ELENA SIERRA
Sábado, 9 de septiembre 2017
El paisaje como de otro mundo de las Bardenas, en Navarra, es el escenario que el escritor, traductor y ensayista Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957) ha elegido para su última novela. Ese paisaje semidesértico, con barrancos y cerros, sin apenas vegetación y en el que si sopla el cierzo es mejor ponerse a cubierto, es el lugar ideal para esta historia con ecos bíblicos que nace del deseo de Gil Bera de escribir sobre la figura del «héroe que muere pronto». Si Moisés, el gran guía de los judíos que abandonan Egipto, fue encontrado en el río y de ahí lo de ‘salvado de las aguas’, el nombre del protagonista de ‘Atravesé las Bardenas’ (Ed. Acantilado) ya indica dónde lo hallaron: Torrentera. El señor Yaben lo pone a la cabeza de un grupo de presos al que encomienda buscar un lugar para fundar su propio pueblo de colonización. En vez de soldados egipcios, aquí hay guardias civiles franquistas; la presa del Ebro puede ser tan difícil de cruzar como el Mar Rojo; no hay becerro de oro, pero estos también se duermen en los laureles y olvidan su misión; así que Yaben puede llegar a alucinar bastante con el comportamiento de los elegidos, que se dedican a sus cositas...
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- ¿De dónde surge esta novela? Más concretamente, ¿es primero la idea de recuperar la figura de Moisés y la salida de los judíos de Egipto o, más bien, la de escribir alguna historia ambientada en un territorio tan extraño como las Bardenas?
– Yo tenía interés en la figura del héroe que muere pronto. Más en particular, la del héroe que es promocionado de ser marginal a hombre, como Enkidu en el poema de Gilgamesh, y luego es ascendido a héroe, para morir joven y a la vista de lo que no alcanzará, como el propio Enkidu o como Aquiles, que no llegará a Troya. Mi desafío era contar esa tragedia que es tan antigua como la literatura en un espacio y tiempo de mi propia creación, y hacerlo con sencillez ¿Qué es sencillez? Yo me acordaba siempre, pensando en ese desafío narrativo, de Morgenstern, que decía: «Un día, me di cuenta claramente de que la mayor parte de los escritores producen confitería. Y yo encontraba eso indigno. Me dije: o sabes hacer pan, o no sabes. Si no eres capaz de hacer pan, entonces déjalo». Que la narración sea en la Bardena es natural para mí. Un escritor debe escribir de lo que sabe.
«Los sueños son importantes, asumimos la realidad a base de soñarla»
– Últimamente, en castellano, Adolfo García Ortega, Gustavo Martín Garzo y Beñat Arginzoniz se han decidido a darle una vuelta al tema bíblico y han publicado respectivamente ‘El evangelista’ (Galaxia Gutenberg), ‘No hay amor en la muerte’ (Destino) y ‘El Evangelio del hombre/ La mirada triste del anticristo’ (Ediciones El Gallo de Oro). ¿Alguna teoría al respecto? ¿Por qué cree que ocurre o por qué lo ha hecho usted?
– En mi caso, junto a la tragedia del héroe promocionado para morir pronto, mi idea germinal viene también de un pasaje de Montaigne en el que habla de Ponerópolis, la ciudad de los malos, y dice que «El rey Filipo reunió a los hombres más malos e incorregibles que pudo hallar, y los alojó a todos en una ciudad que les hizo construir y que llevaba su nombre. Pienso que a partir de los propios vicios establecerían una contextura política entre ellos y una sociedad justa y cómoda». El pasaje me encantaba, pero la reunión de ‘malvados’ me planteaba severos problemas narratológicos y de todo tipo. Todo se arreglaba situando Ponerópolis en algún paraje bardenero de colonización, porque la Bardena en sí es un espacio de libertad y poesía donde se desvanecen los problemas narratológicos.
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Jefe sobrevenido
– Lo del Instituto Nacional de Colonización sigue siendo un tema casi desconocido, pese a que ese organismo estuvo en activo desde 1939 hasta 1971 y en su marco se crearon decenas de pueblos. En la novela, estos bardeneros van a fundar su propio pueblo... ¿Qué le atraía del tema?
– Por supuesto que hubo pueblos de colonización, incluso barrios, yo mismo me crié en uno, y nuestras condiciones no eran muy diferentes a las de los colonos bardeneros. En la cuestión de la colonización me atraía especialmente su afinidad con el eterno asunto del héroe y su promoción, en este caso, a colono, a ciudadano, después de todo, uno sin tierra ni casa, uno que iba ‘pautri’ (para otro), era uno que pasaba hambre, y no digamos un preso, ahí tenía yo a mis héroes esperando ser promocionados.
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– La novela tiene muchos puntos de conexión con la actualidad. Para empezar, por ejemplo, la reflexión sobre el ‘papel del líder’. Torrentera dice en un momento: «Estos pobres creen que sé lo que hago». ¿Disimular es fundamental?
– Torrentera reflexiona sobre su papel de jefe sobrevenido, en cierto modo atropellado por el destino. Tiene que improvisar en un arte que desconoce y que solo le dará una oportunidad.
- El señor Yaben parece tener poder más por lo que le otorga el pueblo –necesitado de una referencia– que porque lo tenga en realidad.
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– Para un preso, el ingeniero que firmaba sus días de redención por trabajo y decidía por dónde iban los canales y se hacían los pueblos, era un ser omnipotente. Además, al ser alguien ajeno al funcionariado de prisiones, y con un poder tan enorme, era visto como un gran padre.
– Se habla mucho, mucho, de la importancia de los papeles, de los listados de nombres.
– ¡Cómo no! Los presos venían a ser unos ‘sin papeles’ a casi todos los efectos. Torrentera siente vivamente la necesidad lacerante de papeles y nombres para todos. Y sabe que la lista, la relación de nombres, es un poder, prácticamente ‘el poder’. Como la vida misma.
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– Y de los sueños, y del trabajo que conllevan: el sueño de la libertad, de construir, de permanecer, de pertenecer.
– Los sueños son importantes, asumimos la realidad a base de soñarla. También los que no tienen nada tienen días felices que recordar.
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