Cuanto más drama, más humor
Reportaje ·
El novelista ucraniano Andrei Kurkov relata en 'El jardinero de Ochákov' cómo era la vida en la Unión Soviética en los años posteriores a la muerte de StalinELENA SIERRA
Viernes, 20 de diciembre 2019
Para poder sentarse a escribir, el autor ucraniano Andrei Kurkov se tiene que poner alguna música clásica que lo entristezca un poco. Le sirve Mahler. ... Estudió 10 años de piano, recordaba en su visita a Bilbao para participar en el festival JA!, así que sabe el efecto que Mahler tiene sobre él. Justo el necesario para dejar de ser por un rato esa persona «feliz» que es, dejar de hacer otras cosas y dedicarse seriamente a escribir. Lo que no significa, para nada, que el resultado del trabajo sea una cosa seria, triste, dramática. Al contrario. Si por algo es conocido este autor que vive desde niño en Ucrania y que es uno de los escritores ucranios conocidos a nivel internacional –aunque nació en San Petersburgo y escribe sobre todo en ruso– es por su sentido del humor. Por la ironía, la sátira y el humor muy, muy negro. El que, asegura, era «muy» necesario en los viejos tiempos soviéticos para sobrevivir a la vida de diario. Dice ahora que es como si los soviéticos, sobre todo los que consiguieron estudiar y desarrollar algún tipo de carrera profesional, hubieran llevado dos vidas: la de fuera de casa, que podía ser un drama, y la de dentro, la de la cocina llena de amigos haciendo bromas para combatir la realidad.
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Kurkov algo sabe. Nació en 1961 en lo que era y sigue siendo territorio ruso, a los dos años la familia se trasladó a Ucrania, de donde era una rama familiar; digamos que la KGB le invitó a entrar en el Ejército como traductor de japonés, pero encontró maneras mejores de desempeñarse. Lo cuenta riéndose; para cualquier occidental esto es de película, y lo que sigue directamente es de comedia. Resulta que trabajó en una cárcel en Odesa, donde empezó a escribir libros para niños. Vive en Kiev desde hace mucho y allí ha visto a la gente temblar por el desastre de Chernóbil, aunque ahora también le saca chispas porque «los animales son muy felices, tienen para ellos todas esa tierra y se han reproducido muchísimo»; menos graciosa sigue siendo la caída del bloque comunista, que para los ucranianos llevó a una década de los noventa con unos índices de pobreza y criminalidad muy altos, recuerda.
«Un millón viven ahora en Polonia, sustituyendo al millón de polacos que hay en Reino Unido», vuelve a sonreír. «Solo espero que no venga un millón de otro lado a ocupar ese sitio», se desata, porque no está la cosa como para tirar cohetes. Su gente aún busca, dice, «una sociedad estable», pero lo que no entienden es que tan estable es Alemania como Corea del Norte. Que la estabilidad es, parafraseando a Tolstói y aquello de que cada familia infeliz lo es a su manera, de una forma aquí y de otra allá. «La sociedad soviética era estable también». En resumen, que «la estabilidad tiene un precio» y que en cada país se paga de manera distinta.
«Es curioso cómo funciona la literatura con el pasado: todo puede parecer romántico»
Recuperar el pasado
De parte de esa historia común de muchos habitantes de países del Este, los que durante un largo periodo del siglo XX se llamaron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, trata en gran medida la última novela publicada en castellano en Kurkov. 'El jardinero de Ochákov', traducida y editada por Blackie Books como ya lo fue 'Muerte con pingüino', quiere arrojar un poco de luz sobre la vida normal de los ucranianos. No hay protagonistas famosos, ni grandes nombres de la historia, sino gente que va y que viene al mercado, algún delincuente, un miliciano. El escritor se dedicó a entrevistar a un montón de gente que era adulta en aquellos años para mostrar a los lectores que no lo vivieron qué era eso de vivir en el comunismo.
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Y es que los ucranianos, explica, aprenden en la escuela los hitos de carácter político, pero nada más. No saben nada del pasado. Se ha hecho borrón y cuenta nueva, y se sueña con el sueño europeo como hace mucho se soñaba con el americano. «Pero no existe, es la emigración», sostiene. Miran hacia fuera para diseñar futuros, pero de su pasado solo se han quedado al parecer con la gran hambruna que entre 1932 y 1933 mató a, según quién lo cuente, o millón y medio o cuatro millones de personas; es el llamado Holodomor, genocidio ucraniano, que se produjo durante el proceso de colectivización de la tierra y que significó que nadie tenía qué llevarse a la boca.
Pero la vida, el pasado, insiste Kurkov, es mucho más. En 1957, el año al que un joven del siglo XXI puede viajar en cuanto se pone un viejo uniforme de miliciano en 'El jardinero de Ochákov', fue el de la «esperanza de democracia en el país, y eso que nadie sabía qué era la democracia exactamente, qué podía pasar». Estaba en el poder Khrushchev y, muerto Stalin –recalca lo de muerto, que a ver quién se atrevía a deshacer si no nada que hubiera hecho el Padrecito–, quería darle una vuelta a la URSS. «Los que hicieron carrera con Stalin vieron cómo los apartaban. Te cuentan historias increíbles», sonríe Kurkov.
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Ígor, el joven del siglo XXI que «es un inútil en su vida actual, está en el paro, es muy infantil y vive de la pensión de su madre» –un personaje muy común en la era posterior a la URSS, sobre todo en los noventa, explica–, «no piensa en el futuro y encuentra su manera de existir en el pasado». Ayuda el uniforme, «porque ya sabes que el uniforme te hace importante y te hace comportarte de otra manera».
Cualquiera diría que Kurkov es un nostálgico de aquella época (en la novela, los billetes son más grandes, las botas son mejores, la gente sonríe más y hasta se hacen bromas en público, se puede robar vino en la fábrica para revender en el mercado). «Es curioso cómo funciona la literatura con el pasado: todo puede parecer romántico». Cree que «para quienes lo vivieron, sí habrá nostalgia, pero a los que nacieron a partir del 75 o así les sonará a éxotico». Encontrarán, eso sí, mucho menos humor que en su éxito internacional 'Muerte con pingüino'. «Es que este es menos dramático, por eso hay menos humor. El otro hablaba de los noventa, que fueron muy difíciles, y tanto crimen necesitaba mucho más humor». Esa es la fórmula de Kurkov.
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