Ciencia | Investigación

Dos científicos vascos a la caza de superplantas en la Antártida

Dos biólogos vascos relatan su día a día en la base Juan Carlos I mientras investigan el impacto de la desecación, el frío y la radiación ultravioleta en la flora

sara I. belled / l. a. gámez

Domingo, 20 de marzo 2022

El sol brilló el 7 de marzo sobre la isla Livingston, en el archipiélago antártico de las Shetland del Sur. José Ignacio García Plazaola e Irati Arzac no lo habían visto en tres semanas, desde que el 13 de febrero llegaron a la base Juan Carlos I en el buque oceanográfico Hespérides. Así que aprovecharon su salida por los alrededores de la estación científica para estudiar la flora para subir al monte Reina Sofía, de 275 metros de altura, y tumbarse un rato al sol. «Se estaba muy bien», recuerda al otro lado del teléfono el investigador bilbaíno, profesor de Fisiología Vegetal en la Universidad del País Vasco. «Hizo un tiempo que no es habitual aquí, según nos dijeron los meteorólogos. Una maravilla», asegura la bióloga zarauztarra, que está haciendo el doctorado.

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Los dos participan en la XXXV Campaña Antártica Española, que comprende más de 26 proyectos de investigación sobre dinámica de glaciares, geomorfología, sismología, vulcanología, geodesia, ecología de pingüinos... «Nosotros hemos venido a estudiar a las campeonas olímpicas de las plantas, las que son capaces de tolerar los factores ambientales más adversos a los que se enfrentan los organismos vegetales terrestres: la desecación, la baja temperatura y la radiación ultravioleta. A estos factores ambientales los llamamos estreses, y los sitios donde se maximizan son el Ártico, la Antártida y la alta montaña. Queremos saber qué especies crecen aquí y cuáles son sus estrategias fisiológicas para contrarrestar esos estreses», explica García Plazaola.

El proyecto se llama EREMITA y colaboran en él investigadores de las universidades de La Rioja, Islas Baleares, La Laguna y el País Vasco. Seis están en la isla Livingston, a unos 10.800 kilómetros de casa los canarios y a entre 12.600 y 12.800 kilómetros el resto. Antes de llegar, pasaron una cuarentena en Punta Arenas (Chile) para evitar que el coronavirus llegue a la Antártida, una santuario natural. El 12 de febrero volaron de Punta Arenas al aeródromo Teniente Rodolfo Marsh Martin, en la isla Rey Jorge –ya en las Shetland del Sur–, y luego subieron al Hespérides para una travesía que concluyó con el desembarco en zódiacs en la madrugada del día siguiente.

La estación del CSIC funciona solo durante el verano austral y tiene ahora 45 inquilinos, entre científicos y personal técnico. «Estamos muy bien. Tenemos de todo y no hace frío. La vida aquí es muy relajada. Vivimos ajenos a muchos estreses y angustias de Europa. Además, no tenemos que preocuparnos nada más que por investigar. Solo un día de cada diez colaboramos cada uno en las tareas de limpieza y cocina. El trabajo de los técnicos de la base tiene un mérito enorme», dice García Plazaola. Los laboratorios están «muy bien equipados», pero, aun así, ellos han llevado su propio aparataje. «Hemos traído bastante equipo de Bilbao para poder hacer aquí casi todas las mediciones fisiológicas, aunque habrá cosas que tendremos que hacer allí».

«Lo peor es el viento»

«El trabajo de laboratorio es muy parecido al que hacemos en Leioa. La diferencia son las salidas a recolectar, porque el entorno es espectacular. La ventana de mi habitación da a la bahía y, cuando me levanto, a veces veo ballenas. Saco fotos todas las mañanas. Esto es una maravilla», reconoce Arzac, que comparte cuarto con otra de las ocho mujeres de la base. Su compañero no tiene tanta suerte con las vistas. «Irati es una afortunada porque su habitación da a la bahía. La mía da al pedregal».

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«La vida es muy relajada. Vivimos ajenos a muchos estreses y angustias de Europa»

José Ignacio García Plazaola

Fisiólogo vegetal

En su segunda estancia en la Antártida –estuvo en 2018–, García Plazaola disfruta de cada momento como si fuera la primera vez. «Lo que más me gusta es la vida silvestre. El otro día, estábamos tomando unas medidas en el laboratorio y vimos por la ventana una ballena. Ahora mismo, mientras hablamos, estoy viendo la bahía con hielo flotando y un extenso campo glaciar. Y también, pingüinos. Si sales, se ponen a andar a tu lado. Son muy simpáticos, un espectáculo. Es para sentarte y pasarte horas mirándolos. Cuando vuelves a Bilbao, recuerdas todo esto como algo increíble».

