido desde que se planteó el concurso de ideas hasta que ha sido posible cortar la cinta inaugural en ... la ampliación de la Kunsthaus de Zúrich. A cargo del estudio de arquitectura berlinés de David Chipperfield, el edificio recién abierto ha merecido la espera. A primera vista es una construcción aislada. Sus líneas netas replican desde el otro lado de la Heimplatz el volumen del museo original, construido por Karl Moser en 1910. Juntos definen una plaza urbana al sur y un jardín de escultura al norte. Como a menudo sucede con el arte, es de una manera menos obvia -en el subsuelo- donde el conjunto cobra sentido y conecta mediante un gran espacio subterráneo central. Allí, bajo tierra y a salvo del fragor del tráfico, se ofrecerán exposiciones y actividades de acceso libre. Con la culminación del proyecto se duplica el número de metros cuadrados disponibles del museo, que se convierte así en el centro de arte más grande de Suiza.

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Para estrenar el nuevo espacio se ha escogido como tema también lo más grande: la Tierra. En 'Earth Beats' el planeta entero, como idea y como preocupación, ocupa las inmaculadas salas a estrenar y se extiende por el resto del museo en unas 120 propuestas; creaciones de 46 artistas que abarcan un arco temporal desde el siglo XVIII hasta la actualidad. Reunidas en una secuencia asociativa, sin orden cronológico, hay obras de la propia colección y numerosos préstamos con los cuatro elementos ancestrales (tierra, agua, aire y fuego) como tenue hilo conductor.

Hasta la década de 1940 no existían imágenes de la Tierra como un todo. Se estudiaba su órbita, se observaban otros planetas y se hacían deducciones sobre el terreno, pero nadie había visto el planeta como tal. El mérito de la Astrofísica, la Matemática y la Geometría en ese campo era inmenso, pero no había un testimonio directo ni mucho menos un registro visual de cómo era realmente. Ni siquiera en esa etapa se consiguió captar una imagen completa de nuestra esfera.

'Silueta de arena'. Ana Mendieta. 1978.

Los primeros intentos por alejarse lo suficiente para poder verla fueron con cohetes militares modificados. Los célebres V-2, ideados como 'armas de venganza' por los científicos alemanes para sembrar el terror entre los aliados, se hicieron casi imprescindibles en la carrera espacial cuando esos mismos científicos emigraron en masa a EE UU. Una vez dejada de lado su primera intención ofensiva, se descubrió que los V-2 eran capaces, entre otras cosas, de alcanzar la distancia suborbital llevando una cámara y un dispositivo que dejase dejar caer desde allí un carrete fotográfico protegido en un cilindro metálico. Parece más fácil decirlo que hacerlo, pero lo lograron y así se obtuvo el 24 de octubre de 1946 la primera imagen parcial de nuestro planeta desde el espacio exterior.

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Al pionero satélite meteorológico ATS-3 se atribuye la primera fotografía en color de la Tierra. Aunque fuese compuesta a partir de varias tomas, se trata, además, de la primera imagen completa del planeta. Para cuando se obtuvo habían pasado dos décadas y resonaba el eco del 'Verano del amor' de 1967. Por las mismas fechas, después de graduarse en Biología en Stamford y cumplir con el tío Sam, un treintañero llamado Stewart Brand andaba por San Francisco, dónde si no. No se sabe si llevaba flores en el pelo pero está claro que se movía como pez en el agua entre los seguidores de Ken 'Alguien voló sobre el nido del cuco' Kesey, los festivales donde los Grateful Dead hacían sus primeros solos de guitarra y el ocasional viaje de ácido lisérgico.

'Sin título'. Herbert Brandl. 2013.

Sentimiento de unidad

Brand enseguida percibió la importancia de la fotografía de la Tierra a efectos de potenciar el sentimiento de unidad, pertenencia y futuro compartido de toda la humanidad. Cuadraba a la perfección con el espíritu de la época y no tardó en poner en marcha una campaña para pedir que la foto tomada por el ATS-3 fuese de dominio público. Simplemente se puso a vender un pin a 25 centavos con la frase '¿Por qué todavía no hemos visto la foto de la Tierra?' Y lo consiguió. Esa imagen fue la portada de su siguiente proyecto: el 'Whole Earth Catalog', un legendario fanzine imbuido de pionera sensibilidad medioambiental que marcó una época.

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Al año siguiente vinieron las fotos tomadas por astronautas desde el Apolo 8 y después desde el Apolo 11 y el 17: la conmovedora imagen de la Tierra a plena luz del sol -una delicada joya azul flotando en el vacío- y la vista desde la Luna se cuentan con toda justicia entre las imágenes que cambiaron el mundo. El sentimiento de unidad y fragilidad que Stewart Brand había intuido estaba ahí, para toda la humanidad, aunque no fue hasta 1981 cuando se definió y se empezó a llamar 'efecto perspectiva' a esa sensación que muchos astronautas han reconocido: «La Tierra proyecta fragilidad. ¿Por qué? no lo sé. Aún hoy lo ignoro, pero da la sensación de ser una brizna en el espacio; pequeña, brillante, bella y es nuestro hogar», afirmó Michael Collins.

'Aeropuerto (Pan Am)'. Fischli y Weiss. 1989.

