El programa inaugural de la 70 edición del Festival de Santander, idéntico en obras y en intérpretes al que días atrás había abierto la Quincena ... donostiarra, tenía como principal atractivo la presencia de Yuja Wang como estrella internacional que mantiene su talento, su energía y su expresividad intactas desde sus inicios, esa energía pura, volcánica y arrolladoramente seductora que es su don fundamental como pianista. Wang es ella y su manera de hacer música, su estilo y su escuela, y, aunque se sabe excepcional, da en sus interpretaciones hasta el último resto de lo que tiene. Sobre el Concierto para piano n° 1 de Liszt se abalanzó como una tigresa, fieramente, abarrotándolo de personalidad pero con la sensibilidad y la intuición musical necesarias para hacer del Quasi adagio un momento elevado y profundo, al borde de lo imperceptible. Gustavo Gimeno y la Filarmónica de Luxemburgo le brindaron un acompañamiento a su medida, armados de virtuosismo, con poderío, veracidad y capacidad de escuchar.
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Previamente habían abierto el camino en solitario con el Concert romanesc de Ligeti, un compositor de perdurable prestigio que, sin embargo, no tiene gran presencia en nuestras salas de conciertos. Más que la sonoridad de conjunto de los luxemburgueses, lo que brilló fue la individualidad de sus componentes (primer violín, flautín, clarinete y trompas), que fueron también destacados en la pieza final del programa, la Sinfonía n° 8 de Dvorák. En ella lo nacional tiene más fuerza que lo universal, y ello llevó a Gimeno y los suyos a mudar de sonido para colorear en tonos claros sus melodías y asegurar la irresistible frescura de su música. De propina, la primera de las danzas húngaras de Brahms puso la guinda a una velada a la que Wang, la poderosa y explosiva Wang, confirió cualidades excepcionales.
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