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María Lejárraga escribe en la casa familiar ante la mirada de Gregorio Martínez Sierra. E. C.

La escritora y el vampiro

María Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra. A todos, incluida la escritora, les parecía normal que su marido firmara obras escritas por ella

Viernes, 7 de febrero 2025, 17:29

La dedicación compartida a una de las bellas artes puede ser enriquecedora para ciertas parejas. No fue ese el caso de María Lejárraga (1874-1974) ... y Gregorio Martínez Sierra (1881-1947). En esa relación, el marido tuvo un papel de verdadero vampiro. Firmó una inmensa parte de las obras que había escrito ella. Este hecho era bien conocido por los amigos comunes del matrimonio y por todos los escritores de la época que se movían en su círculo, lo cual hace el caso más sangrante si cabe. Que a todos, incluida la propia escritora, les parecía normal este ninguneo es un dato que refleja de manera bien gráfica la situación de inadmisible menosprecio que ha sufrido históricamente la mujer hasta un tiempo reciente. Y hablamos de la gente que encarnaba la España más culta, abierta y progresista del primer tercio del siglo XX.

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Es obvio que el talento literario y el coraje vital los tenía ella, como lo prueban ambas biografías. Además de una sólida obra, María de la O Lejárraga completó antes de los veinte años sus estudios de Comercio y Magisterio e hizo suya la doctrina pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza mientras su esposo había abandonado de joven los estudios en la Universidad Central y solo llegó a destacar por méritos propios como escenógrafo, empresario teatral y editor de prestigiosas revistas. De sus trayectorias puede deducirse que ella era lo que se entiende por «un culo inquieto»·. Nacida en San Millán de la Cogolla, se formó y se casó en la capital de España; salió diputada por el PSOE en Granada; recorrió todo el país como propagandista política y su nombre va unido a toda la vanguardia feminista anterior a la Guerra Civil, tras la que se exilió en Francia, México y Argentina. Aunque él se movió también lo suyo en aquellos años y llegó a dirigir en suelo argentino una película, 'Canción de cuna', moriría durante la posguerra en el mismo Madrid en que había nacido.

De que una y otra son figuras antagónicas dan fe sus propias trayectorias existenciales. La gran pregunta que nos sugiere la historia de esa mujer indudablemente valiosa es por qué renunció a un reconocimiento al que tenía pleno derecho. Las posibles respuestas a ese interrogante pueden vislumbrarse en el segundo volumen de sus memorias titulado 'Gregorio y yo'. (Ed. Renacimiento). Su modestia llegó al extremo de que solo se animó a escribirlo para acreditar los derechos de autor que le correspondían tras la muerte de su marido. Tuvo que ser, por otra parte, el propio editor el que le impusiera a la autora cómo bautizar la obra porque ésta había pensado en un título mucho más neutro y anodino como 'Horas serenas'.

Digo que los motivos de esa entrega incondicional a la gloria literaria de su cónyuge «se pueden vislumbrar» en ese libro por la debilidad de algunas de sus justificaciones. María Lejárraga cuenta que la desanimó la fría acogida de 'Almas ausentes', una primera novela que publicó de soltera y por la que, paradójicamente, ganó «mil pesetas de entonces» en un concurso literario.

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Feminista y socialista

No se puede decir que ese fuera un mal comienzo. Otra de las justificaciones que da para su renuncia a la autoría expresa de sus escritos es lo «poco compatible con la condición de literata» que era el cargo público de su trabajo docente. Este, sin embargo, se limita al período comprendido entre 1897 y 1907. La valentía que mostró en defender sus ideas feministas y socialistas en aquella época no parece corresponderse de manera verosímil con ningún temor a la responsabilidad que pudiera conllevar una autoría literaria.

Más peso «se vislumbra» que pudo tener en su sacrificada actitud un sentido maternal hacia un hombre al que llevaba siete años y que carecía de genio creativo, aunque no de la capacidad para apreciar la buena literatura y para el disfrute de la lectura, que les unían fuertemente a ambos. Esa es la parte amable y reivindicable de esa relación que unió a la pareja durante 25 años: la pasión literaria. «Antes de ser siquiera lo que se llama novios -cuenta María Lejárraga- habíamos escrito y publicado cuatro libros». Se refiere a 'El poema del trabajo', 'Cuentos breves', 'Flores de escarcha' y 'Diálogos fantásticos'. Pero hay algo que aún es más asombroso: esa colaboración duró más allá de 1922, cuando ambos se separaron de facto y él tuvo una hija de la primera actriz de su compañía teatral, Catalina Bárcena. Hija que, para colmo, reclamó en su día «los derechos de autor de su padre». Y hay una explicación que está por encima de todo y es que a María Lejárraga lo que de verdad le gustaba era escribir. Mientras los vampiros son felices siendo premiados por obras que no han escrito, a ella le gustaba escribir más que la fama.

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