Terje Isungset a los mandos de un xilófono de hielo.

El hombre que hace música con hielo

El noruego Terje Isungset utiliza materia prima recolectada en Groenlandia, la Antártida, Noruega, Siberia, los Alpes y los Pirineos. Eso sí, a veces sus instrumentos acaban el concierto reducidos a un charco

Carlos Benito

Jueves, 5 de marzo 2015, 17:38

Empecemos por lo más reciente. El mes pasado, la localidad noruega de Geilo albergó la décima edición de su Ice Music Festival, un evento de ecos mágicos que se centra en los sonidos producidos a partir del hielo. Cada año se presenta un instrumento nuevo fabricado con esa materia prima: en esta ocasión le tocó al Isbassis, un colosal contrabajo traslúcido que acompañó a un trío vocal femenino especializado en música medieval. El programa incluía además a artistas invitados como Mamadou Diabate, percusionista de Burkina Faso que tocó un balafón de hielo, y también convocatorias de aire fantasmagórico como la sesión de medianoche en el entorno de una tumba vikinga: el propio escenario era de hielo y los espectadores, que llegaron esquiando, se acomodaron sobre pieles de reno.

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El fundador de este festival, el hombre que supo ver las posibilidades sonoras y románticas del hielo, es Terje Isungset, un músico de la propia Geilo que inició su carrera en el folclore -de adolescente, solía acompañar a su padre acordeonista- y más tarde saltó a la escena jazzística de Bergen, fundamentalmente como percusionista. Ya entonces mostraba cierta predisposición a utilizar instrumentos poco convencionales, tomados de la naturaleza o el entorno rural, como plantas de espino ártico, rocas, madera o cencerros, y ese interés por explorar la resonancia de las cosas le acabaría llevando hasta el hielo. A finales del siglo pasado, el festival de invierno de Lillehammer le encargó una composición que debía interpretarse en una cascada congelada, así que allá se fue Terje con su motosierra, dispuesto a esculpir instrumentos con el hielo de un lago cercano.

A 38 bajo cero

La experiencia le fascinó y le condujo a cierta especialización. En 2001 grabó su primer álbum de 'música de hielo', en 2005 creó un sello discográfico para editar este tipo de discos, en 2006 puso en marcha el Ice Music Festival y en 2007 emprendió una ambiciosa Ice Music Tour que le llevó hasta Japón. A lo largo de esta década y media ha ido enriqueciendo su arsenal de instrumentos, que incluye ingenios como el hielófono (el equivalente gélido de un xilófono), la hieloarpa o esos atractivos vientos que parecen flores de cristal y que se tocan con un protector de cuero para los labios. Por supuesto, sus actuaciones en directo suelen quedar restringidas a latitudes muy septentrionales, y aun así hay instrumentos que al final de algunos conciertos ya se han convertido en un charco. No es lo peor que le ha ocurrido a nuestro protagonista: también tuvo que salir corriendo de una cueva glacial en la que estaba grabando, porque se venía abajo.

Isungset, que seguramente es el que más sabe de esto, sostiene que no todos los hielos suenan igual. El instrumento es mejor, afirma, cuanto más frío esté, y por supuesto el hielo artificial no tiene nada que hacer frente a la riqueza de matices del natural. En su nuevo disco, 'Meditations', ha utilizado materias primas de una asombrosa variedad: hielo de cien años de la Antártida, hielo de quinientos años de Noruega, hielo de setecientos años de los Alpes... Y también canadiense, groenlandés, siberiano y de los Pirineos franceses. La mayor parte de los sonidos han sido grabados en las inmediaciones del lugar donde se recogió el hielo, para evitar su deterioro, un empeño que forzó a Terje a tocar a 38 grados bajo cero, en sesiones obligadamente cortas. El artista describe su música como "exótica y poética", y ciertamente suena sugerente, misteriosa y vagamente líquida, capaz de atraer a fans inesperados: cuando estaba grabando en la isla canadiense de Baffin, una bandada de cuervos acudió a ver de dónde venían esos sonidos y aportó sus graznidos a la composición.

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