La mezzo Ekaterina Semenchuk (Azucena), en el segundo acto de 'Il Trovatore', rodeada de parte del Coro de Ópera de Bilbao en el papel de gitanos. Enrique Moreno Esquibel

'Il Trovatore' enciende el Euskalduna

La ópera de Verdi cierra la temporada de ABAO con el triunfo de los cuatro protagonistas, liderados por la mezzo Ekaterina Semenchuk en el rol de Azucena

Sábado, 20 de mayo 2023

Hay interpretaciones que se bastan a sí mismas, porque la voz y el carisma llenan el escenario y no hay ojos ni oídos para nada ... más. Ni vestuario, ni atrezzo, ni luces. El cantante lo acapara todo. Es lo que sucede con artistas del calibre de la mezzosoprano rusa Ekaterina Semenchuk, que se metió en la piel de la gitana Azucena, en 'Il Trovatore', y arrastró al público hasta el rincón más oscuro de una mente enferma. Incisiva y fiel a la evolución del personaje verdiano, no se limitó a regodearse en la marginalidad y malditismo de Azucena. Ella encarna la tragedia y no perdona. Su venganza es el motor de toda la obra. Su madre murió en la hoguera y la voz de Semenchuk se reveló como pura lava. Abrasadora y telúrica.

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Gran triunfadora de la noche, compartió aplausos y ovaciones con la soprano Anna Pirozzi, el tenor Celso Albelo y el barítono Juan Jesús Rodríguez. Ninguno flaqueó, así que vayan por delante todos nuestros respetos. Una ópera de temática medieval como 'Il Trovatore', con presuntas brujas, arrebatos eróticos y una guerra civil en el Reino de Aragón, es el decatlón de la ópera italiana, solo al alcance de cantantes en plenitud y sin miedo. Acompañados con mimo por la BOS, a las órdenes de Francesco Ivan Ciampa, los cuatro protagonistas cargaron a sus espaldas con todo el espectáculo. Apuntalaron las notas agudas, que son muchas y comprometidas, hicieron gala de un fiato (aliento) de largo alcance y desplegaron un fraseo de tronío.

Lucimiento del coro

El Coro de Ópera de Bilbao también se apuntó muchos tantos, con momentos muy sonados; lo mismo eran gitanos que soldados, monjes o religiosas. En ocasiones ligeramente pasados de decibelios, pero contribuyeron a inyectar vida al montaje. Un escenario sin más decorado que taburetes, mesas y candelabros, que van y vienen, puede llamar la atención al principio, pero termina siendo cansino. El vestuario atemporal y las proyecciones de nubes, con alguna que otra llamarada de fondo, tampoco mejoraban el panorama. Como contrapunto a la dirección escénica de Lorenzo Mariani, el compromiso de los cantantes fue máximo. Se volcaron emocionalmente, dejando claro que en la ópera, en cualquiera de ellas, no se trata de cantar bonito ni a la perfección, sino de hacerlo con honestidad.

La técnica vocal no se domina para presumir de ella. El objetivo es conmover con las cuitas o alegrías de los personajes. Incluso en obras de argumento tan enrevesado como 'Il Trovatore' hay que transmitir verdad y sentimiento. Mención aparte merece en este sentido Celso Albelo, que cantaba por primera vez el rol de Manrico, el trovador enamorado de Leonora que rivaliza con el Conde Luna en el campo de batalla y también en el amoroso. Un debut valiente y sin reservas. No le hizo falta bajar la partitura ni medio tono –como hacen algunos colegas legítimamente– para dar las notas más agudas en la aguerrida cabaletta 'Di quella pira' (De aquella pira) y, además, se mostró desenvuelto a lo largo de toda la representación. Basculó con autoridad entre los pasajes líricos y dramáticos, muy cohesionado con sus compañeros de reparto.

