La 70 temporada de la ABAO constituye un notable desafío del que sin duda dependerá buena parte del futuro de la ópera en Bilbao. Pero ... no se trata de un reto artístico, ya que el esfuerzo de la institución bilbaína en su oferta para la próxima temporada vuelve a combinar con acierto el obligado conservadurismo en la programación -está claro que con seis títulos y una audiencia mayoritariamente tradicional no hay posibilidades de asumir riesgos-, las producciones de calidad y los cantantes y directores de orquesta y escena de solvencia contrastada en los grandes coliseos del mundo. Y es que más bien estamos ante un desafío de reconstrucción y reinvención, tras una temporada aciaga en la que la ABAO y la ópera fueron especialmente castigadas por la pandemia y por la incomprensión del Gobierno vasco en relación con los aforos, algo que contrasta con lo acontecido en Madrid y Barcelona.
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De hecho, a nadie se le oculta que semejante cataclismo va a obligar a la ABAO por igual a un esfuerzo para rescatar e ilusionar a los socios perdidos, a seguir avanzando en un esquema en el que la taquilla vaya sustituyendo cada vez más la frágil fidelidad de los abonados, a que su lograda estructura de patrocinio privado siga aportando a la autofinanciación y a que las instituciones públicas comprendan de una vez por todas que con un poco más de subvención se garantiza la estabilidad de una oferta y un modelo operístico de carácter semiprivado que es emblemático, que colabora en la difusión musical y que prestigia al conjunto de la oferta cultural. Todo ello, naturalmente, dando por anticipado que la ópera se desarrolle con normalidad, sin penalizaciones administrativas y con el pleno apoyo de su amplia demanda social.
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