Ala hora de clasificar los oficios, la mayoría de las profesiones toma en cuenta el número de horas que se invierte en su desarrollo. Desde ... el periodo de aprendizaje, la madurez y el magisterio, momento en que al aprendiz le dicen maestro con título y bula para enseñar. El de escritor carece de fórmulas aplicables razonadamente. A escribir no se aprende nunca y, por tanto, es un empeño que requiere vivir alerta. El periodismo, si no te entretienes en asuntos menores, ayuda y mucho a agilizar el trámite, a aguzar el pensamiento, a marcar tiempos, a renovar las horas.
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Creo que fue Max Aub, ese escritor total al que el exilio confundió en la desmemoria, quien ponía el acento en estas tareas del espíritu, repartiendo faenas consecuentes: en el «sentir»· (Unamuno), «pensar» (Ortega y Gasset) y «ser» (Antonio Machado). Los tres dedicaron vida, energías y tiempo a que esos verbos tuvieran función y sentido. Heidegger advierte que la poesía no es sólo un arte sino una forma de revelación de la verdad, algo categórico pero alentador para quien como yo publicó su primer libro de poemas a los 25 años. Y se olvidó de repetirlo hasta medio siglo después.
Vivimos un momento de confusión y lucha de poder. El mundo tiene algo de tentación al precipicio y clama por un cambio de nombre para tomar asiento en la enciclopedia de la vida. En días pasados, encuestaban a jóvenes preguntando qué era una enciclopedia. No la de la Revolución Francesa, que ilustró a los liberales vascos, sino una enciclopedia como las de Álvarez, de Miñón, la de Auñamendi o los 'Mil libros' de Luis Nueda, que instruyeron a García Márquez. Todas ellas, mejor que el caos de internet, nos enseñaron que este mundo puede ser «Una tierra en donde no crezca el olvido», como advierte Julio Llamazares, colega de periodismo y vida. Porque escribir es un ejercicio de nostalgia. En mi caso, nostalgia pero del futuro. Afortunadamente.
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