Carlos Arrojo
Certamen Relato Breve 'En Cuarentena'

Transparencias

Este es uno de los relatos breves seleccionados para su publicación de entre los presentados al concurso 'En cuarentena', que organizan EL CORREO y la UPV. El día 17 de junio se dará a conocer el nombre de los ganadores

Cecé

Miércoles, 10 de junio 2020, 00:57

La tercera mañana de cuarentena, mientras aburrido miraba el edificio de enfrente con su abundancia de plantas en los balcones, apareció en una estrecha ventana la figura de una mujer joven duchándose. Podía contemplarla desde la cabeza hasta un poco más abajo del ombligo. Tenía un cuerpo menudo, armónico, de cintura estrecha y pechos medianos. Y cuando se volvió vi también la hondonada que separaba sus nalgas redondas. Los baños de ese edificio tienen esa ventana con un cristal opaco que se vuelve transparente con el vaho del agua caliente. Desde ese hallazgo vi más desnudos: hombres barrigudos, señoras fofas, ancianos encorvados…

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La miraba en el baño y en el balcón cuando salía a regar las plantas, tomar el sol o aplaudir a los sanitarios a las ocho de la tarde. Y una semana más tarde ya había instalado la mesa de escritorio en mi cuarto para espiarla más cómodamente mientras teletrabajaba. También podía vigilar su portal y controlar las horas a las que salía a comprar comida.

Pasaban los días y allí seguía yo, como un despreciable voyeur, sin poder apartar la vista de su cuerpo mientras sus manos refrotaban jabonosas una y otra vez la piel brillante y la cascada de la ducha peinaba su pelo negro. Tras cada baño me repetía que debía avisarla, decirle que todos los vecinos de enfrente la podíamos ver desnuda mientras se bañaba. Así lo hice al fin. Le escribí una nota y al final le rogaba que no me malinterpretara. Y añadí que era el vecino de enfrente del quinto piso.

A la mañana siguiente, haciéndome pasar por el cartero, dejé la nota en su buzón y a las ocho de la tarde aguardé impaciente alguna señal suya. La hizo cuando salió al balcón a aplaudir: levantó el dedo pulgar hacia arriba y me gritó un «gracias» poniendo las manos como bocina alrededor de la boca. A partir de entonces, me saludaba con la mano, sonriéndome, jugando con su pelo, insinuándose juguetona.

Tras una semana de coqueteo ya era el momento de salir a buscarla. Su salida a la compra sería la ocasión perfecta para abordarla. Me aposté tras la cortina hasta que apareció en la calle con dos bolsas del mismo supermercado donde compraba yo. Vestía una cazadora azul, vaqueros apretados y unas deportivas rojas. Caminaba erguida, como sobre un alambre, con la espalda recta y el paso ligero. Salí de casa a toda prisa pero coincidí con mi vecino el musculitos, los dos frente al ascensor, esperando, y como siempre, sin preguntar siquiera quien estaba antes, bajó el primero. El muy imbécil… Ya en la calle di dos vueltas al supermercado pero no la encontré. Ninguna vez ocurrió.

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Cuando finalizó la cuarentena ya no hubo más sonrisas ni más citas en el balcón. Me la crucé en la calle dos semanas más tarde pero pasó a mi lado como si no me conociera. Iba riendo y cogida de la mano del imbécil de mi vecino.

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