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Un trío en liza. Leonora (la soprano Anna Pirozzi) está perdidamente enamorada de Manrico (el tenor Celso Albelo, abajo a la derecha) y despierta los celos del Conde de Luna (Juan Jesús Rodríguez)

Sin escatimar energías, sacó lustre a los recitativos y defendió su papel desde la romanza de entrada 'Deserto sulla terra' (Solo en la tierra) hasta la última nota del trío final, con Leonora y el Conde Luna, 'Prima che d'altri vivere' (Antes que vivir siendo de otro), para luego alejarse hasta el fondo del escenario y quedarse de espaldas al público. En ese instante hay que hacerse a la idea de que a su personaje le cortan la cabeza. Su entrega se saldó con éxito y marca un punto de inflexión en su trayectoria, con vistas a papeles de más peso vocal. Albelo se encuentra en un momento de madurez magnífico, igual que Juan Jesús Rodríguez, Anna Pirozzi y Ekaterina Semenchuk. Son de la misma generación, con edades comprendidas entre los 47 y 54 años, y se les notan los galones y las ansias de superación.

El barítono andaluz Juan Jesús Rodríguez derrochó poderío y aguante con el aria 'Il balen del suo sorriso' (El resplandor de su sonrisa), una de las piezas más complicadas del repertorio italiano, que arranca con un halo de nocturnidad y, al invocarse el amor, prosigue con ritmo de vals, para luego poner el colofón con la cabaletta 'Per me ora fatale' (Hora para mí terrible). Proeza canora a la altura del Conde Luna, que acto seguido marcha corriendo a un convento para raptar a Leonora antes de que la joven tome los votos de monja. El Conde de Luna es un tipo que no se anda con medias tintas. Ni Dios, eso dice, se puede interponer en su camino.

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La soprano napolitana Anna Pirozzi, por su parte, bordó el aria 'D'amor sull' ali rosee' (Del amor sobre las alas rosadas), una pieza que también lleva al límite. Nada que asuste a Pirozzi, que al término del aria siguió manteniendo el listón muy alto, entreverando su voz con el 'Miserere' de un grupo de monjes y dando réplica al pobre Manrico (Celso Albelo), encerrado en lo alto de una torre. En esa escena los religiosos y el trovador cantan entre bastidores, fuera del escenario, y la sensación envolvente da la medida del sentido teatral de Verdi. Otro acierto es el dúo en el calabozo entre Azucena y su presunto hijo, Manrico, 'Ai nostri monti ritorneremo' (A nuestros montes volveremos), que recuerda a 'Parigi, o cara' de 'La Traviata'. En uno y otro caso, la ternura masculina consuela y arropa a una mujer sin esperanza. La compenetración de Celso Albelo y Ekaterina Semenchuk en esa escena fue uno de esos momentos mágicos que justifican una función de ópera.

Carrera de principio a fin

En la música hay una urgencia, con remansos de lirismo, que invita a alucinar en términos de imágenes y movimiento. Es una carrera de principio a fin. Un prodigio de síntesis y horror que en el Euskalduna bullía en las gargantas de los cantantes, de ahí que el enfoque escénico de Lorenzo Mariani actuara como un lastre. El minimalismo y la atemporalidad no ayudaban. Tampoco los cambios de escena a la vista del público.

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Hace unos días, Mariani anunció que su montaje tenía «una dimensión metafísica», porque el realismo narrativo no cuadra con el cariz de la ópera. Quién sabe. Habría que preguntárselo a Verdi. Por lo demás, 'Il Trovatore' se basa en la obra de teatro homónima del dramaturgo español Antonio García Gutiérrez, estricto contemporáneo del compositor, y lo que hay es una acción trepidante y truculenta, ambientada en el Reino de Aragón y las montañas de Bizkaia, con un conflicto a sangre y fuego entre el Conde de Urgel y Fernando de Antequera. La orquesta no tiene más función que acompañar a los cantantes, respirar con ellos y contener el aliento en los momentos peliagudos. No hay interludios instrumentales, ni paz que valga.

Basta fijarse en el final de la ópera para comprobarlo. Es una locura que solo alguien como Verdi puede resolver con maestría: al poco del suicidio por envenenamiento de Leonora, en solo 32 compases el Conde de Luna manda ejecutar a Manrico, que apenas tiene tiempo de despedirse de Azucena, antes de morir en el patíbulo y dejar horrorizado al Conde de Luna, que en ese preciso instante sabe por boca de la gitana que Manrico es... ¡su hermano!

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El director de orquesta Giandrea Gavazzeni la calificaba muy atinadamente de «La Pasión según San Mateo de Verdi», porque los peores augurios se cumplen y estamos avisados desde el principio. Los tres redobles de tambor y los metales que se escuchan en el preludio, nada más empezar, ya dejan claro que el tema es muy serio y trágico. Pero se disfruta, vaya si se disfruta.

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