SER CATÓLICO Y PROTESTANTE EN ESTADOS UNIDOS

Borja Vivanco

Miércoles, 23 de septiembre 2015, 19:59

A primera vista tiene que sorprender que, en casi 250 años de historia de Estados Unidos, solo un presidente haya sido católico, aunque se trate ... del tan carismático como malogrado John Fitzgerald Kennedy. Hubo algunos pocos presidentes que no se adscribieron a ninguna religión, pero la casi totalidad de ellos se han declarado protestantes y, en su gran mayoría, han frecuentado con regularidad los templos.

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No solo se atribuye a la Constitución de Estados Unidos el ser la más antigua de la historia, sino también la primera que se declaró aconfesional. Ahora bien, la religión ha ocupado un lugar fundamental en la cultura política del país que, aún hoy, parece resistirse a desaparecer a pesar del proceso de secularización del cual tampoco esa nación es ajena.

En la actualidad sería impensable que un candidato a presidente de Estados Unidos, bien por el Partido Republicano o bien por el Partido Demócrata, se declarara no solo ateo o agnóstico, sino incluso tibio en cuanto a creencias religiosas.

En Europa, en cambio, rara vez los políticos acostumbran a manifestar en público sus convicciones religiosas o la ausencia de ellas. El profesar o no una religión determinada no tiende, en casi todos los países europeos, a condicionar el voto de la ciudadanía, ni siquiera el de los ateos militantes ni el de los creyentes más fervorosos. En cualquier caso, el discurso religioso ha sido tradicionalmente omitido por parte de los líderes de la mayoría de las democracias europeas. Por ejemplo, fiel a la trayectoria laica de la política de su país, no se recuerda que el irrepetible general Charles de Gaulle -que fue siempre un piadoso católico- hiciera en público alusión explícita a ideales estrictamente religiosos.

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Para entender la significativa presencia del factor religioso en la vida política de Estados Unidos es necesario retrotraerse nada menos que al proceso de germinación de la nación. Las treces colonias que en la segunda mitad del siglo XVIII se alzaron en armas contra el rey Jorge III estaban habitadas, en su gran mayoría, por fervientes protestantes. No pocos de ellos procedían de familias que se habían sentido obligadas a abandonar Europa en décadas anteriores, a fin de conservar su estilo de vida inspirado por el extremismo puritano o calvinista. Hoy hubieran sido calificados de refugiados políticos.

En las primeras décadas del siglo XVII, los colonos protestantes pretendieron crear en la costa oriental de Estados Unidos una Nueva Jerusalén?, alejada del relajamiento de las costumbres religiosas de Europa. Se trataba de personas laboriosas, austeras y que vivían sometidas a estrictos códigos morales, bajo parámetros teocráticos, en un momento en el que -de modo inverso- en Europa se abría paso la era del método científico y la Ilustración. En realidad el fanatismo religioso llegó a adueñarse de la vida cotidiana de aquellos primeros colonos. Botón de muestra fueron los conocidos juicios por brujería de Salem, pequeña población cercana a Boston, por los cuales alrededor de 150 personas fueron encarceladas y diecinueve ahorcadas, a finales del siglo XVII.

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Hasta el XIX, el número de católicos que habitaban aquellos territorios era insignificante, en buena medida a causa de las discriminaciones de las que eran víctimas. Tanto es así que, entre el más de medio centenar de firmantes de la Declaración de Independencia, en 1776, solo se contó a un católico: Charles Carroll. Y precisamente un primo suyo, el jesuita John Carroll, fue además el primer obispo católico de Estados Unidos. Así y todo es justo recordar que fueron católicos -y también españoles- los primeros cristianos que desembarcaron en lo que es hoy Estados Unidos, en los albores del siglo XVI. Es así que décadas antes de la edificación de los primeros templos protestantes en Norteamérica, ya se habían levantado allí modestas misiones católicas.

De un modo u otro, el liderazgo de los devotos protestantes de origen anglosajón fue incuestionable en los procesos de colonización e independencia de Norteamérica o en la posterior expansión de Estados Unidos hacia el sur y la costa occidental. Crearon una cultura hegemónica de la que se sintieron excluidos, en particular, los pueblos indígenas y los esclavos de color.

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La llegada masiva de católicos a Estados Unidos se produjo a caballo de los siglos XIX y XX. No eran menos piadosos que los protestantes, en el caso de los italianos y sobre todo de los polacos e irlandeses. Los conflictos entre protestantes y los nuevos inmigrantes católicos no se hicieron esperar. Se acrecentó, entre los protestantes más integristas, el postulado de que el catolicismo era otro exponente del antiamericanismo; bajo el pretexto de que, en última instancia, debía obedecer a una autoridad extranjera, ubicada en Roma. El Ku Klux Klan, por citar seguramente el caso más radical, no solo ha sido racista y antijudío, sino también declaradamente anticatólico.

En la actualidad la población católica comprende la cuarta parte de los habitantes de Estados Unidos. Estos días recibe con entusiasmo la visita del Papa Francisco. El anticatolicismo se ha ido diluyendo silenciosamente, durante los últimos tiempos, hasta casi ya desaparecer. La postura hacia el islam ha sido, en cambio, cada vez más hostil; sobre todo a raíz de los atentados contras las Torres Gemelas de Nueva York.

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Además la inmigración de origen hispano ha fortalecido a la Iglesia católica en las últimas décadas. Aunque, como en el resto de América Latina, no ha dejado de crecer el número de hispanos que se han convertido al protestantismo. Pero tampoco son pocos los estadounidenses que solicitan ser recibidos en la Iglesia católica. Por ejemplo lo hizo nada menos que John Wayne en su lecho de muerte, hace ya muchos años.

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