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La jornada en la isla Livingston empieza con el desayuno en el comedor a las ocho de la mañana. Luego, algunas veces se celebra una reunión para planificar las actividades del día, tras la cual los científicos vascos se meten en faena. Si hace mal tiempo, se quedan a trabajar en el laboratorio; si hace bueno, salen a recoger muestras. En equipos de dos como mínimo y siempre con 'walkie-talkie'. «Avisas al jefe de la base cuando sales, cuando llegas al lugar y cuando vuelves. Nosotros nos movemos por las cercanías. Otros compañeros van al glaciar o en zódiacs. Si no hace viento, fuera se está muy bien», afirma García Plazaola. «Pero tienes que andar con cuidado porque es un terreno bastante rocoso», señala Arzac.

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«Esto es un pedregal con muy poquito verde. La mayor parte de la isla está cubierta por glaciares. Solo hay algunas zonas libres de hielo, como donde estamos. Si comparas con el resto de la Antártida, este es un clima tropical», dice el biólogo. La temperatura en la isla Livingston oscila en verano entre los 0º C y los 3º C. «Como si subes al Gorbea». En la base estadounidense Amundsen-Scott, en el Polo Sur geográfico y habitada todo el año, están hoy a -49º C. «Lo peor aquí es el viento. No puedes aguantar quieto», admite Arzac, a quien siempre ha llamado la atención «la capacidad que tienen las plantas de crecer en cualquier lado. Es increíble que en las condiciones ambientales de aquí haya plantas que crezcan y florezcan. Son superplantas». Ella, que es «muy friolera», al hacer el equipaje dio prioridad a la ropa de abrigo frente a los libros. «Me los he traído digitales. Aquí, además, hay una biblioteca bastante buena».

Los científicos vascos y sus colegas estudian las plantas que crecen a un radio de una hora a pie de la base. Toman medidas y muestras. «El mínimo imprescindible. No podemos ir arrasando poblaciones. Medimos su actividad fotosintética y arrancamos partes de individuos, no individuos enteros, para estudiarlas después», indica el profesor de la UPV/EHU. En el laboratorio, las someten a pruebas para ver qué tal soportan la falta de agua, las bajas temperaturas y la radiación ultravioleta. Esa información va a una base de datos en la que se suma a la de plantas del Ártico y de la alta montaña.

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«Es increíble que aquí haya plantas que crezcan y florezcan. Son superplantas»

Irati Arzac

Bióloga

«Nosotros nos planteamos preguntas del tipo de si las plantas que crecen en estos ambientes están adaptadas a vivir en ellos o solo son las que consiguen sobrevivir, pero sus óptimos están en ambientes más favorables. Y, si están adaptadas, qué trucos usan y si pudiéramos hacer que otras de otros ambientes los usaran», explica García Plazaola. En la isla Livingston amanece estos días a las 6 y anochece a las 20 horas, pero «eso cambia muy rápidamente. Ahora hay diez horas de oscuridad, pero cuando llegamos no había ninguna». ¿Cómo se adapta uno a cambios tan bruscos? «La clave es dormir con las persianas bajadas». El trabajo, de campo o de laboratorio, se interrumpe a las dos para comer y, tras el café, se retoma hasta las siete y media. «Entonces, hay una reunión en la que los meteorólogos nos dan el parte del tiempo para el día siguiente y se planifican las actividades».

La cena es a las ocho y luego generalmente ven una película o asisten a una charla de un compañero. A las conferencias y las tertulias –«están muy bien porque somos gente de campos muy diferentes», destaca Arzac–, se suma la comunicación con la familia, prácticamente continua por 'wasaps' y a veces a través del teléfono de la base. Las videollamadas no son tan habituales porque tienen que ser previa cita, tras apuntarse en una lista, para no consumir el ancho de banda de la estación, en el que tiene prioridad todo lo referente al mantenimiento y la meteorología. Tampoco puedes ver Netflix o cualquier otro servicio de TV en streaming. «Lo más duro es que hay cosas que no dependen de ti y que aquí condicionan tu vida. Por ejemplo, no sabemos exactamente cuándo vamos a volver. Será el día que tenga que ser dependiendo de la meteorología, de que el avión pueda volar», advierte García Plazaola. «Haber podido venir aquí a investigar es una suerte. Es una experiencia única», dice Arzac.

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  • Fuente de los gráficos y fotografías Unidad de Tecnología Marina, BAE Juan Carlos I, Mónica Sanz y Rafael Hernández (UTM-CSIC/ UPM/IETcc-CSIC).

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