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Retrato de Pilar de Valderrama, de la que no hay fotos con Machado. E.C.
Antonio Machado

Dos amores imposibles

Leonor y Guiomar ·

Machado ve morir a su joven esposa y vive una pasión platónica con una mujer casada y madre de familia

Luisa Idoate

Sábado, 26 de julio 2025, 00:08

Nadie da un duro por el matrimonio. Antonio Machado se casa en 1909 con Leonor Izquierdo. Él tiene 34 años y es profesor de francés ... en el Instituto Técnico de Soria; ella tiene 15 y es la hija de sus caseros, que recelan por la diferencia de edad pero ceden. Es menuda, pálida, delicada, de ojos oscuros y pelo rizado. En 1911 viajan a París, porque él gana una beca para ampliar estudios. A Leonor le diagnostican tuberculosis y vuelven a Soria en busca de aire puro. Una esperanza que él traduce en poema: «Al olmo viejo, hendido por el rayo/ y en su mitad podrido,/ con las lluvias de abril y el sol de mayo/ algunas hojas verdes le han salido». Su corazón espera «otro milagro de la primavera». Pero no llega.

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Leonor muere el 1 de agosto de 1912. Machado la llora. «Una noche de verano/ -estaba abierto el balcón/ y la puerta de mi casa- /la muerte en mi casa entró./ Se fue acercando a su lecho/ -ni siquiera me miró-, con unos dedos muy finos,/ algo muy tenue rompió». Se hubiera cambiado por ella. «Yo hubiera preferido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por la suya», escribe a Miguel de Unamuno. Para olvidar, va a trabajar a Baeza. Inútil. Le persigue el vacío, la ausencia. La sueña. La recuerda. Siente desgarro, desesperanza, amargura, tristeza. «Por estos campos de la tierra mía,/ bordados de olivares polvorientos,/ voy caminando solo,/ triste, cansado, pensativo y viejo». Para huir del dolor, vuelve a cambiar de destino. En 1919 saca plaza de profesor en Segovia. Allí conoce a su nuevo amor.

Machado y Leonor Izquierdo posan el día de su boda, el 30 de julio de 1909. EFE

Tiene 38 años, tres hijos y un marido infiel, Rafael Martínez Romarate, cuya amante se acaba de suicidar. Pilar de Valderrama es de la alta burguesía madrileña, muy religiosa, frecuenta los círculos intelectuales y ha escrito dos libros de poemas. Admira a Machado y lo va a buscar a Segovia. La relación será intensa, ferviente, devota y clandestina. Con cartas semanales, recíprocas y efusivas, a través de la agencia El Continental, garante del anonimato; citas discretas en los jardines de Moncloa y en el café Franco Español de Cuatro Caminos; y castidad física, pero no mental: a una hora convenida de la noche se piensan y se funden en un 'tercer mundo' imaginario. Solo los amigos lo saben.

«Lo que sea»

Airea el romance Concha Espina en el libro 'De Antonio Machado a su grande y secreto amor' (1950), con misivas del poeta a una tal Guiomar, su amada secreta. Reivindica serlo Pilar de Valderrama en la autobiografía 'Sí, yo soy Guiomar. Memorias de mi vida' (1981), que se publica dos años después de su muerte. «Le hablé claramente diciéndole que -dadas mis circunstancias- por fidelidad a mis creencias, a mis hijos y a mí misma, no podía ofrecerle más que una amistad sincera, un afecto limpio y espiritual y que, de no ser aceptado así por él, no nos volveríamos a ver». Machado no duda: «Con tal de verte, lo que sea».

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Las especulaciones se disparan. ¿Valderrama se acercó a él por interés? ¿Alentó su amor para lograr protagonismo literario? ¿Por qué quemó muchas de sus cartas e intentó borrar párrafos de otras? ¿Dónde están las que ella le enviaba? ¿Puede haber amor entre una monárquica católica y un ateo republicano? Para Machado, sí. «¿Cómo has conquistado a tu poeta? Tú, tan serena, tan suave, ¡tan fuerte! ¿De qué sustancia invisible es la cadena que me echaste al cuello?». La Guerra Civil zanja el romance. Valderrama la pasa en Lisboa, Estoril, Salamanca y Palencia; él, en Rocafort (Valencia) y en Barcelona, y lamenta: «La guerra dio al amor el tajo fuerte». Muere en 1939 exiliado en Colliure. Ella se entera años después.

«Yo hubiera preferido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por la suya», escribe a Unamuno sobre Leonor

Para algunos investigadores, Valderrama no era Guiomar. Tras analizar la correspondencia original, sin fraccionar, Giancarlo Depretis sostiene que la destinataria era la anónima 'señora del paseo de Rosales', llamada Pilar en las cartas. Valderrama usurpó el nombre, aseguran. Era conservadora, casada, católica y pendiente de su reputación. Evitó todo perjuicio social y familiar por el romance. «Sorteó el descrédito y ostentó el prestigio de ser Guiomar», afirma Miguel Ángel Baamonde. ¿Entonces quién se esconde tras ese nombre?

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Quién o qué. Porque, para muchos, es un arquetipo del amor. Ilusión. Sueño. Quimera. En las 'Canciones a Guiomar', Machado la evoca como una ficción poética, apuntan. «Guiomar, Guiomar, mírame en ti castigado: reo de haberte creado ya no te puedo olvidar». Y en otro momento defiende: «Todo amor es fantasía; él inventa el año, el día, la hora y su mediodía; inventa el amante y, más, la amada. No prueba nada contra el amor que la amada no haya existido jamás». ¿Habla de Guiomar?

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