La odisea del capitán Bligh
Abandonado por su tripulación amotinada en una frágil chalupa en mitad del océano, arrostró múltiples penalidades para llevar a sus leales a un puerto seguro
Pascual Perea
Lunes, 21 de septiembre 2015, 01:22
Cuando el capitán Bligh y sus 18 leales fueron abandonados en mitad del océano por los amotinados del 'Bounty', se sabían condenados a una muerte casi segura. Hacinados en una chalupa de apenas siete metros de eslora que casi hacían zozobrar con su peso, con unas mínimas provisiones de comida y agua y sin brújula ni armas a bordo, y a miles de millas de cualquier lugar civilizado. Pero el capitán no se desanimó y mandó poner rumbo a Tofua, una isla cercana, para hacer aguada y recolectar alimentos. Al desembarcar, sin embargo, los ingleses fueron atacados por los nativos, que mataron a lanzazos a uno de los marinos y obligaron al resto a echarse de nuevo al mar para salvar el pellejo, abandonando su cuerpo a los salvajes.
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Su situación, que antes era ya desesperada, se volvió más comprometida si cabe. Temiendo sufrir nuevos ataques, Bligh no se atrevió a desembarcar en las islas Fiji, por las que pasaron días después, y se marcó un objetivo casi imposible: llegar a Timor, donde era frecuente la recalada de barcos ingleses. Fue un viaje de más de 3.600 millas náuticas, unos 6.700 kilómetros, primero entre las islas Vanuatu, entonces conocidas como Nuevas Hébridas, hasta internarse en el Mar de Coral, luego bordear la costa australiana por la Gran Barrera de Coral, para cruzar el estrecho de Nueva Guinea y adentrarse en el Índico hasta Timor. Fueron 47 días de penalidades sin cuento, a menudo viendo en la distancia la silueta de una tierra que no se atrevían a pisar. Increíblemente, salvo el hombre muerto en Tofía toda la tripulación sobrevivió, aunque algunos cayeron al poco tiempo víctimas de la malaria, que se contagiaron, paradójicamente, al alcanzar la civilización.
Desde las Indias Orientales, Bligh y sus supervivientes embarcaron en un navío británico rumbo a Europa, y en marzo de 1790 llegaron a Londres. No sospechaba el teniente de navío que su temple iba a verse sometido en su propia tierra a otra dura prueba. El Almirantazgo puso en marcha inmediatamente un consejo de guerra para dilucidar las responsabilidades y culpas. Al igual que el propio cabecilla Christian Fletcher, uno de los amotinados, el guardamarina Peter Heywood, gozaba de una excelente posición social -de hecho, estaba emparentado con el almirante de la Flota del Canal de la Mancha y antiguo Primer Lord del Almirantazgo, lord Richard Howe- y su familia trató de exculpar al sedicioso haciendo pasar a su capitán por un hombre irascible, sádico y cruel. El proceso fue seguido con enorme pasión en Inglaterra. Finalmente Bligh fue exonerado de toda culpa y confirmado con honores en su puesto en la Armada Real, no sin antes verse sometido a un juicio popular implacable. Poco después publicó su testimonio, titulado 'Una narración del motín a bordo del barco de Su Majestad 'Bounty''.
Bligh volvería a embarcarse rumbo a los Mares del Sur, para descubrir a su regreso que las insidias no se habían apagado en su ausencia. Curiosamente, volvería a sufrir otros dos motines en barcos que mandaba, aunque en ambos casos fueron comunes a gran parte de la flota inglesa y estuvieron causados por retrasos en el pago y las durísimas condiciones de vida imperantes en los navíos de guerra de su graciosa majestad. Desempeñó un notable papel al enfrentarse en la batalla de Camperdown a tres barcos holandeses a los que causó importantes daños sin sufrir casi bajas, y luchó en la batalla de Copenhague a las órdenes del almirante Nelson, que alabó públicamente su contribución a la victoria.
En 1806 fue nombrado gobernador de Nueva Gales del Sur, en cuyo mandato tuvo que hacer frente a un nuevo motín, la Revuelta del Ron, por el que fue depuesto y permaneció encarcelado en un barco durante más de un año antes de ser restituido en consejo de guerra. A su regreso a Londres, fue ascendido a vicealmirante. Murió el 6 de diciembre de 1817 tras una vida dedicada a luchar tanto con los enemigos de Inglaterra como contra su propia leyenda negra. Sobre su tumba crece un árbol del pan como los que fue a buscar en su viaje maldito.
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