Todos coinciden en que ante la visión de esa esfera azul, protegida y sustentada por una atmósfera que parece desde el espacio del grosor de un papel de fumar, las fronteras desaparecen, los conflictos entre humanos pierden contingencia y la necesidad de crear una sociedad planetaria con el objetivo común de protegerla se convierte en objetivo obvio y acuciante.

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En esa predisposición, el papel de los chamanes del arte se revela imprescindible. La obra visionaria de Joseph Beuys se agiganta para celebrar, además, el primer centenario de su nacimiento en mayo de este mismo año. Su vigencia está garantizada en los '7000 robles' que marcaron un hito en la Documenta de 1982, tanto como en el proyecto por la 'Difesa della natura', al que dedicó sin pausa los últimos años de actividad. La instalación 'Olivestone', en posesión del museo desde 1992, sirve de anclaje a una sección que ofrece un friso de las ideas del artista alemán en contexto privilegiado.

'Bosque con rebaño'. Robert Zünd. 1896-97.

Lothar Baumgarten, alumno de Beuys, cuestiona la relación entre cultura y naturaleza. Sus fotografías realizadas hacia 1978 en dos comunidades yanomami entre Venezuela y Brasil rinden tributo a la comprensión de la vida de estos pueblos indígenas en simbiosis con su entorno natural. Igual que las 'Siluetas' de Ana Mendieta, sobre barro, arena, árboles, flores, piedra u hojas, fueron concebidas para desparecer y dejar solo su efecto. Aluden a una conexión con la tierra en un plano emocional y ligado al primitivismo que difiere de los paisajes serenos de Robert Zund, que, a finales del XIX, revelan una forma distinta de relación con nuestro planeta basada en la contemplación admirativa que las fotografías de Thomas Struth trasponen.

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Hasta el trabajo de Fischli y Weiss, los aeropuertos apenas habían interesado a los artistas

Interconexión

Un vídeo de Ursula Biemann titulado 'La mente del bosque' vuelve a escrutar el conocimiento indígena. Buscando la inteligencia de la naturaleza, propone una visión biocéntrica del mundo que entrelaza perspectivas científicas con las chamánicas, las que surgen de la tierra. En su instalación, compagina los últimos logros del Instituto Tecnológico ETH Zúrich, con cuya ayuda los datos audiovisuales de la selva tropical se convierten en códigos de ADN. La banda sonora incluye la 'resonancia Schumann', que no tiene que ver con el músico, sino con la particular frecuencia de sonido emitida por la Tierra.

La exposición es poliédrica, como el planeta mismo. La interconexión entre todo el sistema natural y el peligro de llegar al 'punto de inflexión' que lo desequilibre surge a menudo en el trabajo de autores de las últimas décadas. Desde otra perspectiva, se accede a la serie de 'Aeropuertos' producida entre 1988 y 1999 por Fischli y Weiss, que llegaron a incluir más de ochocientas fotografías. El tema rara vez había entrado antes en el campo del arte. Fue la mirada de los dos artistas la que mutó su supuesta carencia de interés estético en símbolos de una sociedad móvil y de una vida en tránsito.

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Francesca Gabbiani también contempla paisajes que a menudo pasamos por alto, los 'no espacios' donde chocan naturaleza y ciudad. La serie que tituló 'Mutaciones' se basa en los paisajes quemados causados por el incendio Woolsey que en 2018 asoló el sur de California y fue noticia por haber hecho salir de sus mansiones a algunas estrellas del cine a lo largo de Mullholland. A Gabbiani le llamó la atención un grupo de palmeras washingtonias no por ser parte del paisaje planificado y manicurado de los jardines privados, sino por estar de pie a pesar del desastre. Por arder con gracia.

'Fábrica'. Otto Morach. 1917.

Los peligros de la radioactividad sugieren a Anna Jermolaewa un safari por Chernóbil, a sus ojos, casi un santuario para los animales que han quedado en la zona de exclusión. Entre los combustibles fósiles, el abuso del enemigo público número uno, el plástico, se ha convertido en quebradero de cabeza en todos los ámbitos, pero el carbón prestó su color a la revolución industrial y al cielo de las ciudades durante décadas. Arrinconado como fuente de energía, la conexión del mineral con la tierra y cierto grado de melancolía sirven a Mikhail Karikis para componer un vídeo donde un coro de antiguos mineros reproduce los sonidos de la mina donde extrajeron el oro negro.

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La belleza de los glaciares atrajo a pintores de todas las épocas; hoy se han convertido en el indicativo por excelencia del estado de nuestro planeta. Olafur Eliasson fotografió glaciares con veinte años de diferencia. En 'Ice Watch' también ha llevado grandes trozos de hielo al centro de varias ciudades para que el público los vea fundirse ante sus ojos. La escocesa Katie Paterson en cambio optó por poner un micrófono bajo el hielo y contratar una línea telefónica que permitía 'hablar' al glaciar o, más bien, oír cómo se resquebrajaba. También grabó esos sonidos. Langjökull, Snæfellsjökull y Solheimajökull se llaman los glaciares cuyo lamento grabó en discos hechos con su propia agua para reproducirlos después una sola vez, mientras se fundían de nuevo, esta vez para siempre.

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